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Cómo ser padre en la era de 'Frozen'

Un padre acompaña a su hija a un evento sobre Frozen en Londres.

Felipe G. Gil

De repente te encuentras estrangulando a uno de tus mejores amigos. No sabes cómo has llegado ahí, ni qué día es, ni siquiera si hace frío o calor. Pero estás apretando fuerte. Cuando por fin le perdonas la vida y liberas su tráquea, haces un flashback estilo CSI y recuerdas qué frase ha detonado la situación: “Este fin de semana pienso dormir 12 horas cada día”. Obviamente se trata de un amigo sin hijos al que envidias profundamente. Y tú estás ante el primer mes de vida de tu segunda hija.

A ver, no es por no dormir. No dormir es algo que se hace voluntariamente en ocasiones y que puede llegar a ser muy placentero. El tema es no llegar. Porque una de las cosas que a la fuerza te enseña la paternidad, y la crianza o los cuidados en general, es a ser consciente de tus limitaciones.

Hay señales muy evidentes que lo prueban, como estar viendo tu serie preferida a las 22:00 y quedarte dormido en el sofá porque no puedes más después de un día que tampoco ha sido especialmente ajetreado. O que a las 9:00 AM, y tras dejar a tu hija mayor en el cole, tengas una To-do-List super-pro digitalizada-y-transmedia (porque la tienes también en papel ecológico y reciclable) con 15 cosas por hacer y cuando ha terminado la mañana solo has hecho dos y una de ellas la has hecho mal.

Salvo para los superhombres, los emprendedores que abren startups y los runners, la paternidad consiste fundamentalmente en, mientras que dejan de entrarte algunos pantalones, ir aceptando que no eres capaz de importar los relatos heroicos que tanto te gustan de películas o deportes para llegar a hacer todo lo que te has propuesto. Algo falla con el mito del individuo-que-todo-lo-puede, amigos. Eso sí, el Minoxidil y las pastillas de Finasteride para no quedarme calvo las tomaré hasta que me muera. Quedarme calvo, no, eso no voy a aceptarlo (muy adulto, lo sé).

Luego está Lo Sherpa. Si bien es cierto que en parejas heterosexuales la mayor carga la siguen soportando las mujeres (porque sus cuatro meses de baja de maternidad las empujan a estar en casa al tiempo que nuestro escaso mes nos empuja a volver al trabajo asalariado) y que para un hombre la gripe puede ser tan dolorosa como estar dilatando en un parto, hay innumerables pruebas que documentan todo tipo de situaciones donde los carruajes de Mad Max o los carritos callejeros de los chatarreros ambulantes se quedan en pañales con respecto a lo que un padre es capaz de llegar a cargar simultáneamente en distintos medios de transporte (carritos, bicicletas, coches). Así que el padre es una suerte de Sherpa capaz de desafiar las leyes básicas de la ingeniería para llevar cosas de un sitio a otro.

Pero sin duda, lo que puede marcar hoy tu paternidad es claramente Frozen. Antes de nada, dejemos claro que Frozen es magnética y no distingue ni de géneros ni de edades para seducir. Yo ya me sé diálogos enteros. Aún recuerdo cuando intenté ponerle las Supernenas en un cumple y los niños y niñas me miraron en plan: “WTF, ponnos algo de 2016 como mínimo ya”. El 4K va en vena, señoras y señores.

El caso es que hay una anécdota muy representativa que me sucedió en el Puerto de Santa María. Era una época en la que mi hija mayor veía Frozen a diario. Por más que yo me haya disfrazado de Ana para jugar a ser la hermana de Elsa, esa clase de tortura solo puede terminar como la más efectiva de las propagandas. Está tan metido en tu córtex cerebral que lo tarareas y lo cantas sin darte cuenta. Así que entrando en el servicio de un bar, sin percibir que estaba acompañado comencé a canturrear: “Libreee soooy, libreeeee sooooy”. Hasta que vi que en uno de los urinarios había otro hombre de mediana edad como yo. Se estaba sujetando su miembro mientras meaba, claro. Intercambiamos unas miradas, siempre esquivas, ya se sabe. En los baños de tíos hay que estar poco tiempo, no hacer ruido y no mirarse. Son las reglas. Pero en el fondo y absurdamente yo estaba cortado. Porque aunque uno no quiera participar de esas reglas pesan lo suficiente como para que en ocasiones dé pudor, pereza e inseguridad enfrentarse a ellas. Cuando no sabía muy bien qué decir o hacer (a parte de mear) de repente escuché un leve pero nítido: “no puedo ocultarlo más…”. Y la risa terminó de hackear nuestra masculinidad de vestuario para situarnos en el terreno común de la paternidad.

