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Sobre este blog

ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/

“Mujer, ¿cómo vas a dejar a esa criatura tan sola?”

Web Un Relato Andaluz

Marina Martínez Misa

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Decía Federico García Lorca eso de ni mi casa es ya mi casa. Cuando hace un año me enteré de que iba a ser madre, estaba en un piso interior de la calle Thames, en Buenos Aires. Me quedaban seis meses para volver a mi querida tierra sevillana y, como me había visto obligada a pedir una excedencia voluntaria en mi trabajo de Sevilla, contaba con la friolera cantidad de ciento ochenta días para sondear la empleabilidad hispalense e incorporarme a un trabajo nada más llegar. Como dice mi marido, soy una apretá, y me dispuse a ello con ahínco desde el mes de abril. Me descargué a la vuelta una aplicación de búsqueda de empleo, actualicé mi currículo vitae y me puse manos a la obra. Mis esfuerzos empezaron a dar frutos allá por el mes de mayo y, para salvar la diferencia horaria de cinco horas, comencé a hacer entrevistas vía videollamada a las siete de la mañana, hora bonaerense. Para mi agrado, me llevé la gratísima sorpresa de corroborar que mi perfil laboral encantaba hasta que soltaba dos palabras y se hacía un silencio atronador: “Estoy embarazada”.

Más silencio. Después condescendencia. De repente, todos dejaban de tratarme como una profesional para hacer un burdo intento de parecer una empresa baby friendly. Todos me decían:“¡Eh! No pasa nada, aquí tenemos compañeras que han sido madres y no han tenido ningún problema”. Sí, porque ya estaban dentro de la compañía y no te quedan más narices que aplicar la ley. En otras ocasiones, súbitamente, la búsqueda de la persona se quedaba varada -en estos caso era yo misma la que guardaba el minuto de silencio por la candidatura- y en otros procesos, simplemente, hacían ese famoso ghosting, o como se dice en criollo, se fueron al orto.

Volví a Sevilla embarazada de treinta y una semanas. Seguía en mi empeño de encontrar una oportunidad de empleo, hasta que en julio me contratan. Furor. Cuando me ven aparecer con la panza se quedan ojipláticos, como diría mi amigo B. Emocionada, me pongo a trabajar porque podía y quería. Porque tenía la responsabilidad de sacar una familia hacia adelante, mano a mano con mi marido y porque me encanta mi trabajo. A los diez días recibo una carta cesando mi contrato por no haber superado el período de prueba. Sí, todo un WTF. Salí de aquella oficina despidiéndome de todos, con mis pertenencias en una bolsa y mi niña en la panza. Recorrí el trayecto de vuelta a casa sola, en coche, con mi hija acompañándome. Escuchando música argenta. Y me deshice. Fue la primera vez que sentí que no nos querían. Ni a mí ni a ella.

Parí. Entonces supuse que, una vez desaparecida la temida barriga de embarazada -oh my God!- encontrar trabajo en mi tierra sería más fácil. Error. No conté con la infantilización de la maternidad. Vuelvo a hacer entrevistas y ya me rindo cuando un pelotudo -un tonto de carrito, según la RAE- me dice: “¡Mujer!, ¿cómo vas a dejar a esa criatura tan sola? Un bebé necesita a su madre”. Añado que la chupatraseros de la de recursos humanos, que no había sido madre, asentía a todo lo que el pelotudo en cuestión me decía. Confieso que no pude resistirme a contestarle una fresca. Pero, ¿qué sabía él de mi situación familiar? ¿Acaso un bebé no debe estar con su padre? Y ya por ponerme impertinente, ¿y si soy lesbiana y ha sido mi mujer la gestante? Plan de igualdad, mis cojones.

Quizá sea conveniente empezar a proteger a la mujer más allá de volver sola y borracha a casa

Decía eso de que «ni mi casa es ya mi casa» porque me marcho cual ave migratoria, ya que mi tierra (una tierra donde la figura de la madre es casi venerada) me echa. Más que echarme, me escupe. A mí y a tantas mujeres embarazadas y madres recientes, un colectivo que, según ‘Redmadre’, es aún muy invisible en la sociedad y que ni siquiera se tiene en cuenta en las estadísticas oficiales, como las del Instituto Nacional de Estadística. Quizá sea conveniente empezar a proteger a la mujer más allá de volver sola y borracha a casa. Urge también la necesidad de poder conciliar, de no tener miedo a pedir la reducción de jornada por si compañeros y jefes te tildan de aprovechada, de eliminar nuestras reservas a pedir el permiso de lactancia o de que cada mujer pueda decidir cuántos hijos desea tener sin ser enjuiciada e insultada con el apelativo de ‘coneja’.

Y esto no es todo. Según un informe de la asociación ‘Yo no renuncio’ y el ‘Club Malasmadres’, tres de cada cuatro mujeres (75%) ha visto afectada su vida laboral tras haber sido madre. La reducción de jornada (en un 37% de los casos) es la consecuencia más habitual. El 68% de las madres asegura que habría tenido más hijos si hubiera disfrutado de mejores medidas de conciliación y una de cada tres (37%) afirma haber sufrido algún tipo de discriminación laboral derivada de su maternidad. Tristemente, al seis por ciento las despidieron por estar embarazadas o haber tenido un hijo/a. Resulta, cuanto menos, dantesco. Más aún si sacamos a la palestra que una mujer trabajadora de baja por embarazo le cuesta cero euros a la empresa, ya que la contratación por sustitución está bonificada para las mismas. Entonces, ¿por qué?

En un país cada vez más envejecido, en una comunidad con una de las mayores tasas de nacimientos y, al mismo tiempo, de pobreza femenina, oímos a diario frases hedonistas como ‘no tengo hijos porque este mundo es horrible’.

Yo pregunto: ¿Quién creéis que pagará nuestras futuras pensiones? ¡Ah, sí! Esa respuesta la tengo clara: mis hijos y yo, durante una yincana vital que alargará mi jubilación unos cuantos años más. Porque según mi experiencia, demasiadas empresas y organismos andaluces, más preocupados por el turismo que otra cosa, se niegan a contratar o despiden a mujeres con perspectiva de ser madres. O apetencia. O necesidad. Por lo tanto, si no se hace por justicia social, por igualdad o por derechos humanos, al menos que lo hagan a lo Bill Clinton: es la economía, estúpidos.

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ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/

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