Borja Bencomo: “En Anaga es más fácil organizar una carrera para 'runners' que tener una cabra en tu parcela”

Borja Bencomo, frente a los límites del macizo de Anaga visto desde Santa Cruz

D. J. Hernández

Santa Cruz de Tenerife —

Borja Bencomo no nació en Anaga, pero vive allí actualmente y es un enamorado del macizo. Hace años se trasladó a vivir a Taganana, donde además tiene un negocio. Pero Borja no es solo un vecino más de la zona hoy declarada parque rural y, por lo tanto, espacio natural protegido, sino que es un habitante concienciado y decidido a alzar al voz para lograr mejorar desde la Asociación de Vecinos La Voz del Valle el día a día de los habitantes del macizo, y que se les garantice a todos, incluido a él mismo, que a la hora de explotar el potencial turístico de la zona se tenga en cuenta a la propia población que allí habita, que se les incluya y no se les deje de lado mientras empresas de otros lugares de la isla o incluso extranjeras sacan rédito de uno de los enclaves más hermosos de Tenerife, también declarado Reserva de la Biosfera.

La declaración de parque rural protege el entorno natural del macizo de Anaga, pero ¿cómo afecta a la población residente?

La situación que motivó la declaración de los espacios naturales, y más concretamente de los espacios rurales, es muy diferente de la situación que realmente padecen esos espacios. A lo mejor en un principio fueron normativas muy conservacionistas, pero durante este tiempo se ha ido perdiendo población en esas zonas debido, entre otras cosas, a esa propia normativa, que está en contradicción con la propia ley (de rango superior). Es un asunto complicado... En resumen, no se está cumpliendo la ley de espacios naturales por dos motivos principales: no hay ni ha habido en 25 años ningún plan ni estrategia por parte del Cabildo para favorecer el desarrollo socioeconómico en la zona o que se promueva el emprendimiento; y por otro lado, las normativas ambiental y urbanística hacen que la propia población local viva casi como restringida en las que han sido sus formas tradicionales de vida. Tener una cabra es más difícil en Anaga que organizar una carrera de runners dentro del parque rural.

¿Y cuáles son los principales problemas a los que se enfrentan?

En 1995 se declara la Ley de Espacios Naturales de Canarias y se plantea una serie de normativas medioambientales y urbanísticas que afectan principalmente a la población local. Son unas normativas que han hecho que los objetivos de la declaración del parque rural, según la Ley de Espacios Naturales, se puede decir que hoy no se cumplen, al menos no algunos de los principales objetivos de la ley, como son la conservación del medio natural, el mantenimiento y la conservación de las formas de vida tradicionales (se entiende que son la agricultura y la ganadería de la zona), y el desarrollo socioeconómico. La normativa medioambiental hace muy difícil cualquier tipo de trabajo en una propiedad privada, en el caso, por ejemplo, de que se te caiga un muro en tu parcela. Empiezan todo tipo de papeleos burocráticos a diferentes niveles (parque rural, Ayuntamiento...) que hacen muy difícil la tramitación para cualquier persona, de los pocos que van quedando y que además tienen una formación relativamente baja. Eso no significa que la gente de Taganana, por ejemplo, no tenga formación en general, pero sí que ocurre que la gente mayor no tiene demasiada. Desde el punto de vista urbanístico, los hijos de los habitantes que quedan se han tenido que ir fuera del macizo porque la normativa urbanística actual impide que, por ejemplo, si en Taganana no existiese ya el pueblo, este pudiera ser construido. La gente, cuando va a hacerse una casa o a hacer una reforma o arreglar un muro caído, o a mover una especie vegetal como una palmera dentro de tu parcela porque quieres hacer un cuarto para tus hijos, se encuentra con que todos son problemas. Si quieres una parcela para construir hay más problemas aún, porque se exigen unas parcelas que, según la división de la propiedad de la tierra, no se encuentran allí. El urbanismo en Anaga siempre ha sido distinto al de los chalés adosados. Es muy difícil desarrollar un plan parcial en Anaga, entre otras cosas porque las pendientes son muy pronunciadas. Entonces resulta que tenemos que la gente que quiere vivir en Anaga no puede y a la gente que vive ya allí se les dificulta el hecho de seguir viviendo. Por ejemplo, las cabras. Una de las formas tradicionales de vida allí es la ganadería, que es objeto de la declaración en la normativa del parque rural de Anaga. Pues bien, se hace tan difícil el mantenimiento y la inversión que, si tú quieres tener una cabrita o dos, al final acabas renunciando a ellas porque los condicionantes sanitarios, veterinarios y medioambientales son demasiados... Pero las cabras han estado ahí toda la vida. Ahora mismo los impactos [sobre el parque rural] realmente vienen más de la actividad turística o del ocio de la población de Tenerife sobre esos espacios que de la propia población que queda allí.

