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Contemplar la historia pasma

Suso de Toro

Ya sé que habrá quien me llame sectario, pero creo que lo que está ocurriendo ahora es que, una vez más, la derecha española destruye España y así será visto en el futuro. O quizá lo que esté ocurriendo es que España es inevitablemente patrimonio de la derecha y ésta no tolera otra cosa. En cualquier caso, asistimos a un verdadero proceso autodestructivo. Lo que estamos viviendo debe ser visto con la perspectiva de la historia.

El proyecto nacionalista español no quiso crear un Estado a partir de los reinos que, mal que bien, pervivían a comienzos del siglo XIX, y fueron los liberales quienes implantaron un modelo de Estado inspirado en el centralismo borbónico y que copiaba de la república francesa la división en capital y provincias. Eso inspiró las guerras carlistas, la revolución gallega de 1846, el federalismo republicano de Pi i Margall y el catalanismo de Valenti Almirall. El siglo XX es testigo de que el Estado español no cuajó en ninguna de las formas que ensayó: la dictadura de Primo y el régimen totalitario franquista sólo aplazaron el problema, porque es un problema, y en el siglo XXI eso sigue abierto.

El nacionalismo español quiere tener bajo su dominio a la sociedad vasca y catalana; la gallega no muestra hasta el momento capacidad significativa de autodeterminarse. Zapatero hizo un último intento de establecer un pacto de convivencia interno. Pero, igual que ocurrió con la ley de Memoria Histórica y con tantas otras cosas, la derecha, y también sectores de su propio partido, lo desvirtuaron y lo malograron. Ahora están las cosas planteadas de otro modo desde Catalunya: han aprendido la lección y ya no cuentan con una interlocución de buena fe por parte de ningún Gobierno español, mucho menos del actual y, de un modo u otro, como el agua, buscarán un camino propio.

Pero, acercándonos más en la historia, esta derecha se está cargando el Estado social que se pactó implícitamente en la Transición. Las décadas de esta restauración borbónica y también democrática se basaron en un pacto que prometía una estabilidad económica y social y hacía pensar en una lenta pero constante mejora de las condiciones de vida del conjunto de la población. Ese pacto tomó la forma de un “consenso” entre los dos principales partidos estatales alrededor de la monarquía.

Un consenso que, si ya era dudosamente democrático en un principio, acabó por ser un apaño bipartidista. Eso también fue propiciado por la propia sociedad española, temerosa aún de los militares y de una derecha sanguinaria, que creyó ver estabilidad en ese bipartidismo. Pero ya con la llegada de Aznar se rompió el consenso de fondo. Aznar y Rajoy combatieron ambos la Constitución en su día, aunque ahora juren por ella.

Un PP absolutamente minado por la corrupción sostiene a un Gobierno que en un país democrático normal habría tenido que desembarazarse de varios ministros y de su propio presidente pero que, sin embargo, careciendo de autoridad moral y sin respaldo de la opinión, está llevando a cabo una reforma radical de las reglas del juego social. El PP está destrozando la sociedad con tanta radicalidad y crueldad, y está privatizando lo que es público para bolsillos particulares, que lo lógico es que desencadenase una revuelta social en toda regla. Que no ocurra supongo que lo explica únicamente el miedo a que eso empeore la situación y lo paguen los mismos de siempre.

El PP es un partido podrido pero que está destrozando nuestras vidas, sí, y está en crisis porque la crisis económica no sólo se cargó al Gobierno anterior sino también al nuevo. Pero este Gobierno se sostiene porque el PSOE es incapaz de hacer una reflexión que tendría que ser demasiado profunda. Se refundó en el congreso de Suresnes y tendría que refundarse de nuevo ahora si quisiera ser útil, pero está extenuado y está siendo la muleta necesaria de este Gobierno.

La crisis de los dos partidos es la crisis del sistema político, y ninguno de los tres pilares del sistema tiene la capacidad de ser autocrítico y reinventarse. Los tres piensan en lo mismo, en cómo marear la perdiz y que vaya pasando el tiempo.

La Casa Real sólo piensa en cómo tapar el caso Urdangarin, que alcanza al propio rey; el PP en cómo diluir y emborronar el caso Bárcenas, que en realidad es su propia historia como partido, y la dirección del PSOE en ir ganando meses contando con que ya pasará el chaparrón. Entregan su destino a la eficacia de las cortinas de humo.

Invocando el sentido de la responsabilidad que les obliga a la prudencia ocultan su incapacidad. Y deseando que nada cambie, que no se toquen las instituciones, que es decir ellos mismos, están provocando una crisis explosiva que se los puede llevar por delante. Es pasmoso.

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