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El PP armó el Belén

Playmobil en el Museo de Belenes de Mollina

Juan José Téllez

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El Partido Popular felicitó la Nochebuena con una inocentada, la de preguntar si el Gobierno “es partidario de respetar las tradiciones navideñas de los españoles en los espacios públicos de su competencia”. Pedro Sánchez vendría a ser como Nerón y Pablo Casado como Constantino, que convirtió al cristianismo en la religión oficial del Imperio Romano. En la misma línea que José María Aznar, que pretendía incluir la raíz cristiana de Europa en la Constitución comunitaria que nunca pudo ser, quizá porque no quisieron los apóstoles del euroescepticismo.

En un país en donde desahucian a diario a la Virgen María, a San José y al Niño Jesús, a los conservadores les inquieta que los ministros socialistas no envíen tarjetas navideñas con motivos cristianos sino con poemas de autores habitualmente ateos como son los escritores desde que Unamuno jugara a ser Dios en 'Niebla'.

En la misma España nacionalcatólica donde los obispos tienen categoría de notarios e inmatriculan propiedades a su antojo, la bancada de los charranes, por boca de Silvia Valmaña, diputada por Guadalajara, usa el nombre de Dios en vano para reprocharle al PSOE que prohíba los belenes en los ministerios y estaciones de trenes como un atentado a la libertad religiosa y una persecución encubierta hacia los creyentes en Jesucristo, en los pastorcitos y en los Reyes Magos.

Nada importa que la orden de no instalar el belén de Atocha fuera dictada en tiempos de nuestro señor Mariano Rajoy, que en su registro esté. Hay un público dispuesto a creer de grado que el Grinch vive en La Moncloa: a su actual inquilino, sus predecesores le han dicho cosas peores, como traidor a la patria, por ejemplo, tal que tuvieran a su nombre las escrituras de propiedad de esta vieja nación que debe estar tan harta de quienes la atacan sin argumentos como de quienes la defienden a ultranza.

En la era de los fakes, de los memes, de la televisión basura y de los grupos chorras de whatssaps, los avatares de la realidad han llegado a la Carrera de San Jerónimo. Si ya era difícil que sus señorías pisaran la calle, ahora discuten los embustes de las redes sociales en lugar de las verdades como puños de la vida misma. La misma semana en que el curso judicial de la Gürtel aportaba nuevas evidencias sobre el latrocinio continuado por parte de dicha formación política, los populares jugaban al populismo y sacaban pecho con el viejo lema del periodismo: “No dejes que la realidad te estropee una buena noticia”. Que los rojos van a prohibir la caza, los toros y, encima, Puigdemont se ha llevado hasta Waterloo al caganet de nuestros riachuelos de papel de aluminio. ¿Qué más da si es verdad o no lo que se afirma en sede parlamentaria o en el ciberespacio, cuando parte de la ciudadanía y del electorado lo consideran verosímil? Lo importante es montar el belén a brochazos y no con el amor que lo hacía, hasta el año pasado, el poeta Pablo García Baena en su domicilio cordobés.

¿Recuerdan aquel viejo episodio de House Park en el que la celebración de la Navidad en un colegio público llevó a un rito consensuado en el que quedaban sintetizadas todas las confesiones religiosas? Ojalá los españoles hubiéramos sabido ser ecuménicos en lugar de dogmáticos y conversadores en lugar de conservadores de no se sabe qué.

El buenismo de los socialistas no estriba en reclamar que se derogue la prisión permanente revisable a pesar de que el sensacionalismo aconseje electoralmente lo contrario. Pecaron de buenistas al no enfrentarse desde la transición a la todopoderosa Iglesia Católica y no forzar, como en media Europa, la existencia de un país verdaderamente laico, donde las procesiones de Semana Santa no se conviertan en una pasarela de mandamases o en donde su jerarquía no merezca una casilla específica en la declaración del IRPF. Tampoco el resto de la izquierda puso especial énfasis en desacralizar a nuestro Estado de Derecho, de ahí que las alternativas a la religión en el currículo escolar hayan sido desdibujadas y escasamente dotadas de presupuesto y de contenidos.

Por ese buenismo secular, hemos llenado a la enseñanza pública de colegios privados y convertido en obligatorias y puntuables las catequesis mientras que postergábamos la filosofía en nuestras aulas. Tenemos un próspero I+D+I en Semana Santa pero suspendemos el Plan Bolonia de la convivencia. Los que somos ateos gracias a Dios nos gusta celebrar todas las fiestas, aunque no compartamos el espíritu que las motivaron. En ellas, el ser humano se regocija en sus creencias y en sus esperanzas. Lo que no queremos, eso no, es que nos hagan la pascua.

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