Este evento revolucionó Barcelona hace 100 años y creó los monumentos más emblemáticos hoy

La Barcelona que conocemos hoy —la de la montaña de Montjuïc convertida en pulmón cultural, la del Palacio Nacional, la Fuente Mágica o el racionalismo del Pabellón de Alemania— no existiría sin la Exposición Internacional de Barcelona de 1929. Aquel certamen, concebido para proyectar la industria catalana al exterior, terminó provocando una metamorfosis urbana de enorme alcance. Durante ocho meses, entre mayo de 1929 y enero de 1930, Montjuïc fue un escaparate mundial que situó a Barcelona en un punto de avance arquitectónico que todavía hoy estructura su identidad.

La ciudad había vivido un primer gran impulso con la Exposición Universal de 1888, pero la de 1929 se encaró con un objetivo mucho más ambicioso: presentar los nuevos lenguajes arquitectónicos, desde el clasicismo del novecentismo hasta las vanguardias racionalistas. El resultado fue un mosaico de estilos que, lejos de diluirse, terminó consolidándose como una de las señas de identidad de la capital catalana.

Un proyecto que tardó décadas en definirse

La idea de organizar una Exposición Internacional de Barcelona rondaba desde 1905, promovida por Josep Puig i Cadafalch dentro del gran debate urbanístico del momento. La ubicación definitiva —la montaña de Montjuïc— se decidió en 1913, pero las obras se eternizaron entre expropiaciones, debates políticos, retrasos presupuestarios y la llegada de la dictadura de Primo de Rivera.

El recinto se concibió inicialmente como una muestra dedicada a las industrias eléctricas, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial obligó a posponerlo. Cuando el proyecto se reactivó, ya no respondía a un solo sector: industria, deporte y arte compartieron protagonismo y dieron forma a un programa mucho más transversal.

Entre 1917 y 1923 se urbanizó Montjuïc, se diseñaron los jardines mediterráneos de Forestier y Rubió i Tudurí, y se construyó el funicular. A partir de entonces, la transformación avanzó sin pausa hasta 1929. La inauguración oficial la presidió Alfonso XIII y reunió a 200.000 personas.

Los edificios que cambiaron para siempre la silueta de Montjuïc

El certamen dejó un legado monumental que hoy define la zona alta de la ciudad. El más reconocible es el Palacio Nacional, un edificio de estilo clasicista monumental que debía albergar más de 5.000 obras de arte español. Su cúpula central y sus torres laterales fueron diseñadas para transmitir grandiosidad, aunque la rapidez con la que se construyó acabó generando graves problemas estructurales años después.

Frente al palacio se desplegó la Fuente Mágica, obra de Carles Buïgas, que se convirtió en un hito tecnológico: una coreografía de luz, agua y color que sigue siendo uno de los reclamos más populares de Barcelona. Todo este eje monumental se completó con la avenida de la Reina Maria Cristina, presidida por torres inspiradas en el campanile veneciano.

Pero el edificio que marcaría un antes y un después en la arquitectura internacional fue el Pabellón de Alemania, diseñado por Ludwig Mies van der Rohe. Allí se presentaron, por primera vez en España, los principios del racionalismo: líneas puras, materiales nobles, espacios fluidos. Aunque el pabellón original se desmontó al finalizar la exposición, su reconstrucción en los años ochenta lo convirtió en un lugar de peregrinaje para estudiantes de arquitectura de todo el mundo.

La Barcelona que empezó en 1929

A pesar del déficit económico que dejó la exposición, el impacto social y urbano fue enorme. La remodelación de Montjuïc consolidó el nacimiento del gran parque cultural que hoy reúne museos, teatros y equipamientos deportivos, una transformación que sería clave décadas después para los Juegos Olímpicos de 1992.

La exposición también marcó el tránsito entre el modernismo y el novecentismo, y abrió las puertas a las vanguardias que llegarían con más fuerza en los años treinta. Muchos de sus edificios continúan en uso: el Palacio Nacional es hoy la sede del MNAC; la Fuente Mágica sigue iluminando las noches barcelonesas; y el Pabellón de Alemania se mantiene como símbolo de un momento en que Barcelona se atrevió a mirar al futuro.

Un siglo después, aquel certamen celebrado en la cima de Montjuïc revela su verdadera dimensión: no fue solo un evento, sino el origen de una nueva etapa urbana. La Exposición Internacional de Barcelona no solo modernizó la ciudad, sino que la proyectó al mundo con una identidad arquitectónica que todavía hoy continúa marcando su horizonte.