La naturaleza ya ha resuelto un desafío que la ciencia humana apenas comienza a explorar: sobrevivir a la congelación. Cada otoño, las ranas de la madera de Alaska se dejan atrapar por el hielo y permanecen así durante meses. Cuando llega la primavera, despiertan en perfecto estado, incluso mejor que un filete que pasa semanas en nuestro congelador.
Un estudio publicado en Journal of Experimental Biology ha demostrado que la tolerancia al frío de estos anfibios es mucho más extrema de lo que se pensaba. «Las ranas de la madera de Alaska pasan más tiempo de congelación y descongelación que un filete en el congelador y vuelven a la vida en primavera», explica Don Larson, investigador de la Universidad de Alaska Fairbanks.
Durante el invierno, estos animales se entierran en el suelo cubierto de mantillo y hojarasca, formando hibernáculos donde permanecen completamente congelados durante más de seis meses. Allí, soportan temperaturas de hasta -20ºC, sin que su organismo colapse.
Glucosa: el antifrío natural
El secreto está en la glucosa. Cuando las células se congelan, se secan y mueren. Para evitarlo, las ranas embalan sus células con este azúcar, que actúa como un crioprotector. «La concentración de azúcar dentro de la célula ayuda a equilibrar las sales que se acumulan fuera cuando se forma hielo», explica Brian Barnes, director del Instituto de Biología Ártica.
El equipo descubrió que las ranas en su entorno natural acumulan mucho más azúcar que las criadas en laboratorio: 13 veces más en el músculo, 10 veces más en el corazón y 3,3 veces más en el hígado. Este escudo protector es lo que les permite aguantar temperaturas extremas durante meses sin sufrir daños irreversibles.
Supervivencia récord
Según Larson, las ranas de Alaska pueden sobrevivir hasta 218 días congeladas a -18ºC con un 100% de supervivencia. En contraste, otras poblaciones del este de Estados Unidos y Canadá solo soportan unas pocas semanas y no resisten temperaturas inferiores a -7,2ºC.
El papel de los ciclos de frío y deshielo
La clave está en la naturaleza cambiante del clima en Alaska. Durante el otoño, las ranas experimentan ciclos de congelación nocturna y deshielo diurno, lo que estimula la liberación de más glucosa. Sin tiempo suficiente para eliminarla, acumulan reservas protectoras que refuerzan sus células. En el laboratorio, sin esos ciclos, no desarrollan la misma tolerancia.
Más allá de la curiosidad científica, los investigadores creen que este fenómeno puede tener aplicaciones médicas en humanos, especialmente en el campo de los trasplantes. «Si algún día logramos congelar órganos sin dañarlos, se podría ganar un tiempo precioso para salvar vidas», concluye Larson.