Siendo padre se aprenden muchas cosas que antes desconocías. Por ejemplo, aprendes a ponerle calcetines a un Playmobil. O al menos esa es la sensación que tienes cuando pones calcetines a tu bebé. La ropa en general de bebé supone un galimatías que merece una reflexión profunda sobre la naturaleza humana: ¿Por qué diantres no hay consenso sobre si los broches de los pijamas deben ir delante o detrás? ¿Eh? A la industria tecnológica bien que le pedimos que haya estándares como el USB. Pues eso, necesitamos dejar claro de una vez donde van los dichosos broches. O, ¿a quién se ha ocurrido que es buena idea poner botones en la ropa de bebé? ¿Sabéis lo difícil que es para una persona que en vez de dedos tiene plátanos (yo) poner 10 de esos botones en menos de una hora? Aunque algo me dice que esto tiene que ver con una grave falta de pericia por mi parte y no tanto con una conspiración a nivel global...

Otro de los aprendizajes por excelencia es el Máster de Diplomacia que supone ir a un parque con tu hija. Los parques públicos son un fiel reflejo de la sociedad. Se supone que hay una serie de normas de convivencia que rigen el espacio. Pero cualquier pequeño incidente puede dar pie al mayor de los salvajismos. Generalmente son los niños y niñas los que dan rienda suelta a sus comportamientos más ancestrales. Y los padres y madres quienes deben sostener la cordura y enseñarles a negociar. En cambio, por alguna razón, el diálogo sosegado y los gestos de comprensión suelen ser más habituales entre mujeres que entre hombres. Los papás están ahí para solventar, no para negociar. El móvil es su gran aliado en una evasión que se ve permanentemente interrumpida por gritos que previenen una posible muerte por caída de un columpio, de un jalón de pelo o de un juguete hurtado. No son pocos los momentos donde hay que gestionar situaciones más tensas que cuando le preguntan a Rajoy en inglés.

Pero no todo es tensión en la paternidad, también hay momentos para el asueto, para pensar y reubicar tus prioridades. En mi caso, uno de esos momentos en los que suelo pensar en posibles grandes proyectos o en enfoques de textos que me gustaría escribir es mientras estoy meciendo entre mis brazos a mi hija pequeña. El proceso suele seguir una determinada pauta: al principio te concentras absolutamente en calmarla; estás de pie y la mueves con movimientos rítmicos. Podrías estar bailando house pero estás quitándole cólicos a un bebé. De repente entras en una especie de trance y el bebé por fin se relaja. Y es ahí cuando surge la magia creativa. Sin darte cuenta, ese enfoque que puede catapultarte como escritor o ese proyecto que te sacará de la precariedad emerge y de repente....¡Ratatám! Un pedo que parece que proviene de un hipopótamo. Y acto seguido: Flafff. Se caga. El gran cagadón. Y ahí es cuando todo lo que había en tu cabeza se desvanece porque comienza la 'operación cambiar pañal'.

Sin duda otra de las cosas más bonitas que puede experimentarse en una paternidad no tradicional es el colecho. La sensación de que los cuatro miembros de una familia pueden compartir espacio de descanso (que es la definición del colecho) es maravillosa. A mí sobre todo me gusta estar profundamente dormido, estar soñando que voy volando, que floto, que no tengo cargas de ningún tipo…y de repente Hulk Hogan interrumpe violentamente mi vuelo para darme un puñetazo en el ojo. Mi hija mayor acaba de darme una patada y me despierto abruptamente. Como me gusta el colecho. Colecho-catch lo llamaremos a partir de ahora.

En fin, más allá de algunas de estas cosas, unas más banales que otras aunque todas fuertemente documentadas y basadas en hechos reales, ser padre en un país donde reinan la precariedad y el machismo es todo un reto. El mundo sigue estando diseñado para convencernos del relato de que ‘todo es posible’ y la peor de las trampas se oculta sobre los privilegios que el sistema otorga a los hombres: nos aleja por defecto de los cuidados, quedando éstos relegados a una tarea que supuestamente debe hacer la mujer por defecto y debiendo suceder en el ámbito de lo doméstico.

Hacerse cargo de un ser extremadamente vulnerable te muestra la necesidad de repensar un sistema para que el desgraciadamente la crianza no ocupa un lugar central en los debates públicos, en la política y sobre todo, en la economía. Son muchas las cosas que podrían reclamarse (como derechos de paternidad y maternidad de una temporalidad mayor y que no sean transferibles). Pero sobre todas las cosas, la primera responsabilidad que tenemos los hombres que somos padres es revisar nuestra identidad colectiva y no dejarnos llevar por inercias que perpetúen el sistema tal y como lo conocemos. A parte de eso, aprenderse las canciones de Frozen seguro que ayuda.

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