El Festival de Cine Europeo de Sevilla (Seff) ha querido incluir este año en su programación paralela un ciclo que, bajo el rubro Rromavisión, quiere mostrar la diversidad de las miradas gitanas en el cine, cine sobre romaníes y hecho por romaníes de diversa procedencia que hasta el próximo 7 de noviembre desplegará en el auditorio Cicus y en varios centros cívicos municipales una variedad de temas capaz de trascender los estereotipos al uso.
Al frente de la iniciativa se encuentra Sami Mustafa, cineasta y fundador de Romawood, una organización internacional dedicada a la promoción del cine romaní contemporáneo que nació de la reunión de un reducido grupo de cineastas amateur en el Kosovo posterior a la desintegración de Yugoslavia. “Llevamos más de veinte años tendiendo puentes entre comunidades a través del cine y el arte”, afirma. “Lo que comenzó como un taller improvisado en tiempos de miedo se ha convertido en un compromiso a largo plazo con la narración, el diálogo cultural y la convicción de que el cine puede ayudar a que las personas se vean más allá de la política y los prejuicios”, explica el cineasta.
La consigna es clara: permitir que los romaníes cuenten sus propias historias y las muestren al mundo. Pero, ¿qué tienen esas películas que no se haya contado antes? “Las películas hechas por romaníes nos permiten sentir la vida desde dentro. Durante décadas, la mayoría de las películas sobre el pueblo romaní fueron realizadas por personas ajenas”, asegura Sami. “El cine comercial solía convertirnos en clichés: ladrones, místicos, nómadas o románticos marginales. El cine independiente, aunque a veces más empático, se centraba casi siempre en la pobreza o la miseria, transformando nuestras vidas en lecciones sociales. Ambos enfoques nos reducían a símbolos, no a personas”, añade.
Una forma de autodeterminación
Ello no significa que directores no romaníes hayan hecho buenas aproximaciones, “que muestran una profunda empatía y cuidado artístico hacia esta comunidad”. Pero, según el cineasta, cuando los romaníes se pusieron tras la cámara lograron expresarse “a través de los gestos cotidianos, del humor, de las contradicciones, del silencio”. “No son retratos colectivos de 'los gitanos', sino historias personales y humanas que hablan un lenguaje universal. La autorrepresentación sigue siendo esencial. Cuando los cineastas romaníes contamos nuestras propias historias, no solo ejercemos una forma de expresión artística, sino también de autodeterminación”, defiende el fundador de Romawood.
La selección del programa ha sido elaborada entre Sami Mustafa y Miquel Ángel Vargas, buscando crear diálogo entre la experiencia de los gitanos españoles y las narrativas europeas y globales que hoy moldean la vida romaní. “Cada película cuenta una historia diferente, que abarca experiencias de trauma, resistencia, empoderamiento e identidad. En conjunto, ofrecen un espejo a la sociedad española contemporánea y a su relación con los gitanos, al tiempo que dialogan con una crisis más amplia —europea y global— de pertenencia, guerra y desplazamiento. A la luz de lo que vemos hoy en lugares como Ucrania o Gaza, estas películas nos recuerdan cuán frágiles y esenciales son la dignidad humana y la solidaridad”, abunda el cineasta romaní.
En la difícil tarea de quedarse con un solo título, Mustafa elige The Deathless Woman, de Roz Mortimer, una docuficción que muestra a una figura espectral —una mujer romaní fantasmal— que recorre los lugares de genocidio y violencia en Europa del Este. “Lo que más me conmueve es cómo la película convierte el trauma histórico en algo a la vez poético e inquietante: un horror que no trata de monstruos, sino de la memoria misma”, comenta. Y agrega: “Nos obliga a no olvidar que la persecución del pueblo romaní no terminó con la guerra, sino que persiste en el racismo silencioso, las exclusiones y las persecuciones de hoy”.
Violencia antirromaní
También destaca en el programa Chaplin. Gypsy Spirit (2024), de Carmen Chaplin, una exploración íntima y poética de su herencia romaní a través del legado artístico de su abuelo, Charlie Chaplin, “entrelazando autobiografía, historia familiar y recuperación cultural, cuestionando la identidad y la transmisión de la memoria entre generaciones”. Desde el Reino Unido, Rokkerena (2017), de Damian Le Bas, combina literatura, performance y memoria de la opresión en un corto experimental que desafía las narrativas dominantes sobre la identidad romaní. “Su lenguaje visual es poderoso y subversivo, invitándonos a preguntarnos quién cuenta la historia y desde qué posición”, destaca.
De Hungría viene Genezis (2018), de Árpád Bogdán, entrelaza tres relatos de fe, pérdida y supervivencia basados en hechos reales. “Afronta con crudeza la violencia antirromaní, pero ofrece al mismo tiempo una reflexión profundamente humana sobre la resiliencia y la transformación”, apunta. Por su parte, Proud Rome (2022), de Pablo Vega, capta el pulso contemporáneo de la juventud gitana en España: un retrato fresco y afirmativo de la identidad y el orgullo que se aleja de los estereotipos; y Gypsy Queen (2019), de Hüseyin Tabak, narra la historia de Ali, una madre soltera y boxeadora en Hamburgo, cuya lucha se convierte en metáfora de la perseverancia y el renacimiento.
Mustafa comparece con su propia película, Trapped by Law (2015), que sigue a dos hermanos deportados de Alemania a Kosovo, donde deben reconstruir sus vidas en un lugar casi desconocido para, según el autor, abordar “cuestiones de pertenencia e injusticia, mostrando cómo las fronteras pueden desgarrar familias e identidades”.
Empatía y cercanía
Entre las obras más experimentales, destaca Karmenstein (2023), del artista visual sevillano Jero de los Santos, mezcla flamenco, material de archivo y narración personal para reflexionar sobre la memoria y las huellas de la cultura gitana en el imaginario colectivo. El propio De los Santos participa también en el ciclo con una serie de talleres impartidos en cuatro centros de la ciudad (un centro de primaria, un instituto de secundaria y una residencia universitaria) con amplia mayoría de alumnos romaníes, en los que “enseñamos herramientas muy básicas para poder hacer pequeños relatos audiovisuales de cinco minutos, donde ellos se conviertan en narradores”, explica.
“La verdad es que estamos muy contentos de celebrar por primera vez en el Seff un ciclo de este tipo, ya que en años anteriores hubo propuestas pero no llegaron a cuajar”, comenta. “Los directores gitanos estábamos aislados, llevábamos años intentando ver estas películas, pero era imposible acceder a lo que hacían otros compañeros”, lamenta.
“Cada una de estas películas, ya sean de directores romaníes o no, alcanza su fuerza cuando logra la intimidad con su tema”, concluye Sami Mustafa. Obras como Our School de Mona NicoarÄ, A Lua Platz de Matthias Zuder o AcasÄ, My Home de Radu Ciorniciuc, defiende, “demuestran cómo la empatía y la cercanía pueden trascender el origen, y permiten que el pueblo romaní recupere el relato y se muestre al mundo como lo que siempre ha sido: un conjunto de vidas complejas, bellas y profundamente humanas”.