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'Blockbusters' rusos: patria, comunismo y masculinidad en la era de Putin

El mayor éxito del cine ruso, ''Stalingrado', combina tramas románticas inquietantes y tiroteos de videojuego

Ignasi Franch

Sí, la Rusia de Putin también tiene sus blockbusters. Sus películas-espectáculo están dirigidas a un público amplio y son tan adictas a los efectos especiales como las producidas por los grandes estudios de Hollywood. Ejemplo de ello son cineastas como Fyodor Bondarchuk o Timur Bekmambetov (Ben Hur), que han impulsado filmes de acción fantástica como Guardianes de la noche o La isla inhabitada. Además, incluso hemos visto algunas muestras de ficción superheroica (Black lightning, Guardians), uno de los ejes del audiovisual pop en los últimos años.

El poder de los discursos neoliberales también está presente en el cine ruso más comercial, aunque quizá abunde menos la pataleta antipolítica y domine la finta pretendidamente apolítica. Muchos blockbusters rusos son intentos de escenificar el reconocido “ni de izquierdas ni de derechas”. Para conseguirlo, pasa por rehuir los debates polarizadores, acotar o silenciar realidad incómodas... Es una aproximación diferente a la de ese Hollywood que, a la manera de Marvel Studios, lanza mensajes contradictorios en un mismo filme para cautivar a públicos ideológicamente opuestos.

Como otras cinematografías, la rusa tiende al relato de la fortaleza del hombre blanco heterosexual. No se tiende precisamente a representar la diversidad étnica ni menos aún la diversidad de opciones sexuales. En plena vigencia de una ley federal que prohíbe a los menores ver cualquier contenido catalogado como “relaciones no tradicionales”, la mera presencia de un personaje homosexual puede suponer una judicialización de la película.

En comparación con las mayores superproducciones del Hollywood actual, el blockbuster ruso resulta bastante testosterónico. En las películas también se manifiesta una inusual atracción por las figuras de autoridad (véanse La novena compañía, El almirante, Battalion y otros títulos) y los padres severos.

Raramente emerge ese impulso antinstitucional, anarcocapitalista, arraigado en el cine estadounidense. Y este gusto por un cierta paternalismo también se filtra en el tratamiento de las relaciones amorosas y del sexo, entendido a menudo como un espacio de dominio masculino (con excepciones como la reciente Attraction).

La presencia de varios dramas históricos entre las películas nacionales más taquilleras sugiere un especial interés por el pasado. El blockbuster hollywoodiense a menudo explota la Segunda Guerra Mundial, vista como una guerra justa y proporcional, para reforzar el autorretrato de los Estados Unidos como buenos gendarmes del mundo.

En cambio, el blockbuster ruso, a causa del espinoso fantasma de la URSS, no encuentra un paraíso perdido como una especie de imperio benigno. Así que oscila entre la mirada cauta al pasado y la reconciliación con un presente de rearme patriótico. La mencionada (y tediosa) Guardians puede entenderse como una metáfora de la restauración putiniana: Rusia vuelve a ser una potencia internacional.

Guardianes de la noche: una imitación pionera

Guardianes de la noche

Dos estirpes sobrenaturales enfrentadas a lo largo de los siglos, marcadas por guerras, treguas y equilibrios de poder. ¿Hablamos de Underworld? Podría ser, pero ahora comentamos Guardianes de la noche, uno de los primeros intentos de mimetizar el cine de acción fantástica hollywoodiense desde la Federación Rusa. Un hombre descubre que es parte de los Otros, un colectivo de individuos con poderes sobrenaturales divididos entre partidarios de la luz y la oscuridad.

Como en la mencionada Underworld, el planteamiento dualista acaba algo resquebrajado. Hay algo un poco más complicado que una lucha entre el bien y el mal. Los trucos de montaje y un estilo visual llamativo compensaban las enormes limitaciones de los efectos digitales, abriendo las puertas de los Estados Unidos al realizador Timur Bekmambetov.

La novena compañía: héroes de nada

La novena compañía

Este filme bélico, protagonizado por un grupo de combatientes soviéticos en Afganistán, escenifica la cercanía con algunas dinámicas del cine norteamericano. En sus escenas más visuales, La novena compañía saquea alternativamente los recetarios de Steven Spielberg y de Michael Bay (Pearl Harbor, Transformers).

