Los carros avanzaban entre el polvo con los arqueros tensando las cuerdas y los escudos cubriendo los flancos. Las columnas de soldados se desplegaban por las llanuras, mientras al margen de la formación, con la misma disciplina, marchaban los perros. Formaban parte del dispositivo militar con funciones específicas, integrados en la estructura bélica como un elemento táctico más. Entre los múltiples recursos empleados por los ejércitos mesopotámicos para dominar el territorio, el uso organizado de perros entrenados marcó una diferencia en el despliegue logístico y simbólico de la guerra.
La arqueóloga Moudhy Al-Rashid señaló en una entrevista con el pódcast de HistoryExtra que existen registros cuneiformes que enumeran suministros destinados a perros de guerra, lo que indica que estaban incluidos en la planificación formal de las campañas. Según explicó, “hay registros de provisiones para perros de guerra”. Esta inclusión en los inventarios oficiales prueba que su papel estaba institucionalizado, al mismo nivel que el de otros recursos básicos.
En contextos bélicos inestables, los perros ofrecían apoyo, vigilancia y seguridad nocturna
Los enfrentamientos entre ciudades como Umma, Ur y Lagash obligaban a diseñar estrategias defensivas y ofensivas adaptadas a desplazamientos prolongados, entornos inestables y adversarios impredecibles. Los perros eran útiles como alerta temprana, fuerza de apoyo y protección del campamento. Su función no se limitaba a la violencia directa, sino que también respondía a criterios simbólicos dentro del engranaje del poder.
Un ejemplo visual de esa asociación entre autoridad, fuerza y animalidad aparece en los relieves del palacio de Ashurbanipal en Nínive, donde se representa a grandes mastines utilizados en cacerías reales. La imagen de estos animales sujetando leones no tiene solo un valor artístico, sino que traduce la jerarquía y el orden que el rey deseaba proyectar. Según los especialistas que han estudiado este periodo, este tipo de representaciones reforzaban la legitimidad del soberano como garante del orden cósmico y político.
Más allá de los campos de batalla, los perros también formaban parte del universo espiritual mesopotámico. Su asociación con la curación y la divinidad se concreta en la figura de Gula, diosa vinculada a la medicina, cuyo animal atribuido era precisamente un perro. En muchos de los relieves donde aparece su imagen, se la representa acompañada por uno de ellos acostado a sus pies, como si custodiara su presencia sagrada.
Al-Rashid también identificó un templo dedicado a esta deidad en el que se encontraron más de treinta enterramientos caninos. La investigadora detalló que “hay un lugar donde hay más de 30 enterramientos de perros de todas las edades bajo la rampa que lleva al templo”. La variedad de edades sugiere que estos animales no fueron sacrificados en un único momento, sino que su entierro formaba parte de un hábito sostenido y probablemente ritualizado. Aunque el significado exacto de estos enterramientos no se ha podido establecer con certeza, sí indica que se les atribuía un valor más allá de lo funcional.
Las propiedades sanadoras atribuidas a los perros podrían tener su origen en observaciones prácticas. La costumbre de lamerse las heridas, común entre los canes, pudo haber llevado a los mesopotámicos a establecer una relación entre su conducta y la recuperación física. Este vínculo entre comportamiento animal y beneficio humano fue interpretado como una señal de su cercanía con lo divino.
Los proverbios escolares usaban al perro como ejemplo de errores y certezas humanas
También en el ámbito de la enseñanza y la sabiduría popular, los perros ocuparon un lugar singular. En las escuelas de escribas, donde además de escritura se transmitían normas éticas y conocimientos prácticos, era común el uso de proverbios. Al-Rashid mencionó que muchos de ellos hacían referencia a perros y que su contenido sigue siendo reconocible incluso hoy. Entre ellos, destacó uno que dice: “Un perro sabe cómo coger algo, pero no cómo soltarlo”.
Otro, con un tono más sombrío, emplea la imagen del animal para hablar del destino humano. Según recogió Al-Rashid en esa misma entrevista, uno de los textos afirma que “el destino es como un perro que siempre te sigue de cerca”. Estas frases funcionaban como herramientas pedagógicas, cargadas de imágenes cercanas que permitían asociar comportamientos conocidos con ideas abstractas, enseñanzas morales o advertencias sobre la vida.
De esta manera, los perros se integraron plenamente en estructuras militares, religiosas y sociales, combinando utilidad práctica con carga simbólica. Su presencia en textos, relieves y enterramientos demuestra que fueron considerados parte activa del entramado humano, como compañeros, guardianes y aliados.