James Cook, el capitán inglés que no quiso ser como Magallanes y acabó exactamente igual que el portugués

James Cook (1728-1779) admiraba a Fernando de Magallanes, pero no quería ser como él. El inglés, capitán de la marina británica, explorador, cartógrafo, científico, humanista, un poco antropólogo antes que los antropólogos, tenía aprendida la lección de lo que le pasó a su predecesor portugués, que murió durante su intento de vuelta al mundo masacrado por indígenas en una playa filipina por su gusto por acercarse a la acción, involucrarse en la política local de los territorios que visitó y tomar partido en las guerras entre tribus.

La paradoja es que todos los esfuerzos de Cook por no repetir el destino de Magallanes no consiguieron evitar que replicara exactamente su final. El británico exhaló su último aliento en 1779 en la Bahía de Kealakekua, en Hawai, con la cabeza aplastada contra las rocas y el cuerpo agujereado por decenas de puñaladas que le asestaron soldados del rey Kalaniopu’u cuando el marino inglés intentó secuestrarlo.

Qué llevó a una persona fría y tranquila, racional, de carácter humanista y que respetaba a los indígenas a cometer un acto tan poco prudente como tratar de llevarse por la fuerza a un rey, que en la isla era consideraba poco menos que un dios y tenía un ejército descomunal, es una de las preguntas que el escritor e historiador norteamericano Hampton Sides trata de esclarecer en El ancho ancho mar, que acaba de publicar Capitán Swing.

El libro aborda el tercer y último gran viaje de James Cook, que había empezó en 1776, tres años antes de concluir de forma abrupta entre los cantos de la bahía hawaiana. Los dos barcos comandados por Cook tenían la misión declarada de devolver a sus islas natales a un tahitiano que por circunstancias varias había acabado en Londres y la no declarada de aventurarse al norte, descubrir el legendario Paso del Noroeste y cartografiar y reclamar tierras para el imperio británico.

El libro describe un marino más científico que aventurero, un técnico en la época romántica de la exploración, sistemático, enemigo de la superstición, un capitán que quiso hacer ciencia de un arte, la navegación, aún azaroso en el SXVIII. Un hombre meticuloso y estricto, pero justo con su tripulación, sobrio, casi ascético tanto con el entorno como con las personas –hasta donde se conoce, no tuvo relaciones sexuales con las indígenas, algo que hicieron con profusión y consentimiento sus marineros, relata el texto–.

Un humanista, podría decirse, con genuina curiosidad por las poblaciones locales que se iba encontrando (“deseaba saber quiénes eran […] cómo pensaban, hablaban y vestían”), que llegó a reconocer que la presencia occidental había transformado los pueblos que visitaron: “Hemos corrompido su moral y les hemos despertado necesidades y contagiado enfermedades que antes no tenían”, escribió.

Sus encuentros con pueblos hasta entonces aislados describen con naturalidad y precisión a dos civilizaciones encontrándose, midiéndose en la distancia. En Tasmania los palawa los recibieron “sin dar la menor muestra de temor” y recibieron los regalos que les dieron “sin el menor interés”. Los polinesios miraban con fascinación –y recelo– a esos desconocidos que llegaban a sus costas en monstruosas naves sobre el mar. En Hawai, una multitud se arrojó a sus pies mientras entonaba “Lono, Lono, Lono”. Era un dios.

También hubo inevitables choques culturales. Sucedió con el sentido de la propiedad y con el hierro. Para los polinesios todo pertenece a la comunidad y Cook era un avaro que no compartía, especialmente el hierro. Para el capitán los indígenas cometían hurtos y robos. Esta diferente concepción de la vida, junto al deterioro del británico, sería una de las causas de su final.

Un carácter atípico

Cook era un personaje atípico, cuenta Sides por videoconferencia desde su hogar en Nuevo México (EEUU) después de aclarar que su libro ni es una biografía del marino ni pretende serlo. Fue una persona de origen humilde que consiguió gracias a sus habilidades, sin padrinos, abrirse paso entre la alta sociedad británica en una época, el siglo XVIII, en la que eso sencillamente no pasaba.

El capitán se reconoce hoy como uno de los grandes exploradores de todos los tiempos, aunque hay quien sostiene que su fama es mérito de la propaganda británica y que Cook se dedicó a explorar, sí, pero tierras descubiertas décadas o incluso siglos antes por españoles y portugueses.

“Es cierto que después de que murió la propaganda británica tomó el control y tenían que convertirlo en el explorador más grande de todos los tiempos, más grande que cualquiera de Francia, España o Portugal”, concede Sides. “Pero nada de eso fue obra de Cook. Él fue una persona muy modesta, no parecía pensar que hubiera hecho nada extraordinario. En sus escritos no ves eso, no saca pecho diciendo: 'Yo descubrí esto y aquello'. De hecho, en muchos casos, cuando se entera de que los españoles o los franceses –o los polinesios, obviamente– habían llegado primero lo apreciaba y escribía”, matiza.

