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La nueva “reconquista”

Isidoro Moreno

Catedrático emérito de Antropología y miembro de la plataforma Andalucía Viva —
27 de febrero de 2025 20:10 h

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El PSOE en Andalucía (nombrarlo como PSOE de Andalucía sería la misma broma que decir PP de Andalucía o creer que “Por Andalucía” es algo más que un rótulo con el que pretenden disfrazarse partidos tan centralistas como IU, Sumar o Podemos) se ha propuesto como objetivo “cerrar el paréntesis” que, según su nueva líder, María Jesús Montero, representan los años de gobierno de Moreno Bonilla en la presidencia de la Junta. No sé si quienes mueven ese cotarro se dan cuenta de lo que significa esta expresión o si ha sido un lapsus de los publicistas del partido. Lo que refleja es que consideran no solo como lo más adecuado sino como lo normal que aquí siempre gobiernen ellos. ¿Qué son seis años frente a los treinta y siete anteriores? Pues un paréntesis, que ya es hora que se cierre para que la normalidad se restablezca entre nosotros. Una normalidad, conviene recordarlo, en la que siempre ha estado Andalucía en los últimos puestos de todos los rankings y en cabeza de la palabrería de que éramos el motor o la vanguardia de casi todo. Una normalidad que puso en marcha la lógica de las privatizaciones en educación, sanidad y otros ámbitos que ahora ha acentuado (que no creado) el PP, con las nefastas consecuencias que sufrimos la mayoría de los andaluces. Aunque a los bancos, a las grandes cadenas hoteleras y a los fondos buitres que controlan la mayor parte de los apartamentos turísticos les vaya perfectamente.

Para intentar volver a esa normalidad, en el congreso que acaban de celebrar en Granada, además de tratar de reparar su muy averiado aparato organizativo, han tocado a rebato para preparar una nueva “reconquista”. Otra palabreja que transparenta la visión que desde la refundación de ese partido en Suresnes, a comienzos de la Transición política, tienen sus prebostes sobre Andalucía: un “territorio”, una “región” o, a lo más, una “tierra” --nunca una nacionalidad, como recoge el Estatuto, y menos aún una nación-- que el PSOE debe gobernar casi por derecho natural. Tan imbuidos están de esta creencia que seis años después del batacazo de Susana Díaz aún no se han preguntado en serio las causas de esa derrota.

Ahora, el PSOE necesita recuperarse en Andalucía porque, si eso no sucede, tiene más que difícil seguir gobernando en la Moncloa. Hacerlo en San Telmo no es más que un medio imprescindible para conseguir ese fin. El verdadero objetivo es extraer el máximo de votos posible, no para encarar los problemas permanentes de Andalucía y plantar cara a quienes nos colonizan en grado creciente, sino para ofrecerlos al jefe de filas que en cada momento lidere el partido –ahora Sánchez, antes Felipe González, mañana ya veremos-- en el empeño de gobernar España. Andalucía no es un fin sino un medio para conseguirlo. Y el hecho de que, en algún momento, quienes gobiernen en el Estado hayan nacido en Andalucía (como fue el caso del tándem González-Guerra) ha ayudado a descolonizarnos de la misma manera que ayudó a Galicia que el dictador hubiera nacido en Ferrol: nada. Porque ser andaluz de nacimiento no implica automáticamente analizar los problemas desde Andalucía, desde los intereses de Andalucía como pueblo, por más que con descarado oportunismo algunos se pongan el disfraz verde y blanco un par de veces al año.

Si alguien cree que en Granada se debatió y aprobó un proyecto político para Andalucía es que no tiene ni idea de cómo funcionan los partidos, en especial el PSOE

Si alguien cree que en Granada se debatió y aprobó un proyecto político para Andalucía es que no tiene ni idea de cómo funcionan los partidos, en especial el PSOE. Lo principal ha sido, como era más que esperable, la puesta en escena. El manifiesto sobre la cultura se hizo público en un carmen del Albaicín, con la Alhambra al fondo, y la nueva líder –que estará en Andalucía solo los fines de semana-- se rodeó de personas de eso que llaman “el mundo de la cultura”, cuando quizá debería denominarse “la industria cultural” o “el mundo del espectáculo”, que no es lo mismo. Es muy significativo que el énfasis se haga en “la cultura” entendida de ese modo reduccionista, y poco o nada se nos hable de cómo fortalecer lo público para invertir la deriva de la sanidad, la educación, la vivienda, la dependencia y tantos ámbitos fundamentales para la vida hacia el negocio privado y la desprotección de la ciudadanía. Ni se nos hable del extractivismo minero, con sus infames secuelas de residuos tóxicos, ni de cómo poner coto a la agricultura hiperintensiva que está convirtiendo nuestro suelo en un desierto, ni de la desordenada proliferación de “parques” (qué burla de palabra) fotovoltaicos, ni de la turistificación salvaje que ya arrasó, cuando ellos gobernaban, gran parte de nuestras costas y ahora convierte en parques temáticos los centros de nuestras ciudades históricas. Ni de…

Sin estos contenidos no existe proyecto político. Y no puede haberlo porque el pesocialismo está plenamente instalado, al menos en los últimos cincuenta años, en la ideología liberal, ahora neoliberal, y no tiene ni puede tener otra política, en el mejor de los casos, que la de generar pequeños paliativos que dulcifiquen en algo los efectos más dramáticos del capitalismo financiero globalizado. Pero en ningún modo puede plantearse en serio enfrentarse con quienes se benefician del modelo que, a fin de cuentas, también es el suyo. Eso sí, adornado con mucha palabrería “progresista”. Y, además, desde esa integración en el modelo, Andalucía no puede ser vista sino como un peón secundario, aunque imprescindible, para intentar gobernar en el Estado. No como un pueblo con identidad histórica, identidad cultural e identidad política diferenciadas que, por ello, tiene pleno derecho a autogobernarse.

