Yo no sé qué te diera por un beso y los PILFS

Beso de Pablo Iglesias y Xavier Domènech

Jorge Batista Prats

Las Palmas de Gran Canaria —

Aunque en algunas culturas, la árabe por ejemplo, los hombres se dieran besos e incluso caminaran de la mano por la calle; aunque los comunistas de la antigua Unión Soviética se besaran tres veces en la mejilla tras estrecharse los cinco dedos, es bien cierto que el beso en la boca – el french kiss – estaba reservado a las parejas heterosexuales. Tras los avances sociales y la admisión de la homosexualidad, hombres con hombres, mujeres con mujeres, pechito con pechito, culito con culito, también accedieron al conocido vulgarmente como morreo, generalmente juntando entreabiertos los labios con la determinación de proyectar la lengua hasta la campanilla del oponente. Salvo en regímenes fuertemente dictatoriales – a Putin tampoco le gusta esa historia – nada objetó la ciudadanía cuando las relaciones entre personas del mismo sexo llegaron a nivel de orgullo. Por lo tanto, apareció la reivindicación, el proselitismo, el exhibicionismo y las actitudes escandalosas.

No hace demasiado que, como muestra de cariño – las mujeres siempre lo habían hecho – el hombre decidió también usar el beso en la mejilla. Muy pocos se rasgaron las vestiduras porque, ¿qué es un beso en la mejilla frente al abuso de menores instalado en la Iglesia y hasta en el mismísimo Vaticano? Pues, nada. Ahora, la cuestión del besuqueo ha dado un nuevo paso adelante y ya no es sólo el amor el que conduce al beso sino también la coincidencia ideológica, la estrategia política común, el triunfo sobre los adversarios y Piratas del Caribe. El beso ha llegado al Congreso. Y perdonen el pareado.

En lo que a comportamientos sexuales en la cámara de los horrores, yo establecería una línea: lo primero en acontecer fue el acojono o subida de las gónadas a la nuez. Ello ocurrió cuando el teniente coronel Tejero entró en el hemiciclo, dijo “¡Se sienten coño!” y anunció que pronto llegaría “una autoridad, militar naturalmente” para poner orden en aquel desaguisado. Sus señorías se sentían fusiladas de inmediato – los 'rojos' sobre todo – y se les pusieron los güevos de corbata. Por otro lado, al igual que, en baños de múltiples aeropuertos, políticos de distintas nacionalidades han protagonizado sendos coitos tras el check in o el check out, y en el despacho oral de la Casa Blanca Clinton dio de mamar a Mónica sin que los japoneses volvieran a bombardear Pearl Harbour, no hay por qué admitir que en el Congreso de los leones el polvo se haya mantenido en suspensión. Es más que posible que algunos hayan conejado – así se dice en los campos canarios – fundamentalmente cuando la tribuna la ocupaba Rosa Díez y la asamblea quedaba más desierta que el Gobi o el Tenérè. Dicen los reyes y las reinas de la noche – ni les cuento, las reinonas – que allá donde hay cocaína hay sexo. Sí o sí. Por tanto, cuando leí que una investigación policial detectó restos de esa droga en prácticamente todas las cisternas de los inodoros del Parlamento Europeo, no pude dejar de preguntarme qué coyundas debían haberse producido en aquellos lares donde orinó en otra época el capitán Alatriste. Coyundas con sus especificidades, desde luego. Porque no sería lo misma la acción compulsiva de López de Aguilar que la más serena de Borrell.

El beso más famoso de la Historia tal vez sea el captado por la cámara del fotógrafo de LIFE Robert Doisneau en París en 1950. Lo títuló: Le baiser de l'Hôtel de Ville. Pero era un beso heterosexual. No nos sirve. Si nos viene bien por contra, el que se regalaron boca con boca en 1979, durante las celebraciones del XXX Aniversario de la República Democrática Alemana (del Este), el presidente anfitrión, Erich Honecker, cuando quiso agradecer efusivamente a su invitado de honor, el viejo líder soviético Leonid Brezhnev su presencia en los actos conmemorativos.  El fotógrafo Régis Bossu inmortalizó el instante. La foto, cuentan las crónicas, adquirió su máximo esplendor 10 años más tarde cuando, con motivo de la caída del Muro de Berlín, el artista Dimitri Vrubel dibujó un mural satírico que se transformó en icónico en gran parte debido a que fue destruido y borrado del Muro más tarde.

En estos días, ha sido el líder de Podemos, Pablo Iglesias, quién, conocedor de que el efecto escándalo se potencia con la imagen, besó en la boca o fue besado por el catalán Domenech. La foto ha sido más vista que la bofetada de Glenn Ford a Gilda, pero hay otra posterior en la que nadie se ha fijado. Ya saben que ósculo es sinónimo de beso. Pues, tras el momento de pasión, los dos diputados se retiraron a sus escaños. Xavier Domenech llevaba su mano derecha en el culo de Iglesias como dándole tracción por la popa, lo que me llevó a colegir de inmediato que el líder de En Comú Podem conoce bien el idioma español. Veremos en qué acaba la cosa, redios y locuras.

