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Mimbres para una “reforlución”

María Iglesias

Confieso a boca llena que hace tiempo deseaba que aparecieran voces nuevas en los partidos, disidentes con sus dirigentes, y gente con tirón que nos liderara, como sociedad civil, hacia un cambio de rumbo. No me cuesta reconocerlo porque lo he dicho y escrito a la menor oportunidad.

Estos días han saltado a primera línea, por razones distintas, Alberto Garzón (IU), Borja Sémper (PP), Beatriz Talegón (PSOE) y Ada Colau (Plataforma de Afectados por la Hipoteca). Y siento alegría porque al fin algo se mueve en dirección constructiva (mientras en TV debates políticos reemplazan a los de cotilleo y la Universidad organiza jornadas como Iniciativas constituyentes participativas que se celebra este viernes 22 en Sevilla).

Los citados son personas muy distintas y han atraído la atención por causas varias: el diputado de izquierda unida por su libro La gran estafa, la secretaria general de la juventudes socialistas internacionales por leer la cartilla a sus líderes, el secretario general de los populares en Guipúzcoa por exigir responsabilidades en el caso Gürtel-Bárcelas y la activista por lograr que el Parlamento debata la iniciativa legislativa popular (ILP) sobre la dación en pago de los pisos hipotecados.

¿Tienen algo en común? A mi modo de ver que son “treintañeros reformistas”. Para mí, buen sintagma. Miembro de la Generación de la Constitución siento llegado el momento de hacer nuestras aportaciones, abriéndonos hueco entre “los mayores”, como siempre ha ocurrido. Y, además, soy una convencida de que el camino es el reformismo. Ya sé que carece del atractivo épico que siempre ha tenido la revolución pero, ¡Cuánta sensatez cartesiana hay en el “No destruyas algo antes de saber por qué vas a reemplazarlo” (permítaseme la reformulación coloquial)! ¡Y cuántos ejemplos en la historia de cómo las revoluciones han conducido al totalitarismo! Yo, que no me tengo por crédula, creo en la democracia parlamentaria. Con sus defectos y la salvaguarda de la división de poderes y la vigilancia de la prensa. Siendo este sistema como es invención “burguesa”, no conozco otro que garantice mejor la igualdad y libertad. Garzón, Sémper y Talegón militan en los tres principales partidos españoles -evito hoy el tema de la ley electoral- e intentan reformar desde dentro. Pero también el movimiento liderado por Ada Colau ha recurrido a un instrumento del sistema para mejorarlo: la recogida de firmas para que el Parlamento considere promulgar una ley.

El reformismo carece de épica. Ya la palabra, “reformismo” da pereza. No hay cuadro equivalente a La libertad guiando al pueblo con esa Mariana de senos descubiertos abanderando la revolución.

Y, además, los ciudadanos nos hemos convertido en unos descreídos. Por eso no es difícil oír que lo de la ILP quedará en nada porque o bien la ley no se aprobará o lo hará descafeinada y que las críticas de los políticos jóvenes a sus partidos suenan a montaje para salvarles la cara, un invento de los gabinetes de comunicación, insincero. He leído una idea parecida, por ejemplo, en el artículo de un escritor, compañero de este diario, por quien siento tanta simpatía como Antonio Orejudo -sin ánimo, Antonio, de polemizar... salvo que haya charla amigable y “cafetera” de por medio.

Aunque sólo fuera una estrategia de comunicación, ya sería positivo. Al fin los periodistas que trabajan en los gabinetes de los partidos habrían entendido (o habrían logrado que éstos les escuchasen) qué espera la ciudadanía. Las palabras no son “condición suficiente, pero sí necesaria” y que Sémper y Talegón digan -como el sábado en La sexta noche-, que “a los partidos no les queda otra que echar a los corruptos” o que “Rubalcaba no puede liderar el cambio del PSOE”, son obviedades cuyo peso radica en eso: en que es lo que, hace tiempo, piensa la mayoría, ciudadana y política. Al fin se exteriorizan los pensamientos, se comparten y cobran entidad.

Que ni Garzón, ni Talegón, ni Sémper, ni Colau son perfectos... Que unos son más imperfectos que otros, que están mediatizados por militar en partidos con más o menos democracia interna... Que son más o menos naif, ingenuos, buenistas... Que el poder podría corromperles, que se equivocarán al ejercer cargos públicos... ¡Lo doy por hecho! -Yo soy de poco (o nada) mitificar, ni a Lula, ni a Obama, ni a Hollande-. ¡A ver si vamos a descubrir ahora que son humanos y tienen vanidad, y miedo al jefe, y deseo de progresar laboralmente y tentaciones y pecados “de pensamiento, palabra, obra y omisión”... como nosotros! Espero que no andemos buscando un sistema ideal, liderado por humanos sin tacha porque a poco que seamos sinceros sabremos cuando lo encontraremos.

A la mala noticia de que ese día de plena ventura no llegará sumo otra -¡Ya lo siento!-: la movilización social, nuestra puesta en pie como sociedad civil no deberá amainar nunca. Uf, ya lo sé, ¡qué trabajera! Con la de cosas que tenemos todos que hacer. Pero es que nuestra aportación no puede ser sólo votar cada cuatro años y pagar los impuestos. Que el sistema se mantenga y perfeccione es tarea colectiva. Somos muy críticos con nuestros representantes pero no estamos dispuestos a hacer su trabajo pese a considerarnos más virtuosos y capaces. Así que de momento ellos son los mimbres que tenemos para la “reforlución”. Permítaseme el palabro, mientras buscamos uno más hermoso para designar una reforma profunda del sistema, una mejora de nuestra existencia convivida, tan épica como la mayor revolución.

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