¿Qué pediría para acabar con esta situación?

Lo que nosotros planteamos es que se cumpla la legislación para los parques rurales, toda ella, incluida la garantía de pervivencia de las formas de vida tradicionales en la zona y el desarrollo socioeconómico de las zonas afectadas, porque ahora mismo la ley no se cumple. Lo que decimos es que se cumpla, y si no se puede cumplir o no se quiere hacer cumplir, cambiémosla.

¿Diría que compensa el hecho de que se haya declarado a Anaga parque rural?

Claro que compensa a la zona, pero no a sus habitantes. Por supuesto que compensa a la isla para preservar sus espacios naturales, y ojalá fueran más, pero tendrían que haberse buscado fórmulas jurídicas para una verdadera reconversión, pues solo hay un modelo, el turismo de sol y playa. Hoy nos encontramos unas islas cada vez más machacadas.

¿Cuál cree que ha sido la causa de esa falta de estrategia para lograr el desarrollo en la zona?

Pienso que el objeto de la ley no se cumple ni se ha hecho nada para que se cumpla. No creo que sea un plan premeditado, pero la labor del parque rural como entidad ha sido más la de velar por la conservación de determinadas especies vegetales (lo cual está muy bien) que la de continuar con el desarrollo de los otros dos objetos de la ley (impulso socioeconómico de las poblaciones afectadas y garantizar la pervivencia y conservación de las formas de vida tradicionales).

¿Cuál es la situación actual de los comerciantes en la zona de Anaga?

El comercio no existe. Lo poco que hay es muy puntual y se reduce a un pequeño punto de venta en la playa del Roque de las Bodegas. Hay alguna ventita aislada que subsiste, como en Afur, en Taganana o en Almáciga. Y el resto de empresas que hay, me refiero a que tengan sede en la zona de Anaga, son empresas de restauración, que, salvo dos excepciones en todo el macizo, ofrecen una restauración basada en la gastronomía tradicional canaria.

¿Faltan negocios en la zona que impulsen ese desarrollo económico? ¿Qué modelos de negocio podrían funcionar?

Hay un hándicap, que es que la población no tiene demasiada formación. No es lo mismo una zona con gente formada y que ha viajado, que gente sin formación y que prácticamente no ha salido nunca o casi nunca del macizo. Eso hay que valorarlo a la hora de plantear estrategias. Tampoco nos han hecho valorar en Canarias, en los más de 30 años que llevamos de estatuto, lo nuestro, y por ejemplo el agricultor siempre ha sido un pobre hombre que se tenía que buscar la vida como podía para plantar papas, más allá de lo que son los círculos de las subvenciones, que a él no le han llegado, como sí ha ocurrido con el tomate o el plátano. Lo mismo con la ganadería. Casi parece que es un estigma el que tu padre o tu abuelo fueran pastores. En cuanto al turismo, hay una serie de nichos de negocio que están absolutamente copados, en una isla que, en mi opinión, ya está saturada. Es muy difícil insertar a la población local en los circuitos turísticos comerciales. En primer lugar, esa inserción no se podría hacer de la noche a la mañana, sino a través de estrategias de apoyo a medio y largo plazo, para que el que quiera vivir en Anaga y formar allí su familia pueda hacerlo, y que el macizo siga teniendo vida. No hay ni un solo niño en las escuelas rurales de Anaga. Y las administraciones son conscientes de esto. Las inercias turísticas han ido en otra dirección. Celebramos los tres millones de turistas, cuatro millones, cinco millones... pero ¿cómo se gestiona eso? En Anaga hay dos modelos principales de turismo: uno es el turismo de las guaguas y otro el turismo activo. La gente que vive en Anaga no sabe idiomas. Entonces los que están explotando ahora mismo el potencial de la zona son los operadores turísticos externos. Tiene que haber una estrategia en la que la población esté insertada en ese modelo turístico. Quedan muchos nichos de negocio, pequeños, obviamente, pero creo que empieza a llegar un tipo de turista sensible hacia determinados temas, al que no le basta con subir al Teide y hacerse la foto, sino que está interesado en vivir ciertas experiencias, como podría ser, por ejemplo, entrar en una finca tradicional canaria y conocer por boca de alguien local, de la zona, cómo se trabaja la tierra o se hacen determinados productos. Anaga también es un parque arqueológico. Hay muchos recursos de este tipo. Se podría visitar una bodega o hacer rutas a caballo, pero esto está prohibido. Se hacen quesos en Anaga, pero no se hace nada por sacarlos a la luz.

¿Se está dejando fuera a la población local?

