Mover una piedra de más de dos toneladas sin ruedas ni grúas no era solo cuestión de fuerza. El transporte fluvial permitía a las comunidades prehistóricas superar distancias largas cuando no había caminos trazados ni infraestructura terrestre útil. A lo largo de ríos o estuarios navegables, los objetos pesados podían avanzar sobre barcas rudimentarias, empujadas por palas o corrientes, en trayectos lentos pero viables.
Esa capacidad logística transformó la movilidad en tiempos antiguos y amplió el radio de acción de las poblaciones asentadas lejos de los recursos más valiosos. En la cuenca baja del Guadalquivir, hace unos 5.000 años, se empleó este sistema para desplazar un bloque de piedra único hasta su destino final.
Un viaje de decenas de kilómetros por agua cambió la historia de un dolmen
Una piedra rectangular de casi un metro cúbico, tallada en una roca que no se encuentra en toda la comarca, fue colocada hace entre 4.544 y 3.227 años antes de nuestra era en el interior del dolmen de Matarrubilla, en Valencina de la Concepción.
Así lo confirma un estudio publicado en la Journal of Archaeological Science, que atribuye su procedencia a un afloramiento situado en la actual zona de Las Cabezas de San Juan, en el margen oriental del antiguo golfo del Guadalquivir. Ese brazo de mar, ya desaparecido, separaba las dos orillas y solo podía cruzarse por agua.
El análisis geoarqueológico, morfométrico y cronológico ha permitido demostrar que esta piedra —una cataclasita yesífera con vetas verdes, blancas y rojizas— fue transportada por vía fluvial o marítima en el cuarto milenio a. C. Es la primera vez que se constata este tipo de traslado en la prehistoria peninsular, aunque en otras partes de Europa ya se había documentado anteriormente. Una vez en la ribera occidental, el bloque habría sido arrastrado varios kilómetros cuesta arriba hasta su ubicación definitiva dentro del dolmen, probablemente mediante trineos o estructuras similares.
El elemento en cuestión no es un añadido secundario, sino que ocupa el centro de la cámara funeraria del tholos, una estructura circular con corredor excavada parcialmente en 1917 y completada en 1955. Con unas dimensiones de 1,7 metros de largo por 1,2 de ancho y medio metro de altura, su peso supera las dos toneladas. Además, su disposición deja tan poco espacio libre en la estancia que apenas cabe una persona de pie a los lados.
Tallar, mover y colocar la piedra fue tan complejo como construir el dolmen
Los investigadores han determinado que la piedra fue esculpida con herramientas de piedra pulida, como hachas o azuelas, y que sus marcas son compatibles con trabajos en madera. Según señala el artículo, las huellas se reparten por todas sus caras, lo que indica que fue modelada antes de la construcción del monumento que la contiene. Esto descarta que se introdujera ya terminado el dolmen, cuyo estrecho pasillo no habría permitido su paso sin desmontar la estructura.
Para establecer su datación, el equipo aplicó la técnica de luminiscencia ópticamente estimulada, que mide el tiempo desde que los sedimentos quedaron enterrados sin recibir luz. El resultado sitúa la colocación del bloque varios siglos antes de que se levantara el propio tholos, cuya antigüedad se estima entre los años 2.700 y 2.400 antes de Cristo. Esta diferencia temporal sugiere que la pieza pudo formar parte de una construcción anterior, ya desaparecida, en la misma localización.
Además de su singularidad cronológica, el bloque destaca por su litología. La cataclasita yesífera, con sus vetas de colores contrastados, no solo no fue oculta bajo pigmentos o recubrimientos, sino que parece haber sido elegida por su aspecto. En palabras del equipo que firma el estudio, “la roca fue seleccionada por sus características visuales y su tamaño, lo que implicó un esfuerzo de transporte considerable”.
La localización de los afloramientos de esta piedra especial al sur del antiguo cauce implicaba forzosamente cruzar el golfo del Guadalquivir. Según el artículo, “el transporte de esta piedra habría requerido el uso de algún tipo de embarcación, ya que el terreno entre el punto de extracción y el destino estaba inundado en esa época”.
Ese movimiento anticipa la complejidad técnica de la sociedad asentada en el actual término municipal de Valencina, cuya actividad constructiva y funeraria alcanzó su máximo desarrollo en la Edad del Cobre. Sin embargo, la antigüedad del bloque de Matarrubilla demuestra que incluso antes de ese apogeo ya existía un conocimiento avanzado en logística, tallado y movilidad de materiales.