El otro día, mientras tomaba un café en la estación antes de coger un tren, no pude evitar escuchar la conversación de dos jóvenes que estaban junto a mí en la barra. Uno de ellos le contaba al otro que se había apuntado a una academia para prepararse con tiempo unas oposiciones, no sé para qué puesto. Le parecía mejor que estudiar por su cuenta y sus padres le echaban una mano con las mensualidades. Le contaba al colega que lo que llevaba peor hasta el momento era estudiar la Constitución, que era “un ladrillo”. Estuve tentado de darme la vuelta y darle algún consejo a aquel muchacho. Al final no le dije nada, pero su comentario me acompañó durante el viaje.
Me di cuenta de que debería haberle preguntado por qué le parecía “un ladrillo”, ¿qué quería decir con esa expresión que no sonaba muy positiva? Es evidente que no se refería a su peso físico… Para aquel joven, la Constitución era un texto con el que ni conectaba ni se identificaba, pese a llevar, negro sobre blanco, los principios fundamentales por los que se rige nuestro país y también su propia vida y que todos debemos conocer para poder exigirlos y defenderlos.
Los socialistas lo venimos diciendo desde hace tiempo: tenemos que reformar la Constitución, entre otras cosas para adaptarla a los nuevos tiempos que vive nuestra sociedad, para corresponder a sus anhelos, que son diferentes a los de 1978. Hemos vivido muchísimos cambios en 38 años y debemos revitalizarla. Los humanos cumplimos años, aparecen las 'goteras' y tenemos que mejorar hábitos. Debemos hacer eso por ella, hay que mejorarle el tejado y reforzar sus cimientos y, como hace casi cuatro décadas, tiene que ser entre todos.