En el planteamiento dramático, se sigue el modelo de El sargento de hierro: la primera mitad de la película es una historia de formación militar y maduración de un grupo de marginados; la segunda, el relato de incursión en una guerra real.

La toma de distancias con el comunismo enrarece el resultado. Los soldados luchan contra los muyahidines, pero son sujetos no políticos. No hay menciones a la realidad soviética, más allá de un aparente respeto por los discursos presidenciales y varias críticas a la falta de medios militares.

A diferencia de El sargento de hierro y su final victorioso con banderas ondulantes, domina la frustración por un sacrificio inútil. Sin caer en el revisionismo hiperbeligerante de las aventuras de Stallone o Chuck Norris en Vietnam, sí se puede vislumbrar un orgullo herido por la pérdida de territorios.

El almirante: seguid al líder

El almirante

Casi diez años después de su estreno, El almirante sigue siendo la quinta película rusa más taquillera en su país de origen. Se trata de un acartonado biopic de guerra y amor protagonizado por un líder militar del zarismo. El enamoramiento extramatrimonial del protagonista, y la manera torturada con la que intenta integrarlo en su vida familiar, parecen provocarle más dilemas que la Primera Guerra Mundial o la Revolución Rusa.

En el ámbito político, la simplicidad es máxima: hay que seguir al líder carismático y el líder carismático es zarista. En el ámbito sentimental, el amante lacónico dispone y las mujeres le obedecen.

Estéticamente, se evidencia el creciente peso en el cine comercial ruso de la imagen creada por ordenador. El resultado tiene un aspecto involuntariamente retrofuturista. Una nota final sobre las represalias sufridas por la amante del protagonista insinúa una moraleja posible: la reconciliación social fue imposible en el comunismo, así que hay que apoyar un patriotismo apolítico. La posterior Batallion sería una variante femenina, igualmente anticomunista, menos plomiza, de este filme.

Stalingrad: la historia como videojuego sentimental

Stalingrad

El realizador de La novena compañía filmó una mirada extraña a una de las mayores masacres de la Segunda Guerra Mundial. Inicialmente, estamos ante un espectáculo bélico muy apoyado en los efectos especiales (los combatientes consiguen atacar incluso prendidos en llamas, escenificando una especie de heroísmo soviético zombi).

Posteriormente, la película se convierte en un drama bélico y sentimental, donde los adversarios son muy perversos y la guerra no está tan mal. No encontramos escenas con el patetismo desatado de Leningrado, por ejemplo. Y tampoco faltan unas batallas que remiten a los vasos comunicantes entre el cine-espectáculo y los videojuegos.

En el filme se loa la resistencia ciudadana: una chica no abandona su hogar en ruinas. De nuevo, se intenta driblar la política, porque los cinco soldados protagonistas encarnan un patriotismo sin ideología, que se limita a combatir al invasor y a defender a la joven y su ciudad.

El prólogo y el epílogo, con el hijo de la joven salvando a unos ciudadanos alemanes durante una misión de cooperación rusa en Japón, sugiere un deseo de reconciliación múltiple, con el antiguo enemigo y con el pasado y el presente propios.

Attraction: ciencia ficción con toques progres

Attractionprogres

Una nave extraterrestre es derribada en espacio aéreo ruso y cae encima de una ciudad. Una adolescente dolida por la muerte de una amiga se une a un grupo de personas que quieren venganza: culpan a los alienígenas, puesto que desconocen que han sido abatidos. Attraction tiene algo de versión teen, a medio camino entre lo hipster y lo arrabalero, de Últimatum a la Tierra. Llega adaptada a la era del pensamiento positivo: ninguna potencia intergaláctica amenaza con disciplinar de manera premeditada a los belicosos humanos.

Los flirteos incluidos en Stanlingrad resultaban algo incómodos y proyectaban un androcentrismo turbio. Quizá esas críticas han facilitado que el mismo Fyodor Bondarchuk se acerque al Hollywood que guiña el ojo a la diversidad y a los feminismos pop. Su última propuesta cuestiona el liderazgo militar, critica la xenofobia e incluye escenas dramáticas de violencia machista.

El enfoque puede ser algo pueril, pero es un punto de inflexión ante la predilección fílmica por los liderazgos agresivos y autodestructivos, convirtiendo a este tipo de líder en un antagonista de la heroína. Aun así, la taquilla no ha premiado el talante reformista de esta costosa producción.

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