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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¡Viva la mujer trabajadora…viva!

Grandes firmas textiles boicotean la feria en Bangladesh en apoyo a los trabajadores

Pablo García de Vicuña

En una semana tendremos encima el 8 de marzo, fecha en la que el mundo conmemora el día internacional de la mujer trabajadora. Este año llegaremos a la 107ª celebración desde que en aquel lejano 1910, dentro de la II Conferencia internacional de mujeres socialistas, en Copenhague, se acordase reivindicar en esta fecha la mejora de las condiciones laborales del colectivo femenino. Así, se quería recordar el éxito de una primera huelga de trabajadoras textiles, que fueron capaces de sacar a la calle a más de 15.000 mujeres en Chicago y Nueva York, dos años antes, y exigir una reducción de la jornada laboral, mejores salarios y derecho al voto.

Mucho ha llovido desde entonces, pero se constata con tristeza e indignación que el mundo no ha cambiado tanto como debiera en este sentido. El ser humano, en el espacio de este último siglo, ha sido capaz de viajar a la Luna y a otros confines del universo, de revolucionar tecnológicamente, hasta en dos ocasiones, su propia capacidad industrial, pero se muestra incapaz aún de universalizar los más elementales derechos humanos. Se continúa persiguiendo a quienes no se encuadran en la doctrina oficial de pensamiento dominante; se prolonga el aislamiento a cuantas personas se muestran diferentes de los cánones de normalidad establecidos; se persigue en base a ideas y principios que sólo están siendo defendidos por mayorías sociales efímeras. Se sigue matando por ser mujer, lisa y llanamente.

En España, en los escasos sesenta días que llevamos del nuevo año, 16 mujeres han sido asesinadas como consecuencia de la violencia machista. Otro triste espeluznante récord que superamos en nuestro Guinness particular. Parece ser indiferente a esta sociedad, a quienes nos gobiernan, que los números en vez de reducirse, aumenten. Empieza a ser dolorosamente normal manifestarnos tras violaciones sistemáticas de los derechos de las mujeres, esperando a conocer cuál, cómo y dónde se producirá la siguiente víctima.

Van a seguir matándonos salvo que entendamos, de una vez por todas, que nuestra obligación es ser decentes, cuidar las formas y dejar las tetas guardadas en casa”, escribía hace unos días la periodista argentina Leila Guerriero (El País, 22/02/17), al socaire de varias manifestaciones celebradas en Buenos Aires en contra de la violencia contra las mujeres. Denuncias que habían sido criticadas por sectores intransigentes de aquel país, más indignadas por las formas –algunas manifestantes protestaron en topless- que por los propios hechos luctuosos denunciados.

La ilusionante certeza con la que defendemos la plena incorporación de la mujer al mundo laboral sigue estando en entredicho en distintos sectores sociales. Quienes así piensan continúan viéndolo como una anormalidad, como una moda pasajera que está durando demasiado tiempo. La propia Guerriero citaba a una locutora argentina que intentaba explicar este tipo de violencia en clave de desconcierto masculino ante la falta en el hogar del “pilar de la familia” , ausente de la vida hogareña por motivos laborales.

Por tanto, quienes así piensan continúan viendo a la mujer como el ser sumiso que ocupa un papel secundario en sus relaciones con el hombre. Pretenden seguir viviendo en un mundo que ya no existe, pero se aferran a un pasado que creen imperedecero. Lo escribía con precisión Dulce Chacón al definir a una protagonista de su novela (Algún amor que no mate“, 1996): ”(…) Prudencia cometió un error. Y los errores se pagan. Creyó que su vida era la de su marido y, cuando quiso darse cuenta, el marido tenía su vida y ella no tenía la propia“.

Conviene, por tanto, celebrar, un año más, el 8 de marzo denunciando los excesos de una sociedad patriarcal que, lejos de equiparar la condiciones sociolaborales de las trabajadoras, sigue rumiando la lacra de una violencia machista que no cesa. Y la educación tiene aquí un papel importante por jugar.

Algunas cuestiones en las que la escuela puede y debe contribuir a la disminución de las desigualdades por sexo tienen que ver con el currículo académico, los Consejos Escolares, la formación y la administración pública. En cuanto al primero, los diseños curriculares deben incorporar, necesariamente, materiales que fomenten la igualdad efectiva entre mujeres y hombres, eliminando cualquier estereotipo sexista. No es una idea revolucionaria, porque hace mucho tiempo que asociaciones, sindicatos y colectivos diversos vienen trabajando en esta línea; pero debe ser una iniciativa transgresora, en tanto en cuanto, estimule la incorporación masiva de estas líneas de trabajo en el aula, con carácter permanente.

En cuanto a la participación activa de las familias en los Consejos Escolares, la novedad tiene que venir por el convencimiento de todos los miembros de que la educación de sus hijas e hijos en un asunto crucial que obliga a todas/os. De ser así, los OMR dejarán de ser, como hasta ahora, reductos femeninos en los que los padres son pura excepción.

Además, exigir una adecuada formación –inicial y permanente- del profesorado en cuestiones de coeducación, no es sino una consecuencia coherente de lo expuesto, si de verdad creemos en la igualdad. Fomentar las buenas prácticas a través del respeto mutuo, enseñar que la violencia machista es aprendida y no innata, desarrollar contextos de participación democrática, aprender a trabajar sobre resolución pacífica de los conflictos, o fomentar una educación emocional que identifique y respete las diversas opciones identitarias son algunas de las claves que deben impregnar cualquier formación del profesorado futuro.

Estos elementos de cambio que el sistema educativo debe procurar seguirán resultando inermes contra la violencia machista si la administración pública, si la vida política de este país continúa desaparecida en esta reivindicación. Porque no se trata únicamente de acompañar a las víctimas en sus sepelios y aprovechar el momento para declaraciones grandilocuentes en cuanto sientan próxima un micrófono. Se trata de realizar su trabajo en la responsabilidad que les corresponda; es decir, cumpliendo y haciendo cumplir la legislación presente (medidas contra la violencia de género) y las iniciativas internacionales (“Planeta 50-50 en 2030”). Y los partidos políticos, gestores de estas administraciones públicas deberían ser los primeros interesados en subscribirlas. Por ello cuesta entender el desplante que PP y Ciudadanos ofrecieron al evento que, organizado por la plataforma que agrupa a la mayoría de organizaciones de mujeres de España, se celebró recientemente. El objetivo del acto era doble: por un lado, iniciar una campaña semestral de sensibilización sobre la necesidad de conseguir un pacto de Estado sobre la violencia de género; por otro lado, poder debatir con los/as políticos/as de la subcomisión parlamentaria nombrada a este efecto. No, no es ese el camino a seguir para redimir a la política de su distanciamiento de la calle.

Abrimos, por tanto, una semana de conmemoraciones, de recuerdos, citas e informes sobre la persistencia de ese techo de cristal que continúa limitando el poder femenino, de su dureza y de la coraza con la que algunos insisten en mantenerlo. Habrá que seguir combatiendo contra tal discriminación porque es de justicia acabar con ella. Pero no debemos olvidar que combatir la desigualdad laboral sin derrotar la violencia machista será un ejercicio inútil.

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