Molefe Goodwill: el viaje a la salvación de las mujeres y niñas violadas
Con cuidado, abre la puerta del coche e intenta calmarlas. Molefe Goodwill (Rustenburg, 1988) es la primera persona que atiende a las víctimas de una violación o una agresión en Rustenburg (Sudáfrica). La mayoría de las veces, están en estado de shock y se les caen las lágrimas. Algunas no pueden ni siquiera hablar… Y tienen miedo. “Es normal. Han sido atacadas por un hombre y es también un hombre el que viene a recogerlas”, explica desde el patio de la sede de Médicos Sin Fronteras, en esta ciudad al noroeste del país. Por eso, a veces, con una sonrisa basta. “Te voy a ayudar, te voy a llevar a un lugar seguro, todo va a salir bien”, susurra con voz muy suave nada más arrancar. Empieza el viaje.
Hoy el día está nublado y caen algunas gotas, pero hace calor. Cuando termine esta entrevista, Molefe cogerá el kit de primeros auxilios y se subirá a su todoterreno, deseando que durante las próximas ocho horas le llamen el menor número de veces posible. Es uno de los siete conductores de MSF que trasladan a víctimas de violencia sexual hasta los centros de atención médica y psicológica: “Significa mucho para mí trabajar con supervivientes. Estamos ahí para recogerlas tras una experiencia tan terrible y, más tarde, las llevamos de vuelta a casa. Podemos ver su transformación después de ser atendidas, parecen personas distintas”.
Aunque estudió Publicidad y Relaciones Públicas y trabajó en una agencia de eventos, su deseo siempre fue “hacer de éste un mundo mejor y acabar con el machismo”. El destino marcado por su apellido, Goodwill —que en inglés significa “buena voluntad”— le llevaron hasta la ONG. Durante estos últimos cinco años, han sido muchas las mujeres que se han sentado junto a él en el asiento del copiloto. “Es muy gratificante”; reconoce. “Lo más bonito es cuando, de repente, te dan un abrazo que no esperas. O cuando te dicen gracias. Puedes notar la calidez y lo profundo que es ese gracias. Al final, somos mucho más que conductores. Somos la esperanza, la ayuda y la salvación de alguien”.
Sin embargo, hay un recuerdo, el más duro, que Molefe no puede olvidar incluso cuando cierra los ojos: la imagen de aquella niña de solo cinco años a la que fue a buscar un día. “Iba con su madre y yo pensaba que ella era la víctima, pero más tarde descubrí que no, que me había confundido, y que a la que habían atacado realmente era a la pequeña”. Al momento, se le vino a la cabeza el rostro de Paballo, su hija, “la niña de sus ojos”, que por aquel entonces tenía la misma edad. “Solo imaginar cómo me sentiría si le hubiesen hecho eso a ella…”, traga saliva, sin terminar la frase. Desde entonces, intenta educarla para que sepa identificar cualquier tipo de abuso: “Le digo que nadie tiene el derecho de tocarla en ningún lado. Y le estoy enseñando a defenderse por sí misma, a gritar, y a que nos tiene que contar todo a mamá y a papá”.
Conduciendo el cambio
Sudáfrica tiene algunas de las tasas de feminicidio y violación más altas del mundo y en Rustenburg, donde nació, creció y trabaja Molefe, la situación es especialmente grave. En 2015, una encuesta realizada por MSF a 800 mujeres en este municipio reveló que una de cada cuatro había sufrido una o varias violaciones, lo que supondría que 11.000 mujeres y niñas habrían sido violadas solo en esta zona. Lamentablemente, el 95% de las víctimas no denunciaron nunca haber sido violadas. Callaron por miedo, o por vergüenza, o porque ni siquiera eran conscientes de la importancia de buscar atención inmediata.
Por eso, la labor diaria de estos trabajadores locales —muchas veces invisibilizada—, es una parte crucial de la organización. Solo en los dos últimos años, ha tratado a más de 1.000 supervivientes de violencia sexual en Rustenburg. Molefe y el resto de conductores son modelos y ejemplos masculinos positivos para las supervivientes y el resto de hombres de la comunidad: “He nacido en una sociedad en la que a los hombres se nos enseña a resolver los problemas con violencia. Muchas veces, he tenido esta conversación con algún colega o conocido y he intentado cambiar su mentalidad. Piensan que pegar a una mujer es una demostración de amor. '¿Qué pensarías si se lo hiciesen a tu hermana? ¿Pensarías que la quieren?', les pregunto. El amor no duele. Yo no creo en un amor que duela”.
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