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“Es hora de tratar a los árboles como un patrimonio vivo y no como un mueble”

Uno de los árboles talados en la ribera del Jerte en Plasencia, donde denuncian la tala injustificada de 300 ejemplares junto al río / Sociedad Zoológica de Extremadura

Jesús Conde

Llega la obra de turno a la calle y a medida que la grúa avanza desaparecen los árboles. Ejemplares que nadie repone. Alcorques vacíos en los espacios que antes ocupaba una planta que acaba muriendo. También casos de espacios muy estrechos que no adaptan al grosor de los troncos hasta el punto de estrangularlos.

Son solo algunos de los ejemplos que los colectivos conservacionistas ponen en torno a la cultura del árbol urbano. O a la ‘incultura’ del árbol urbano, como ellos afirman.

Réquiem por un cedro muerto en Cáceres

El último caso motivo de polémica ha sido el emblemático cedro con más de medio siglo de vida retirado de la avenida Primo de Rivera. Un ejemplar presente en la mente de todos los cacereños y cacereñas, que les ha acompañado durante décadas, y cuyo desplazamiento supuso su 'sentencia de muerte' según denunciaba en este diario meses atrás el colectivo Cáceres Verde. Lo que finalmente ha ocurrido.

El motivo, que fue trasplantado en el momento de mayor calor del año, con avisos por alerta amarilla un día sí, y otro también. Y por lo tanto en época de sequía, sin ningún tipo de planificación.

La cultura del árbol

Pone de manifiesto la Asociación para la Recuperación del Bosque Autónomo de Extremadura (Arba) que el principal problema que sufre el arbolado en las ciudades es que se les trata como un banco o como una farola, no como un ser vivo. Describe Álvaro Tejerina, portavoz de ARBA, que la arboricultura es una ciencia que aborda la sabiduría y el cuidado que necesitan las plantas, y cuya ausencia es “galopante” en muchos casos según lamenta.

Explica que los árboles eran podados antaño como recurso para el hombre, para obtener carbón o picón con los que calentarse. Pero en la actualidad no hay que podar cada año los árboles como costumbre, un error ‘supino’ por una mala gestión y por mala praxis a su juicio.

Explica que la envergadura de un árbol cuando, es adulto, se sabe de antemano. Porque cada especie necesita su propio espacio, crece de manera diferente y al final las podas terminan haciéndose de manera “salvaje” porque no se adapta al espacio en el que se encuentra o molesta al vecindario. Hasta el punto que afirma que más que de podas hay que hablar de mutilaciones o de agresiones.

Insiste en que el problema hay que pensarlo antes de que se produzca. Y una vez hecho el daño, piensa que la solución pasa por ir sustituyendo de manera progresiva a seres vivos “malvivientes” en las ciudades, a los que no se para de mutilar, por otros que sí tengan mayor adaptación al entorno en el que van a vivir.

“Se merecen respeto y cuidado”

La Plataforma pro cultura del árbol de Mérida traslada que ya es hora de que se trate a los árboles como un patrimonio vivo, “merecedor de respeto y cuidado, como seres vivos que son”, y no como “objetos” ornamentales, los cuáles pueden ser sustituidos o dañados. O prescindir de un día para otro de ellos.

El problema que reafirma este colectivo es la ‘mutilación sistemática’ de árboles, lo que se traduce en que sufren heridas, procesos de pudrición que favorecen la entrada de insectos, patógenos y hongos. Y eso hace que con la llegada de la madurez tienen que ser talados en algunos casos.

Comenta que la gestión hecha en Mérida y en otros tantos puntos de la geografía extremeña a lo largo de las décadas ha sido dejar cada temporada a los ejemplares como un ‘perchero’ o como un candelabro, algo que a su parecer no debe ser nunca la solución.

Se refiere al ‘trasmocho’, que supone dejar al tronco al desnudo con las ramas con ‘muñones’. También al ‘terciado’, en aquellos casos en que se deja desnuda la copa, solo con algunas ramas.

Piensa que lo primero que habría que hacer es una buena elección, porque un árbol de gran crecimiento no se puede poner pegado a un edificio o en una calle estrecha, y recomienda que las ramas que se corten no superen los 15 centímetros de diámetro, debido a que les cuesta cicatrizar.

Además apunta que las podas que tienen que ser hechas cuando hay menos movimiento de la savia y por lo tanto cuando menos crecimiento vegetativo tiene.

Recuerda el caso de una señora que se encaramó la semana pasada al árbol que tiene en frente de su casa en Mérida y se negó a su poda en un momento del año en que no procede. Un comportamiento a juicio de esta plataforma debería de generalizarse.

Suma además el coste que supone cada año estar moviendo personal, usando moto sierras, desplazamiento de camiones y grúas o gasolina paera la poda, cuando advierte que se pueden hacer podas menos severas y emplear todo el esfuerzo en replantar todos los descampados desnudos, quitar los alcorques estrangulan o cuidar a los que ya están.

Otro de los problemas que ha detectado es que cuando hay una queja vecinal, porque unas ramas se cuelan por su ventana, el ayuntamiento en vez de actuar localmente tiende a arrasar toda la calle.

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