Se necesita una estrategia de la administración pública, pero allí hay cuatro administraciones implicadas y cada uno tira para su lado. Se hacen reuniones, convocadas desde cierta administración y a las que asisten operadores externos y nadie de la población local, en las que se vende aquello como un espacio en el que se puede hacer de todo. Turismo de Tenerife incluso promociona actividades allí prohibidas, incluso en audiovisuales presentados en ferias internacionales.

¿Qué actividades?

Como el turismo con bicicleta de montaña, descenso y cosas así. Vienen varios furgones repletos de bicicletas, con lo que es una actividad organizada, y hay gente que viene de fuera a eso nada más. Sin embargo, yo quiero podar unas cañas (especie vegetal invasora) que tengo frente a mi negocio y llega un guardia y me dice que me va a multar. Tras ocho meses de tramitación de un permiso recibo un escrito del Consejo Insular de Aguas diciendo que han recibido mi solicitud, pero que al ser una especie vegetal, aunque sea foránea e invasora, deben consultarlo con Política Territorial. El Ayuntamiento no está presente. Se resuelven problemas, pero de forma puntual, a ti o a ti... Y eso va generando un ambiente en el que hay muchas cosas que denunciar, pero en el que es mejor no hacerlo para evitar problemas.

¿Qué ha cambiado para que la situación llegue a donde está? ¿Cómo afecta el incremento del número de turistas en la isla?

Los cinco millones de turistas antes se quedaban en las piscinas de los hoteles, pero ahora están saliendo de esos espacios a conocer más la isla. Siempre ha habido excursiones a Taganana, pero nunca bajaban 20 guaguas y 400 coches de alquiler. A lugares donde antes no llegaban los turistas, ahora sí lo hacen. Ya no se quedan solo en las piscinas, sino que buscan espacios naturales. Y lo que pasa es que llegan a espacios que no están preparados. Hay un falta absoluta de infraestructuras, y también de servicios. Llegan más de 3.000 personas al día a Taganana, pero no hay aparcamientos, no hay socorristas, no hay duchas, no hay limpieza, no hay vigilancia (y hay robos prácticamente todos los días en Anaga). Entonces tenemos una gran administración que empieza a ser un problema porque es tal la burocracia que existe en Canarias que se generan disfunciones brutales, y más en territorios que están afectados por diferentes tipos de normativas que gestionan distintas consejerías, que a su vez tienen problemas transversales, y cito uno: a Taganana llegan más de 3.000 turistas al día y hay una sola persona para limpiar el núcleo de Taganana, el casco de El Roque, el caserío y la playa del Roque de las Bodegas, el caserío y la playa de Almáciga, y el caserío y la playa de Benijo. Las playas son peligrosas y no hay socorristas. Si el mar está malo, la seguridad en la zona del embarcadero depende de que yo y otros vecinos cerremos una puerta de acceso. No hay ni un cartel que advierta de los peligros de esa zona. Ante el problema de la falta de aparcamiento, hay un sitio en la playa de Almáciga donde un señor ha cogido un terreno que es de su propiedad y cobra tres euros a cada coche por aparcar. Si el terreno es rústico para una cosa, también debe serlo para otras, con lo que ahí no puede haber un aparcamiento. Y las administraciones lo saben, pero como hay una gran demanda de sitio donde aparcar, aun sabiendo que se está cometiendo una ilegalidad, que hay una actividad económica ilegal, miran para otro lado porque si no se armaría un lío.

¿Cuál es la sensación de los vecinos de la zona? ¿Cómo se siente usted concretamente?

Abandonado y descreído. Yo no he hecho un cálculo de la dimensión económica de las actividades de las empresas externas, pero te puedo asegurar que no es una cifra disparatada decir que, si por Anaga pasan unas 25 guaguas diarias (sobre todo en temporada alta) con una media de unas 40 personas dentro y cada una ha pagado por esa excursión unos 50 euros, se generan unos 50.000 euros diarios con esas rutas organizadas. Este negocio está en manos de turoperadores. ¿Sería lógico prohibir el tráfico de este tipo de guaguas? Pues sí. Ya se tomó una iniciativa que fue la de hacer que todas las guaguas entren por la carretera en un sentido y salgan por otra, con lo que no se encuentran de frente dos en la misma carretera. Pero los demás conductores sí que nos las encontramos de frente, y a veces se saturan las carreteras. Cuando se juntan un ciclista, un coche y un guagua te puedes volver loco. Esto no ocurre todos los días, pero casi. Yo he llegado a contar hasta 27 veces que me tuve que detener en un tramo de ocho kilómetros.

¿Y el turismo de cruceros?