Más allá de la ampulosidad de la frase, podríamos ofrecerle a la aspirante a presidenta de la Junta una idea que podría rápidamente promover desde su sillón del Consejo de Ministros: la inmediata devolución a sus lugares de origen de todo el patrimonio andaluz que se mantiene secuestrado en Madrid

Aunque no existe proyecto político, sí hay, claramente, una estrategia política para el objetivo, que es –no se olvide– cerrar el paréntesis y reconquistar la Junta. No preguntemos para hacer qué, porque eso sería preguntar demasiado. Y como no hay proyecto político se echa mano de la cultura como “sector estratégico” de enorme potencial, según afirma Montero, para crear empleo y dinamizar la economía. Una cultura, además, “con acento andaluz” –ya salió la palabreja– cuyos protagonistas más visibilizados “serán, son ya, puntas de lanza de nuestro proyecto”, según la todavía vicepresidenta del gobierno de Sánchez.

También se ha comprometido, dicen las crónicas, “a exprimir al máximo nuestro Estatuto de Autonomía para ser la tierra –de nación o nacionalidad nada, ¿qué esperábamos? – respetada y envidiada que siempre fuimos”. Más allá de la ampulosidad de la frase, podríamos ofrecerle a la aspirante a presidenta de la Junta una idea que podría rápidamente promover desde su sillón del Consejo de Ministros: la inmediata devolución a sus lugares de origen de todo el patrimonio andaluz que se mantiene secuestrado en Madrid, en diversos museos e instituciones del Estado –la Dama de Baza, los Murillo, los libros andalusíes, etc., etc. –, que nos han sido expoliados en diversos momentos de nuestra historia y nos pertenecen. ¿O esto no contribuiría a lo que ella dice que es fundamental: “recuperar la autoestima dañada”?

También fueron responsables –a Escudero y Clavero me refiero– de que los andaluces aceptaran engañados este Estatuto alicorto con el que Andalucía permanece donde estaba a finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo pasado: dependiente (hoy aún más) en lo económico, subordinado en lo político (también en mayor grado que entonces) y alienado en lo cultural, en el mismo furgón de cola de entonces

¿Por qué no emprende esta tarea y sí en cambio alienta la tontería de que el parlamento andaluz nombre a Rafael Escuredo “Padre de la Autonomía Andaluza”? ¿Tan necesitado está su partido de rescatar referentes que ahora reivindican a aquél que defenestraron por considerarlo un verso suelto en la organización? Uno que ya había cumplido la misión de cortocircuitar el proceso de conversión del sentimiento de identidad andaluza en conciencia política nacionalista al asumir de palabra, y con la rechifla general de sus correligionarios, un “nacionalismo de clase” que nunca se tomaron en serio salvo para dejar en fuera de juego al entonces ascendente PSA. Sacando a Escuredo de su despacho de Madrid y haciéndolo presidente de honor del PSOE de (?) Andalucía ya han cumplido. Pero que no quieran a estas alturas hacerlo “padre” de nada. Su papel en el logro de la autonomía que tenemos fue sin duda importante, como lo fue también el de Manuel Clavero (a quien, tras su muerte, quiso convertir el PP también en padre, en su caso de “la Andalucía moderna”), la de Plácido Fernández Viagas (que promovió el llamado Pacto de Antequera) y, sobre todo, la de cientos de miles de andaluces de los pueblos y ciudades que se movilizaron en nuestras calles el 4D y llenaron con sus síes nuestras urnas el 28F con la verde y blanca como única bandera. Pero que también fueron responsables –a Escudero y Clavero me refiero– de que los andaluces aceptaran engañados este Estatuto alicorto con el que Andalucía permanece donde estaba a finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo pasado: dependiente (hoy aún más) en lo económico, subordinado en lo político (también en mayor grado que entonces) y alienado en lo cultural, en el mismo furgón de cola de entonces.

El propio Estatuto de Autonomía, tan limitado e inútil para tantas cosas importantes, reconoce a Blas Infante como “padre de la patria andaluza”. Si los diputados pesoístas y de los otros partidos leyeran a este –y no solo estuvieran embebidos en los sondeos electorales– tendrían elementos de juicio para reconocerse o no como hijos suyos. Pero, por favor, no nos propongáis más padres. Dejad a Rafael en el tranquilo retiro que él mismo decidió construirse cuando fue acosado por Alfonso Guerra y humillado por Felipe González.