Donde durante siglos solo se interpretaron transgresiones, también hubo vínculos. En muchas ciudades medievales, los espacios considerados marginales no solo sostenían el comercio del deseo, también albergaban dinámicas que hoy parecen imposibles de concebir en ese contexto. La convivencia entre mujeres que trabajaban en burdeles generaba redes de apoyo en las que cabía mucho más que la supervivencia.
En medio de las restricciones morales impuestas por las autoridades y las jerarquías religiosas, algunas formas de cuidado lograban mantenerse. Esa otra cara quedó al descubierto en un rincón del siglo XIV, cuando unos restos infantiles salieron a la luz dentro de un antiguo burdel en Bélgica.
La alimentación del bebé revela una dedicación constante durante su corta vida
El hallazgo se produjo en 1998, durante unas excavaciones arqueológicas en el centro de Aalst. Allí, en lo que siglos antes había sido un burdel activo, los investigadores encontraron la sepultura de un bebé de apenas tres meses, enterrado junto a una de las estancias de la construcción. El equipo liderado por la doctora Maxime Poulain centró sus esfuerzos en ese descubrimiento concreto, convencido de que ese pequeño cuerpo podía revelar mucho más que una simple anomalía funeraria.
Las primeras pruebas genéticas confirmaron que se trataba de un varón. Posteriormente, los análisis de isótopos estables aplicados a huesos y dientes permitieron reconstruir aspectos clave de su alimentación. El resultado fue claro: el bebé había sido alimentado con leche materna de forma constante antes de fallecer. Esta información, revelada en el estudio publicado en Archaeological and Anthropological Sciences, demostró que alguien cuidó activamente de él durante sus cortos meses de vida.
Según se desprende del artículo, el edificio donde se encontró la tumba pertenecía a un complejo conocido como Nederstove, identificado gracias a una combinación de datos documentales y estructuras arqueológicas como hornos y un hogar interior. La presencia del enterramiento en un espacio doméstico y no en un cementerio convencional indica que hubo un fuerte componente personal en esa decisión.
Aunque en la Europa medieval lo habitual era recurrir a terrenos consagrados, existen casos en los que las limitaciones económicas, la urgencia o incluso creencias vinculadas al más allá influyeron en el lugar elegido para enterrar a un ser querido.
Con ese contexto, los investigadores apuntan a una posibilidad que rompe con muchos estigmas históricos. En lugar de confirmar hipótesis habituales sobre el abandono o el maltrato, este caso concreto sugiere lo contrario. Tal como explica Poulain en el artículo, “este caso demuestra que, incluso en el contexto de un burdel, había espacio para la maternidad y los cuidados”.
Frente al estigma histórico, los datos permiten imaginar otras maternidades
Durante siglos, las mujeres que trabajaban en la prostitución fueron representadas desde el prejuicio. Las fuentes escritas de la época tendían a mostrar una imagen única y reducida, asociándolas a prácticas ilícitas, negligencia o incluso al infanticidio. Esta visión se consolidó en la historiografía, reforzando estereotipos sin base empírica directa. La posibilidad de que una trabajadora sexual amamantara, protegiera y enterrara a su hijo con los medios disponibles desmonta por completo esa narrativa.
La tumba no estaba oculta. Al contrario, se encontraba dentro del mismo entorno donde vivían y trabajaban las mujeres. Según el estudio, esa elección indica que el infante no fue tratado como un cuerpo desechado, sino como parte del pequeño núcleo social del que formaba parte. Una de las autoras del trabajo, Céline Bon, señala que “la ubicación de la sepultura refleja una conexión emocional evidente con ese espacio de vida”.
Aunque no se encontraron signos de enfermedad bacteriana, el equipo planteó que el fallecimiento pudo deberse a infecciones víricas comunes en esa época, difíciles de detectar con las técnicas actuales. La mortalidad infantil, además, superaba en muchas zonas el 30 %, por lo que no resulta extraño que incluso niños alimentados y atendidos murieran en sus primeros meses.
En lugar de reforzar la visión tradicional de los burdeles como espacios sin vínculos personales, la investigación sugiere que también eran entornos donde se tejían formas de protección compartida. El hallazgo de Aalst abre la puerta a revisar otros restos similares con una mirada menos condicionada por las ideas heredadas.
Así, en la intersección entre arqueología y biología, la investigación de Poulain y su equipo ofrece una alternativa a los relatos más rígidos sobre la Edad Media. Este enterramiento no demuestra una excepción, sino una posibilidad.