Causa cáncer, debilita el cuerpo o solo es para insatisfechas: más de dos siglos de estigma contra la masturbación

Bloqueadores de erecciones. Vendaje de los genitales. Circuncisión sin anestesia. Quemar el clítoris con fenol. Evitar la masturbación ha sido una de las obsesiones de una cultura que, durante cientos de años y atravesada por mandatos religiosos y patriarcales, ha llegado a inventar y legitimar todo tipo de teorías y artilugios. Todo en nombre del sexo con fines reproductivos. A pesar de que tocarse parece ahora algo aceptado socialmente, e incluso jaleado por un mercado que ofrece cientos de juguetes sexuales distintos, la masturbación sigue bajo sospecha y arrastra unos cuantos estereotipos de género. Este siete de mayo se celebra, precisamente, el Día Mundial de la Masturbación.

La “persecución” contra la masturbación afectó a mujeres y hombres. En su libro 'Una curiosa historia del sexo', que acaba de publicar en España la editorial Capitán Swing, la historiadora Kate Lister rescata el contenido de la obra del doctor Samuel-Auguste Tissot, que en 1758 aseguraba que la masturbación contribuía a que el cuerpo se consumiera. Su libro puso en marcha una cruzada contra la masturbación que duraría doscientos años, explica Lister. Los males que el doctor asociaba con los tocamientos impulsaron el escrutinio médico de esta práctica.

En el siglo XIX, las teorías médicas “sobre lo perjudicial que podía llegar a ser la pérdida de semen para la salud estaban firmemente asentadas”, cuenta Kate Lister. Los médicos aseguraban que masturbarse no solo era peligroso para la salud -la asociaron con el cáncer, la epilepsia, la locura o la impotencia- sino que ponía en riesgo la vida. Es entonces cuando se desarrollan todo tipo de artilugios y tratamientos para prevenirla. Por ejemplo, el anillo uretral de cuatro puntas, que se colocaba alrededor del pene antes de acostarse y que, en caso de erección, “mordía” a su portador.

Los médicos aplicaban ácidos, agujas y descargas eléctricas en el pene. El médico John Harvey Kellog recomendaba el “recubrimiento de los órganos en una jaula”. Era partidario de la circuncisión sin anestesia y, en el caso de las mujeres, de quemar el clítoris con fenol como un “excelente remedio para calmar la excitación anormal y prevenir la recurrencia de la práctica”.

El sexólogo Miguel Vagalume confirma que la obsesión “por evitar la masturbación de todas las maneras posibles” data del siglo XIX. Es entonces cuando surge el concepto “degeneración”: “Todo lo que no es generación, es decir embarazo, es un problema”. La aparición de la psiquiatría al mismo tiempo que se empieza a hablar de sexo propicia la “obsesión” por clasificar todos los comportamientos sexuales y la visión de la masturbación como problema.

“Freud es el primero que define, desde la psiquiatría, qué es un acto sexual normal. A partir de ahí, se monta un diagnóstico médico alrededor de lo que es el buen sexo, el sexo normal...”, explica Vagalume. Freud sostenía, por ejemplo, que buscar el placer a través del clítoris era un acto sexual infantil, no maduro. Aunque estas ideas y prácticas nos suenen ahora anticuadas, algunas han pervivido. “Por ejemplo, que perder semen implica perder potencia”, apunta el sexólogo.

Estereotipos

Las ideas y prejuicios sobre la masturbación fueron cambiando; se adaptaron (y reforzaron) a los nuevos estereotipos de género. Masturbarse empezó a entenderse como parte de esa masculinidad hegemónica patriarcal construida sobre la idea del deseo inagotable e incontrolable de los hombres. En el caso de las mujeres y del estereotipo de la sexualidad femenina discreta y contenida, la masturbación solo encajaba como un acto para otros.

“La sexualidad de las mujeres se concibe como algo complementario y complaciente, una sexualidad para que los hombres disfruten y depositen su semen. Ahí, la masturbación encaja cuando está pensada para la fantasía masculina”, dice Vagalume. En los últimos años, la ola feminista ha contribuido a seguir resquebrajando el tabú sobre la masturbación femenina y el mercado ha aprovechado la ocasión: algunos juguetes sexuales se han convertido en un auténtico furor.

Sin embargo, y a pesar de lo que pueda parecer, el estigma sigue. La sexóloga María Torre constata que la masturbación sigue pareciendo algo accesorio. En el caso de las mujeres, muchas veces se utiliza la masturbación como provocación, “como juego hacia otras personas”. “Le quitamos esa connotación de que es algo para ti, que es tu espacio, algo que sirve para auto explorarse y conocerse”, dice. Perduran también algunos prejuicios sobre las mujeres que se masturban o que hablan de masturbarse algo que, señala, no sucede en los hombres, que más bien cargan con esa idea de que ellos pueden y deben disponer frecuentemente de su sexualidad.

Por mucho que la juguetería erótica haya contribuido a desestigmatizar la masturbación, sigue calando la idea de que es algo que haces solo si estás insatisfecho o insatisfecha. “Es la idea de 'si estoy bien en pareja, para qué voy a buscar más y a masturbarme'. Pongo el ejemplo de un bollo: igual has comido muy bien, no es que tengas hambre, pero ves un bollo y te parece que tiene buena pinta y te lo comes para disfrutar. Pues con la masturbación es igual: aunque tengas una vida sexual compartida satisfactoria, es una práctica más, positiva para conocerte, para disfrutar. No es algo que hacemos cuando no tenemos otra cosa”, señala María Torre.