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Torra y Rivera: unidos para siempre

Torra acude a una reunión de JxCat en plena incertidumbre sobre consellers

María Eugenia R. Palop

Quim Torra ha llegado a la presidencia de la Generalitat con el discurso supremacista de la extrema derecha europea y Albert Rivera pretende presidir este país con un discurso parecido. Hablar de catalanes o de españoles, a estos efectos, es del todo irrelevante. Torra y Rivera son las dos caras de la misma moneda. Ambos crecen echando gasolina al fuego, generando confrontación y hostilidad, y buscando chivos expiatorios o enemigos interiores fácilmente identificables. Inmigrantes o charnegos, lo mismo da. Ellos no son ni de izquierdas, ni de derechas, porque solo ven nacionales, y en su proyecto no resulta tan importante el programa como la propaganda. Torra y Rivera no son políticos, sino comerciales; son agentes de movilización del resentimiento que bailan a golpe de audiencia. Por eso Torra usa a las izquierdas para legitimarse blanqueando su imagen con el apoyo de la CUP y la alianza de ERC, y Rivera ha escogido a Manuel Valls como candidato en Barcelona.

Un “socialdemócrata” que tomó medidas xenófobas contra los gitanos, animado por la aceptación popular que tenía el discurso de Le Pen en Francia, y que actuó como su caja de resonancia fomentando la cultura del miedo, la desconfianza y la sospecha. El modo en que la lectura esquemática y maniquea de la realidad, propia de la ultraderecha, ha marcado la agenda política de los partidos aparentemente “progresistas” en Europa es lo que se ha llamado la “lepenización de los espíritus”. A ERC y a la CUP les marca el ritmo un president convergente, y al PSOE se lo empieza a marcar Ciudadanos.

Torra y Rivera pretenden alcanzar consensos amplios entre sectores sociales heterogéneos y alineamientos políticos distintos; aprovecharse de la volatilidad del voto apelando a una retórica supraclasista y dirigiéndose a los “suyos” en términos de valores e identidad. Se sustituye así, el conflicto de clase por la unión interclasista que representa la comunidad nacional. Aparentemente, la identidad aquí no tiene nada que ver con reminiscencias esencialistas, sino que se construye a partir de supuestos vínculos cívico-políticos que unifican reivindicaciones diversas. No hay razas, ni sexos, ni clases. No importan tus orígenes, ni el lugar en el que has nacido, ni si eres empresario o trabajador, rico o pobre, mujer o varón, porque lo que a todos nos une es que somos catalanes o españoles, y no es preciso entrar en detalles. Basta hablar de una “ciudadanía” que asegure a los propios el acceso a un abanico particular de privilegios.

Tanto la catalanidad convergente como la “plataforma ciudadana” de los naranja, apelan a un “nosotros” abstracto, desencarnado y huero, con el que vivencialmente solo pueden identificarse fanáticos futboleros y hooligans del banderismo. Una tábula rasa que esconde las diferencias para no ocuparse de ellas y en la que intencionadamente se confunde “respetar la diversidad” con el simple hecho de obviarla. Un no lugar en el que los vínculos no son reales, ni materiales, ni escogidos, sino extrañas construcciones arquetípicas elaboradas por los tecnócratas de la política. Un espacio en el que nadie sensato puede reconocerse. Un “nosotros” abstracto que esconde xenofobia, machismo y clasismo, porque negar las diferencias relevantes no las hace desaparecer, sino que las profundiza.

Se explica así que Ciudadanos sea un partido antiparitario, ferviente defensor de la falacia meritocrática que se ceba con las mujeres. Se explica su visión de la violencia machista como una violencia más, sus propuestas antifeministas y su cultura masculinizante. Y no es casualidad que, recíprocamente, el Govern nombrado por Torra contenga una cantidad irrisoria de mujeres y haya sido capaz de emitir en público una frase tan demoledora como “el Estado español acabará llamando a mi mujer para indicarle qué tiene que hacerme de cena”.

En el ámbito social, estos partidos alientan la lucha del penúltimo contra el último, el enfrentamiento de los que tienen poco con lo que no tienen nada, de los que han llegado antes con los que han llegado después. Y frente una precarización corregida y aumentada, a la que contribuyen con entusiasmo, ofrecen el elemento aglutinador, la estabilidad y la seguridad, que proporciona la nación, el Estado, la tradición o la cultura propia; un placebo a base de banderas e himnos inflamados. Ellos son los únicos que defienden los intereses de los ciudadanos “nacionales” (catalanes o españoles), sea canalizándolos hacia el independentismo o hacia la recentralización.

De manera que el patriotismo “decente” de Rivera o la “patria civil” de Arrimadas, no se diferencian en nada del “nacionalismo indecente” de Torra, porque son frutos por igual del racismo cultural y del chovinismo del bienestar.

Ambos son segregacionistas, excluyentes y estatalistas, porque, aunque utilizan una retórica aleccionadora de la sociedad civil, buscan subsumir lo social en un imaginario de Estado fuerte. No en vano Puigdemont quiere bautizar su nuevo partido como Moviment 1 d'Octubre, apropiándose de aquello que en el Procés ha sido un movimiento popular diverso y no solamente de aparato.

Ninguno se vende como eurófobo pero son tan incompatibles con la España plural como con la Europa plural que necesitamos. De hecho, la Europa “liberal” que tanto les interesa (y que comparten en el Parlamento Europeo formando parte del mismo grupo), no está interesada en sus derivas autoritarias de corte nacionalista. Por eso no es extraño que la Comisión Europea haya reprobado los tuits de Torra y, de seguir viendo solo españoles por el mundo, no será extraño tampoco que Albert Rivera acabe en el mismo saco. Gesticular como Macron o querer ser Macron no te convierte automáticamente en Macron, sobre todo cuando no tienes una Le Pen al lado con la que compararte o competir.

Lo que intentan Torra y Rivera es un “revuelva y agite” que nos lleve a una rebelión conformista. Ambos denuncian una democracia secuestrada y son críticos furibundos de la corrupción sistémica, pero los dos son un subproducto del mismo sistema al que critican y no han llegado hasta aquí para derribarlo, sino para apuntalarlo frente a la irrupción plebeya y el cambio de las élites. De hecho, uno de los artículos más agresivos de Torra fue el que dedicó al 15M de Barcelona cuando rodeó el Parlament para protestar contra la política de recortes de Artur Mas.

Torra y Rivera lo quieren todo. Apropiarse de la totalidad de Catalunya uno y del conjunto de España el otro, y como lo suyo no son las ideas sino la táctica calculada, harán lo que tengan que hacer para conseguirlo. Su límite será, únicamente, la aniquilación del otro porque la muerte del gemelo sería el fin de la munición que necesitan para crecer.

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