Es otro problema nuevo. Los cruceros han aprovechado la escala en la isla para vender excursiones en las que suben al macizo a unas 30 personas, en condiciones físicas muy variadas y con un supuesto guía. Aquí en Tenerife, si tú eres guía tienes que superar un examen. Yo puedo querer desarrollar un producto turístico muy concreto en Anaga, pero debo examinarme sobre contenidos del Teide, entre otras cosas, aunque yo no tenga ninguna intención de hacer una ruta en el parque nacional, pero me tengo que saber la excursión del Teide. Sin embargo, se baja en el puerto un señor de un crucero que no tiene titulación ninguna y lleva una excursión a Anaga. Los propios guías que hay ahora de turismo activo, muchos de ellos son gente que ha cogido una furgoneta, la llena de turistas, les da una vuelta y hacen senderismo o diversas actividades. Estos guías tienen que tener esa titulación y, sin embargo, los hoteles están exentos. Cualquiera en un hotel puede ofertar estas excursiones, reunir a varios turistas y venir, sin necesidad de titulación alguna. Lo que vemos es que sobre un mismo espacio hay, no solo diferentes realidades, sino diferentes controles sobre esas realidades, todo en un maremágnum en el que se están produciendo más problemas que nunca, entre otras cosas por lo que mencionaba de que cada vez hay más turistas y estos salen más de sus hoteles. Lo que se encuentran es una isla que no está preparada. Y lo que sucede en Taganana también pasa en Taborno cada fin de semana y cada día en la Cruz del Carmen, que es para grabarlo lo que ocurre allí, con coches aparcados hasta en los arcenes de la carretera. Y el colapso afecta no solo al turismo, sino también a los hospitales, a los colegios, las carreteras... pero se sigue hablando de ampliar el aeropuerto.

¿Se está formando un movimiento vecinal en Anaga para lograr un plan de desarrollo que incluya a la población local?

Lo que está ocurriendo es que está aumento el nivel de malestar de la gente. A la población de Anaga le cuesta organizarse; estamos muy lejos unos de otros y con realidades muy diferentes. No es lo mismo la gente que vive en la cumbre que los que viven en la costa, pero sí hay un malestar creciente.

¿Se ha dado algún paso para intentar organizarse?

Hubo un germen de una plataforma por Anaga. Está latente pero no se concreta ninguna acción y donde sí está habiendo una organización algo más activa, aparte de la Asociación de Vecinos La Voz del Valle, es en San Andrés, no solo con el tema de la ordenación de Las Teresitas, sino con el del parque rural, porque muchos vecinos tienen terrenos o parcelas dentro.

¿Cuentan con algún tipo de apoyo?

La verdad es que no. Nos encontramos muy solos. Ni CC ni PP ni PSOE nos han apoyado, y Podemos, con la escisión de Sí Se Puede, llevan poco tiempo en las instituciones y tiene sus propios problemas internos. Lo cierto es que hoy por hoy los espacios naturales están siendo más amenazados que nunca, están sufriendo mayor presión que nunca y estamos como una nave a la deriva.

Tal cual está planteado actualmente, ¿es compatible el desarrollo económico de la zona con la protección del entorno?

Sí, pero se está dejando fuera a la población local y beneficiando a operadores y empresas turísticas externas.

¿Qué soluciones plantea usted?

Habría que empezar por un plan piloto y por establecer acciones administrativas que hagan pensar a la población que se va a tomar en serio la conservación de los espacios naturales. Estos espacios están, existen, pero el problema es que no se gestionan o se gestionan de manera incompleta, solo algunas especies vegetales, a las que tienen localizadas y visitan periódicamente. De resto, poco más se hace. Si se cae un árbol y hay que retirarlo, si llueve y hay que limpiar las carreteras, eso se hace, pero lo que es la gestión del parque, con un equipo de emprendedores o personas que gestionen el desarrollo de la zona, eso no existe. Siempre pienso en el mismo ejemplo: si yo fuera un turista con dinero para gastarlo el día que visito el parque rural, más allá de ir a comer, no tengo dónde gastármelo. Soluciones hay muchas, pero lo que hay que hacer es empezar a gestionar. ¿Queremos un camping en Almáciga (sobre todo por la saturación que hay en verano) o no lo queremos? Pues que se tome una decisión, pero lo que no pueden hacer es lo que hacen: que unos fines de semana se mande a la policía y otros fines de semana no, que no haya ningún cartel con información para el visitante que refleje todas las opciones que tiene en la zona (sean pocas o sean muchas). A lo mejor a alguien le apetece comprar un queso y de paso le está haciendo un favor al pueblo. Que se ocupen un poco de aquel espacio.

¿Tiene futuro el modo de vida tradicional dentro del desarrollo económico actual?

Me imagino que con la presión demográfica que tiene Tenerife, también en materia urbanística, ambos modelos van a tener que coexistir y convivir. Lo que es indiscutible es que esto va a más; por eso, ya hay que empezar a destinar medios y a gestionarlos bien para solventar los problemas que surjan. Lo que no podemos es seguir paralizados por procesos administrativos que se eternizan y no se resuelven mientras el problema sigue creciendo.

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