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Joe Biden: quién nos lo iba a decir

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En el primer debate electoral entre Donald Trump y Joe Biden, el primero acusó a Biden de socialista. Una acusación grave en la política estadounidense, que inmediatamente desmintió Barack Obama y que, probablemente, fuera el temor que acoquinaba a los demócratas para no permitir que Bernie Sanders fuera el candidato a la presidencia. En la gusanera de La Florida –como en el barrio de Salamanca–, la inmigración política cubana y venezolana dio un paso más acusando al luego segundo presidente católico de la historia de los Estados Unidos de comunista.

Trump representaba unos intereses contrarios a los defendidos por Biden, pero aun así había un cierto consenso en la progresía en que la moderación de Biden haría que poco o nada se distinguiera de Trump. No ha sido así. Es más, al final, los discursos –y la praxis– desde su toma de posesión se han acercado bastante a la posición más progresista americana empujando al trumpismo a su sitio, al rincón de la extrema derecha estadounidense. No deja de ser trascendente porque Trump no estaba solo, ni mucho menos; mucho del poder del neoliberalismo extremo –el Ibex 35 ultramarino– apoyaba al líder ultraderechista abiertamente.

Brendan O’Connor, autor del libro Blood Red Lines, insiste en la idea compartida por el pensamiento progresista estadounidense de que el trumpismo, cuyo movimiento define como “fascismo fronterizo”, se sitúa, origina y fundamenta no solo en el nativismo y el supremacismo racista, sino en las contradicciones y condiciones del neoliberal capitalismo.

Pero Joe Biden, ese católico que se fue a misa con toda su familia después de la inauguración, ha resultado ser efectivamente un “socialista” aunque no un demonio extremista. Sabe cuál debe ser su posición en una nueva versión del New Deal porque tiene claro que la brecha de la desigualdad creada por el trumpismo no solo es mala para los principios democráticos y económicos de su país, sino para la propia existencia de la democracia estadounidense.

Son las grandes empresas y los más ricos los que tienen que soportar una carga fiscal más justa, no solo para salir de la crisis sino también para acabar con la desigualdad que amenaza al propio sistema capitalista. Lo dice Biden.

La crisis sanitaria –no se encontró un escenario fácil– lo ha cogido de por medio pero no ha dudado en coger a la crisis por los cuernos. Aquí siguen algunos de los fundamentos breves de su carácter “socialista”. Empezando por enfrentarse al capitalismo bursátil de casino: los Estados Unidos, dijo dirigiéndose al santa santorum del capital, no los construyó Wall Street sino la clase media y los sindicatos. Algo, esto último, de especial trascendencia, porque en los EEUU, idea trasladada a toda Europa y sus satélites, el poder económico se había arremangado (con cómplices por apenas una conferencia, una cena y algún cursillo) para desprestigiar y destruir el papel de los sindicatos con bastante eficacia.

A ellos, en la catedral del neoliberalismo, no ha demostrado temor ni debilidad al afirmar y exigir la liberación de las patentes farmacéuticas, después de haber puesto a su país en la vanguardia de la vacunación pero consciente de que la codicia de los lobbies farmacéuticos ralentizan la curación de la humanidad. Estos días hemos conocido que AstraZeneca ha aumentado en 1.200 millones de euros sus beneficios. ¿Les suena? Sin duda el esfuerzo de Biden contra el coronavirus es diametralmente opuesto al de su antecesor pero, además, demuestra que va con luces largas.

En apenas cien días de mandato, las ayudas a los más necesitados, parados, la educación y al débil sistema de salud estadounidense se han hecho visibles tras el intento constante de Trump de acabar con la tímida reforma de Obama; desde el punto de vista fiscal, ha bajado la imposición federal a la renta de los salarios más bajos –no a los ricos– y ha solicitado a la UE y se ha exigido a sí mismo una tasación mínima global para las grandes multinacionales que nadan felices en el paraíso fiscal creado por su propia potencia política. Francamente, tanto la UE como algunos de sus estados miembros, léase España y Nadia Calviño, están haciendo el ridículo. Como también lo hacen los pazguatos dirigentes de la izquierda tradicional española, singularmente, ante una obviedad que nos viene de ultramar: son las grandes empresas y los más ricos los que tienen que soportar una carga fiscal más justa, no solo para salir de la crisis sino también para acabar con la desigualdad que amenaza al propio sistema capitalista. Lo dice Biden.

Consideren si tenían razón Trump y sus mentores sobre el peligro Biden. Podrán ustedes afirmar, y coincidiríamos, que la izquierda americana es muy moderada, al menos en sus proclamas, y que tienen peores tambores y su postureo no es tan cinematográfico como el nuestro; pero hay algo obvio en el papel y en la praxis: no es lo mismo votar a la extrema derecha o fascismo fronterizo que a partidos democráticos y progresistas. Esa es la gran lección ultramarina del “moderado” Joe Biden.

En el primer debate electoral entre Donald Trump y Joe Biden, el primero acusó a Biden de socialista. Una acusación grave en la política estadounidense, que inmediatamente desmintió Barack Obama y que, probablemente, fuera el temor que acoquinaba a los demócratas para no permitir que Bernie Sanders fuera el candidato a la presidencia. En la gusanera de La Florida –como en el barrio de Salamanca–, la inmigración política cubana y venezolana dio un paso más acusando al luego segundo presidente católico de la historia de los Estados Unidos de comunista.

Trump representaba unos intereses contrarios a los defendidos por Biden, pero aun así había un cierto consenso en la progresía en que la moderación de Biden haría que poco o nada se distinguiera de Trump. No ha sido así. Es más, al final, los discursos –y la praxis– desde su toma de posesión se han acercado bastante a la posición más progresista americana empujando al trumpismo a su sitio, al rincón de la extrema derecha estadounidense. No deja de ser trascendente porque Trump no estaba solo, ni mucho menos; mucho del poder del neoliberalismo extremo –el Ibex 35 ultramarino– apoyaba al líder ultraderechista abiertamente.