Para el escritor el mérito de Cook, “lo que lo diferencia de muchos otros exploradores”, es que a la vuelta de sus viajes publicó todo en unos volúmenes enormes. “Fue esta especie de Edad de Oro de la Exploración, cuando los exploradores europeos estaban imbuidos del espíritu de la Ilustración y tenían esta idea de que había que anotarlo todo, describir nuevas plantas, animales, culturas. Tenían que medir, analizar, hablar sobre los nativos, dónde viven, cómo adoran a sus dioses, cómo son sus culturas”, cita Sides. “Cuando lees los diarios de Cook, y los escritos de muchos oficiales de sus barcos, hay una gran riqueza de información que ha circulado por todo el mundo. Esa, creo, es la razón por la que es un explorador tan importante”.

Un humanista en problemas

Sides destaca este carácter humanista del explorador, que respetaba lo local y a los nativos muy por encima de las costumbres de la época. “Diría que no era arrogante, una rareza entre los capitanes de barco entonces. Nunca nombró un solo lugar (un río, un arroyo, un lago, un océano, una bahía, una montaña) en honor a sí mismo o a su familia en un momento en que los exploradores hacían eso todo el tiempo. Se consideraba una prerrogativa de explorador. Él generalmente nombraba cosas en honor a la realeza británica o a las personas del Almirantazgo que habían patrocinado sus viajes, pero cuando se enteraba de un nombre indígena de manera indubitada usaba ese nombre, lo cual era raro para su época”, ilustra.

Este modo de actuar no ha impedido, sin embargo, que la figura de Cook esté hoy en revisión en muchas de las zonas que exploró, uno de los motivos que ha llevado a Sides a escribir el libro, confiesa. “Se están derribando sus estatuas, su legado está siendo revaluado como parte de una discusión y reevaluación más amplia del colonialismo y el imperialismo”, explica el escritor, que no cree demasiado justas.

“Las críticas a Cook están dirigidas a cosas que sucedieron después de que Cook visitara esos lugares y los fijara, en algunos casos por primera vez, en mapas precisos con las coordenadas. Luego, la siguiente generación de exploradores llegó a estas islas. Estos eran los ocupantes, las armadas y los ejércitos”.

Y, a partir de ahí, concede el autor, “trajeron alcohol y enfermedades. Eran balleneros y cazadores de focas y morsas. Y luego vinieron los misioneros, que cambiaron estas sociedades. Creo que esta es realmente la razón por la que tanta gente odia a Cook, porque él es un símbolo de todas estas cosas que vinieron después de Cook. Pero realmente él era un científico y un explorador, no un general”, argumenta. “No colonizó ninguno de estos lugares. Así que en algunos aspectos, creo que se equivocaron de persona. Pero lo entiendo. La exploración es siempre la primera fase del colonialismo, tienes que encontrar un lugar antes de conquistarlo y, con la costumbre británica de construir estatuas –hay montones de ellas por toda Australia, Nueva Zelanda, particularmente en Canadá–, él fue elegido como el símbolo de todo aquello”.

De tolerante a violento

Durante su tercer viaje, Cook ya había dado señales de que algo había cambiado en él, cuenta Sides. El hombre que “en sus dos primeros viajes era conocido por ser tolerante e indulgente con su tripulación, que en una época en la que la gente azotaba a sus hombres e imponía una disciplina absoluta, brutal, que rara vez usaba el látigo” había desaparecido y se había convirtió en otro.

“Todos sus oficiales notaron y comentaron este cambio, cualquiera que hubiera estado en el primer y el segundo viaje podía ver la diferencia”, relata el escritor. “A menudo estaba bastante deprimido y solo en su cabina. Azotaba a sus propios hombres, era cada vez más violento hacia las personas indígenas que encontraba, era impaciente y tenía un temperamento horrible”.

Le costó caro. Durante el tercer viaje el capitán “ya no parece capaz de negociar o usar sus habilidades diplomáticas”, cuenta Sides. “Simplemente baja a tierra y exige algo. Lo vemos cada vez más y más hasta que vemos lo que sucede con su muerte. Creo que eso contribuyó mucho a su muerte, porque manejó esa situación muy mal”.

Sides cree que probablemente estuviera enfermo, afectado por un parásito. “Es la principal teoría. Casi todos los exploradores tenían algún tipo de parásito en su intestino, y algunos pueden ser muy peligrosos con el tiempo porque impiden la absorción de vitaminas y minerales críticos. Y algunos de estos pueden llevar a cambios de comportamiento y daño cerebral. Eso podría explicar su comportamiento, porque no era constante. No era así todos los días, era episódico: tenía un buen día, una buena semana, y luego recurría a este comportamiento loco de nuevo”, cierra.