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La autocomplacencia de la izquierda frente al racismo

Concentración en Barcelona para rechazar la persecución contra los manteros, en agosto de 2015. / ENRIC CATALÀ

Moha Gerehou

Si hacemos caso del presente y el pasado, los avances en la lucha para hacer frente al racismo provienen de ideas que calificamos de izquierdas. Ahí tenemos por ejemplo a las Panteras Negras, cercanas al marxismo que promovieron personalidades como Angela Davis y que sirvió para dar pasos de gigante en la lucha por los derechos civiles de la comunidad negra en Estados Unidos.

Aterrizando en España, su influencia continúa hoy, como vemos cuando las Panteras Negras son usadas como referencia en la dirección de Podemos. Hoy todas las iniciativas de lucha contra el racismo provienen de organizaciones sociales y partidos situados en el espectro político de la izquierda. Y todas colocan en sus discursos la causa antirracista, la diversidad y la apertura a la inmigración como banderas.

Sobre el papel la línea parece clara. ¿Pero cómo se está llevando a cabo esta lucha? ¿Quién está en primera fila? Adelanto la respuesta: quienes no figuran en esa primera línea y quienes no están liderando la causa son las personas que directamente sufren racismo y xenofobia.

La ausencia de quienes han vivido en su piel el racismo en la primera línea política es grave. Hace unos años tal vez se podía esgrimir la falta de personas que pudieran asumir ese papel. Ya no. Enerva especialmente ver iniciativas impulsadas para inmigrantes, refugiados, negros, árabes o verdes fosforito sin contar con personas de esos colectivos.

Hoy casi todos ponemos el grito en el cielo ante encuentros que hablen sobre machismo sin presencia de mujeres y exigimos paridad en los espacios que deberían representar proporcionalmente la realidad social. Si hablamos de la lucha contra el racismo no vemos ninguna de las dos reacciones. No alzamos la voz cuando vemos charlas o encuentros en los que once de cada diez personas son blancas. Tampoco cuestionamos la poca diversidad en espacios como la política, donde parece que nos tenemos que conformar con haber tenido a una diputada negra por primera vez en este 2016.

Lo peor de esta falta de representación es cargar después con la culpa. “Os hemos contactado pero no habéis querido venir” es la respuesta tipo. Pero es que acudir a espacios en los que constantemente eres sujeto de estudio no es atractivo, máxime cuando luego cargamos con las acusaciones de ‘victimización’, casualmente el único espacio que tenemos garantizado.

Los espacios que tenemos reservados en la izquierda tienen un molde hecho para nosotros del que nunca pudimos hacer la forma pero que contribuimos a solidificar. Son altavoces para contar nuestras múltiples penas en los que se califican nuestras glorias tan solo como fascinantes historias de superación. Pero no avanzamos en la creación de soluciones efectivas, y las que hay están siempre basadas en lo institucional y poco en patear las calles, donde reside la verdadera diversidad social.

Hay dos lugares a los que mirar en la lucha antirracista. Uno es hacia las instituciones, un solar si hablamos en términos de diversidad. El otro son las calles, donde sí está representada la sociedad en su conjunto. A día de hoy insistir con tanto peso en el ámbito institucional solo responde a que sacia el apetito de quien busca ayudar, pero no de quien quiere defenderse.

La izquierda se ha quedado en la autocomplacencia que da la superioridad moral de apoyar a las minorías, pero contra el racismo necesitamos dar ya un paso más. Todavía sigue siendo y será la mejor plataforma para combatir el racismo, pero toca repensar y replantear la lucha lejos de la inercia paternalista que ha tomado para construir una nueva relación. Y en ella los instrumentos políticos y sociales de la izquierda deben suministrar todo el apoyo necesario, para que así la lucha antirracista avance bajo la guía de quienes conocen por su propia vivencia todos los espacios en los que se muestra el racismo.

Solo así se conseguirán dos objetivos esenciales para la mejora de la sociedad. El primero es que la lucha antirracista, liderada por quienes sufren el racismo, sea la que proponga las soluciones a los problemas que se vienen visibilizando desde hace tantos años. Y el segundo, pero no por ello menos importante: que la izquierda abandone su enfoque actual respecto a las consideradas minorías y desocupe el liderazgo erróneamente asumido, pasando a ser instrumentos de apoyo a una sociedad a la que debe dar poder.

Solo así la izquierda tendrá el apoyo de las minorías y podrá construir una nueva alternativa frente a los planteamientos xenófobos, racistas e intolerantes de la extrema derecha.

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