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Jiménez Lozano testimonia el paso de la modernidad al “gozoso nihilismo”

Jiménez Lozano testimonia el paso de la modernidad al "gozoso nihilismo"

EFE

Valladolid —

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Un viaje hacia la nada más absoluta en menos de un siglo, desde la modernidad y posmodernidad hasta el “gozoso nihilismo” de nuestros días, ha reflejado José Jiménez Lozano en la novela “Se llamaba Carolina” (Encuentro), un aviso más de este autor contra la aniquilación del espíritu en estos tiempos.

Esa progresiva renuncia de todo asidero moral, religioso, político y social como valedor de la convivencia y elevación humanas, contrasta con el afán de los personajes de este sencillo relato ambientado en los años posteriores a la Guerra Civil, en un pueblo de la meseta.

“No he pretendido ni doy claves sobre nada, sino que he tratado de una vida de gentes con su alma en su almario y que todavía está ahí, con los naturales cambios como es lógico”, ha explicado Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 1931), en una entrevista con Efe, sobre un tiempo que acabará con la generación educada en el medio siglo XX.

Era la época de los sobreentendidos, de las palabras a media voz a la luz de una candela, de pobres de pedir a la puerta y de pan migado en leche para burlar el hambre, de tísicos y mutilados, “de aquellos años de la posguerra en los que, sobre todo, las vidas humanas de los españoles estaban no sólo desquiciadas y doloridas, sino también mitad vivas y mitad muertas”, señala en el libro.

El recuerdo de la guerra “es normal en el tiempo en que la novela se desarrolla, pero entonces las heridas no se exhibían, y oigo hablar y leo mucho más ahora de esa guerra que en aquellos tiempos de la novela, que son los inmediatamente siguientes a aquel desastre”, ha advertido.

“Sé cómo se pensaba y se sentía en ese tiempo como lo sabe cualquiera que lo haya vivido”, ha añadido Jiménez Lozano, que en menos de cinco meses ha publicado el poemario “Los retales del tiempo” (Comares), el libro de anotaciones “Impresiones provinciales” (Editorial Confluencias) y este relato de ahora, un fresco de voces, memorias y vivencias que delatan el cambio de una época.

El autor se vale para ello de una bojiganga, de un grupo de cómicos de la legua que llegan a un pueblo para echar el “Hamlet” de William Shakespeare con la ayuda de los vecinos, erigidos en improvisados actores del texto clásico y al mismo tiempo de sus propias vidas en un prodigioso juego de espejos urdido por Jiménez Lozano.

La vida concebida como una comedia, las palabras que hieren, matan, alegran o acompañan, propone el autor cuando ponen en boca de la protagonista de su relato, la joven maestra Carolina, aquello de que “el teatro son palabras y en una sábana blanca puede verse un palacio”.

Entonces, añade este escritor que en 2002 fue galardonado con el Premio Cervantes, “era un tema muy serio el vivir y el desvivir, y también entraban Hamlet o los personajes de Calderón, Benavente o Arniches y lo que les pasaba; y esto es la cultura realmente, no la cultura de masas, desde luego”, apostilla.

El encaje de géneros literarios, la obra de teatro en una narración, se produce con la misma naturalidad con que este literato identifica la vida y la novela, la capacidad de “hacer pasar mentiras por verdades y hacer arquitecturas de fantasía con movimientos de pasiones diversas”, apunta en otro pasaje.

Y la Guerra Civil fluye como eco de fondo “de estas guerras civiles españolas que son la peor peste del mundo, no acaba cien años después de cuando parece que acaba, y a lo mejor se ha preparado otros cien años antes de que comience”, sostiene en la parte final de la novela.

Testigo de una época, de una mudanza, Jiménez Lozano ha anotado en toda su obra (ensayo, poesía y novela) el paso de la modernidad y de la posmodernidad con todas sus consecuencias, entre ellas “el gozoso nihilismo en que estamos; es decir, tan contentos porque no hay nada, y nada significa nada, pero si salimos de Auschswitz y Kolymá, saldremos de esto”, ha concluido esperanzado.

Roberto Jiménez.

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