Una fortuna a fuego lento: la saga arrocera que saltó a las listas de millonarios y ahora vende Veta la Palma a Andalucía por 70 millones

Antonio Hernández Callejas, presidente de Ebro Foods

Néstor Cenizo

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La Junta de Andalucía va a adquirir 7.500 hectáreas del humedal de Veta la Palma (en La Puebla del Río, Sevilla) por unos 70 millones de euros. El precio ha despertado recelos en algunos ambientes: Veta la Palma es una superficie de marisma con gran valor natural por sus sinergias con Doñana, cuyo destino piscícola había entrado en una decadencia insalvable. El Instituto Hispánico del Arroz (Hisparroz), propietario de Pesquerías Isla Mayor, SL, es el vendedor. Se trata de una empresa dirigida por una histórica familia de empresarios arroceros, que hoy atesora una de las principales fortunas de Andalucía gracias a su participación mayoritaria en la multinacional Ebro Foods.

Forbes calcula que la fortuna de las diversas ramas de la familia ronda los 500 millones de euros, si bien El Mundo la aumentaba el pasado enero a 755 millones. A la cabeza de Hisparroz figura nominalmente Elías Hernández Barrera, pero es su sobrino Antonio Hernández Callejas (Tudela, 1955), nieto del creador de este imperio del arroz, quien desde 2005 lleva las riendas del negocio. Es el presidente ejecutivo del Grupo Ebro, primer productor arrocero y segundo de pasta a nivel mundial, con marcas como SOS, Brillante, La Fallera o Garofalo.

La familia, que posee casi el 16% de Ebro Foods a través de dos sociedades, se profesa una lealtad inquebrantable, que le ha permitido alternar la dirección del grupo. “Ya desde niño apuntaba las magníficas cualidades, tanto humanas como profesionales, que posteriormente ha acreditado de forma sobrada”, decía el primero del segundo en un artículo titulado Mi sobrino y publicado en Diario de Sevilla.

La saga tiene también un acreditado olfato para los negocios, si se trata de aprovechar las oportunidades que le ofrece el mercado para conservar lo rentable y desechar lo que ya no lo es. Es el caso, ahora, de la venta de Veta la Palma, como antes lo fue de Azucarera o Puleva.

Tercera generación de una saga arrocera

Antonio Hernández Callejas pertenece a la tercera generación de una saga oriunda de Ólvega (Soria) que se inició en el negocio con un molino arrocero en Calahorra (La Rioja). Su abuelo, Antonio Hernández Villar, abasteció al Ejército durante la Guerra Civil (según contó el periodista Carlos Navarro Antolín), y desembarcó a pie del Guadalquivir en 1961, coincidiendo con la terminación del Canal de los Presos en la margen derecha y la llegada de empresarios arroceros valencianos a la margen izquierda (Isla Mayor, La Puebla del Río, Isla Mínima). En la zona florecía el negocio del arroz, reintroducido veinte años atrás por Queipo de Llano para abastecer al ejército golpista.

Con varios de sus hijos comandando las operaciones, la familia Hernández compró grano y levantó fábricas (como la de Brillante), y se ganó fama de seria y cumplidora. Fundaron Arrocerías Herba y explotaron sobre todo las posibilidades de la compra y venta, la clave de su fortuna. “Tienen ese negocio que todos añoramos: la distribución. Y lo hacen muy bien”, comenta Eduardo Vera, gerente de la Federación de Arroceros de Sevilla.

Herba fue adquirida por Ebro, pero la familia se mantuvo al frente del conglomerado que nació de aquello, y que dura hasta hoy bajo la denominación de Ebro Foods. Entre medias, vendió Azucarera a Associated British Foods (ABF), en 2009, y Puleva a Lactalis, en 2010, por 526 y 630 millones de euros, respectivamente. Las dos operaciones parecen hoy oportunos movimientos estratégicos: Azucarera se vendió a las puertas de una nueva regulación que iba a afectar de manera notable al consumo de azúcar en Europa.

70 marcas, 3.000 millones en ventas y 122 de beneficio

Convertida en un gigante mundial del sector agroalimentario, Ebro Foods tiene 24 filiales en América, Europa, Asia y África, y 70 marcas, algunas de ellas líderes en sus países. Cerró 2022 con más de 6.300 empleados, 2.967 millones de euros en ventas y 122 millones de beneficio neto.