Sobre los PILFS

Hace ya bastante tiempo que vivimos en unas sociedades donde se ha colocado el parecer por encima del ser. El marketing, o lo que es lo mismo, las estrategias de seducción y captación de cara a que jamás se detenga el consumo, no sólo ha penetrado en el terreno de lo doméstico sino que se ha extendido hasta los cerebros. Se consumen cosas materiales, pero también ideas que conforman y dirigen conciencias. Por ello, es posible que, por ejemplo, el PP pueda vender a Rajoy, pese a que de cuatro veces que habla se equivoca cinco, o el PSOE pueda tener a un líder en el que, de cara al ciudadano, pesa muchísimo más su continente que su contenido. Y, por supuesto, la sonrisa. En la línea que inaugurara aquel memo – hoy consejero de Estado – llamado Zapatero, inventor del talante guay, el buen rollito, el buenismo y la Alianza de Civilizaciones. 

Al llenarse España de chinos, nuestro país se incorporó a la filosofía que dice que vale más una imagen que mil palabras

No ha acaecido en estos días esa manera de entender el vivir y, consecuentemente, la convivencia en la polis. No. Ya, al comienzo de la Transición, en algunos casos el aspecto de los políticos comenzó a ser más importante que su formación y eficacia para gobernar. Suárez era un caballero. Felipe era muy guapo. Camps era simpático y tenía un Ferrari. Soraya llegó a fotografiarse como si se tratara de una actriz con sex appeal y María Teresa de la Vega, entonces arrugada como un higo paso, posó para Vogue como ejemplo de elegancia mientras adquiría con el dinero del contribuyente dos Audi A8 blindados cuyo coste fue de un millón de euros. Luego, optó por el Botox cuando ya la pasta estaba en el bote. Hay excepciones a esta menstruación o regla: el menguado Aznar sólo destaca en verano por sus abdominales y Rajoy es un amargo pusilánime amante de los armarios. Pujol es un verdadero chorizo que fue 'Honorable' y Chaves es un palmero del grupo flamenco socialdemócrata que ha exprimido a Andalucía como a un limón. No sigo, que me canso.

La cuestión es que, al llenarse España de chinos, nuestro país se incorporó a la filosofía que dice que vale más una imagen que mil palabras. Recuerdo, al respecto, que como Felipe Cisneros Slim González era muy joven allá por 1982, para conquistar a las personas adultas, rápidamente los asesores hicieron que se tiñera las sienes de blanco,  como si del pensamiento y una supuesta sensatez hubieran surgido canas para aportar el seny que tenían antes los catalanes. 

En el mundo globalizado todo se compra y todo se vende, de modo que el político es un producto que hay que endosar a la ciudadanía para no agobiar con flores a María, para no asediarla con mi antología de sábanas frías y alcobas vacías, para no comprarla con bisutería, ni ser el fantoche que va en romería con la cofradía del Santo Reproche ... Los que nos dedicamos al análisis político y económico desde hace mucho tiempo, ya hemos visto que han pasado caras y caretos por esta autopista denominada 'régimen del 78', sin que, en general, nada mejore en la vida de la sociedad civil, cómplice en cierta medida del estado de la cuestión – una España en quiebra y, de momento, sin gobierno - porque en vez de prácticar el pensamiento se decanta por el marujeo, los correveydiles, el yes very guell, la resignación y la indolencia. 

En el mundo globalizado todo se compra y todo se vende, de modo que el político es un producto que hay que endosar a la ciudadanía

Al no haber pensamiento ni lenguaje, siempre hemos importado de los anglosajones esas cosas que nos convierten en pos modernos por obra y gracia de la gilipollez y el llamado postureo. Ahora acaba de llegarnos un nuevo término: PILFS (Politics I´d like to fuck). Y traduzco con libertad: “Políticos a los que me gustaría follar” o, dicho de manera más elegante: “Políticos susceptibles de ser follados con fruición”. Pueden ser hombres o mujeres – la ideología y la sapiencia no importan – que, según dicen, destacan sobre los demás siguiendo códigos estéticos que ya se encargan de establecer las multinacionales del look. Acostumbrado el personal a la calva y el barrigón, no hay duda de que la llegada de Podemos – paradojas de la izquierda – es la que ha reactivado lo trivial por encima de lo profundo y esencial. Así que, a partir de ahora, cuando las masas sean llamadas a las urnas, la Fiesta de la Democracia pasará a ser Bacanal – en otro texto hablaba de Dionisos – los programas carecerán de importancia y la pregunta fundamental que deberá hacerse el potencial votante será la siguiente: ¿Me lo/la follaría? ¿Sí? Pues le voto. ¿No? Que se vaya al carajo. En cuanto a los abstencionistas, sólo les queda el onanismo. Permítanme que les escriba sin correccción política alguna: sólo les queda el dedo o el  vibrador, si de hembra se tratase, o cascársela sin piedad a una o dos manos si macho fuera el protagonista. Nunca antes la política estuvo tan llena de zorros y zorras … y eso que al 'Plateado' lo han metido en el talego. ¡Voto a tal que me espanto!

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