La familia Hernández sigue siendo su principal propietaria (los Hernández Calleja tienen el 9% del capital y los Hernández Rodríguez el 7,96%) y manteniendo el principal cargo directivo, el presidente Antonio Hernández Callejas. También conserva dos consejeros (Félix Hernández Callejas y María Blanca Hernández Rodríguez). En Ebro Foods son aliados de otras familias de negocios, como los March o los Carceller (Damm).

La retribución de Hernández Callejas como presidente ejecutivo del grupo fue de 4.480.000 euros en 2022. Es también el principal propietario del Real Club Sevilla Golf, y la familia mantiene intereses en energéticas y empresas inmobiliarias, incluyendo cuestionadas inversiones hoteleras en República Dominicana.

“A nivel agrícola son uno más”, señala el gerente de la Federación de Arroceros de Sevilla, que apuntala el retrato que hacen otras fuentes: trabajadores, concienzudos, serios. En 1998, el Gobierno de Aznar concedió a Elías Hernández Barrera la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. “Han estado aquí toda la vida y no suelen dejar a los trabajadores tirados”, comenta Juan Molero, alcalde de Isla Mayor, de donde procede la mayor parte de la mano de obra de la piscifactoría, que ahora afronta su futuro cierre con incertidumbre.

Contra la renta mínima y la reforma laboral

Aunque su poder e influencia es conocido desde hace décadas en círculos empresariales y económicos, durante años apenas trascendió de ese ámbito. De la familia solía resaltarse su discreción. Veraneaban en un modesto apartamento de La Línea, y su elemento más visible era Carmen Hernández Barrera, fundadora junto a Kiko Argüello del Camino Neocatecumenal, una rama ultraconservadora de la Iglesia conocida popularmente como Los Kikos.

Sin embargo, este perfil familiar se ha difuminado últimamente por algunas declaraciones públicas de Hernández Callejas. En junio de 2020 (en plena primera ola de Covid), en un foro de la CEOE arremetió contra la posibilidad de una renta mínima (“consiguen adoctrinar a gente que se acostumbra a la ociosidad”) y contra las reformas fiscales redistributivas (“el Gobierno debería ser sensible a hacer una política fiscal inteligente, no una exclusivamente distributiva (…) El sistema debería tener una contención para que, sin dejar a nadie atrás, como se dice ahora, no hacer que estos de atrás se instalen en el conformismo”).

Casi a la par, advirtió en ABC contra la reforma laboral en ciernes, y dijo comprender “a veces” la opinión de “otros países del Norte de Europa que no quieren dar cheques en blanco a la gente si no cumple sus compromisos”. Eso sí, defendió las compensaciones de la PAC a los agricultores como un mecanismo imprescindible para la soberanía alimentaria.

Una parte sustancial de su fortuna, valorada en más de 350 millones de euros en 2021, se mantiene en una SICAV, Soixa, que le ha reportado pingües beneficios en los últimos tiempos. Las SICAV son vehículos de inversión que tributan al 1% en el Impuesto de Sociedades. Hernández Callejas declaró a ABC que “hay gente que se cree que los empresarios no pagan impuestos a título personal, cuando eso no es verdad”, y protestó porque “al final de cada 100 euros que has ganado, a tu hijo le quedan 10”. La propia fiscalidad de Ebro Foods ha estado en entredicho: entre 2012 y 2015, Hacienda le levantó actas de infracción fiscal por casi 9,5 millones de euros.

Una piscifactoría que acumula pérdidas

La piscifactoría que ahora vende la familia ha subsistido en los últimos años con la respiración artificial de las subvenciones europeas: en 2017, el Fondo Europeo de Pesca le asignó 6.976 euros para la transformación energética, en 2019 fueron 11.846 para la diversificación productiva y en 2022, 32.480 para la compensación de lucro cesante. En total, unos 50.000 euros que palidecen ante los 70 millones por los que venderán el terreno.

En realidad, lleva años acumulando pérdidas. 873.000 euros en 2022 y tres millones de euros en 2021. Desde 2013 no genera beneficios. La mataron la competencia de las jaulas a mar abierto, más baratas; el incremento de los insumos; y un coste energético disparado para rebajar la turbidez cada vez mayor de las aguas. La pandemia fue la puntilla. Dejó entonces de criar lubina, dorada y corvina, y ya solo faltaba sellar su destino. “Ha dejado de ser interesante para su explotación”, admite Ricardo Araque, su gerente.

Con su proverbial habilidad para manejar los tiempos y sacarles rendimiento, la familia adquirió la piscifactoría en 1982 y Hernández Callejas se va a desprender de ella cuando ya no es rentable, ni lo será.

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