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Cuando el silencio es nuestra lengua materna

22 de enero de 2025 21:28 h

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Hay quien defiende que la mejor forma de vivir con plenitud el presente y reducir así la ansiedad y el estrés es hacerlo emancipándose, entre otros, del pasado. Entrar en el presente de cara, mirando hacia delante y con todo el cuerpo. Esta es una propuesta seductora que no dudo haya contribuido a que mucha gente aprenda a enfocarse, dormir mejor y aplacar el dolor. Creo que a lo largo de mi vida lo intenté varias veces sin éxito, probablemente debido a mi escepticismo a la hora de vivir el ahora obviando toda referencia –y experiencia– al ayer.

Eso pensaba estas Navidades mientras intentaba sortear el enjambre humano en las calles madrileñas y toparme con la campaña 'Conectados contigo', una iniciativa de la Comunidad de Madrid que ha cedido 150 soportes publicitarios en sus estaciones de metro para dar visibilidad al trabajo de 12 entidades sociales. La iniciativa es bonita, me digo. La línea 9 está dedicada a Amaranta, organización privada sin ánimo de lucro creada por las Religiosas Adoratrices que acompaña a mujeres víctimas de trata sexual y de violencia promoviendo su autonomía. Amaranta. Adoratrices. Esclavas del Santísimo Sacramento. Esclavas. Rumio las palabras, pero no las sé metabolizar. Recuerda, me digo, los fundamentos del mindfulness: el cuerpo, las sensaciones, la mente y los fenómenos.

Yo soy yo y mis obsesiones, ese tamiz que me secuestra y que me obliga a pensar cada objeto, cada persona o cada acontecimiento a través de la batea en la que se convierten. O como escribió Anaïs Nin en sus diarios: “No vemos las cosas como son, las vemos como somos. Nuestras obsesiones colorean el mundo”.

De entre las muchas obsesiones que tengo –las ventanas, la publicidad como termómetro de la salud de una sociedad, caminar a todos sitios y durante todo el día, el duelo, los libros– hay una que me creció hace un par de años cuando me topé con este documental sobre el Patronato de Protección a la Mujer. Luego, como suele ocurrir con ese colador en el que se transforman mis obsesiones, todo fueron pepitas de oro: conocer a las periodistas Marta García Carbonell y María Palau Galdón, leer su libro Indignas hijas de su patria, la primera toma de contacto con la investigadora y superviviente del encierro Consuelo García del Cid, mi artículo Por puta y desde septiembre, formar parte de una red de investigadoras sobre el Patronato de Protección a la Mujer, un grupo formado por investigadoras, periodistas, supervivientes, juristas, etc. que compartimos un mismo empeño: verdad, justicia y reparación.

Difícilmente el Patronato hubiera podido llevar a cabo sus fines sin las órdenes religiosas que regentaban los centros y maltrataban a las menores

Sucede que a veces una lee algo y eso se lo lleva todo, lo quiere todo, lo necesita todo y entonces lo escribe para que salga del cuerpo. Cada uno decide qué hacer con sus obsesiones, claro, si padecerlas o disfrutarlas. Yo soy de las segundas y siempre que puedo, las alimento. ¿Por qué nadie me habló de esas mujeres encerradas, apaleadas, humilladas y maltratadas por una de las mayores instituciones de represión contra las mujeres en nuestro país? ¿Por qué apenas hay rastro oficial ni se ha hecho memoria del Patronato de Protección a la Mujer, una institución que entre 1941 y 1985 encerró a las jóvenes menores de edad que según las normas morales de la dictadura, aplicada solo a las mujeres, la transgredían?

Muchos episodios históricos han sido apuntalados por el axioma de que el mal se hace en nombre del bien. En este caso, el Patronato nace para intentar encerrar a prostitutas que ejercían en la clandestinidad, pero el mal muta y se pliega a la moralidad dominante, así que el Patronato acabó afectando a cualquiera (mujer, claro) que no comulgara con el ideal femenino de sumisa, abnegada, decente y con una sexualidad que no estuviera ligada a la reproducción dentro del matrimonio. Un paseo en bici, un cine oscuro, bañarse en el río sin la indumentaria reglamentaria, fumar en la calle, la falda demasiado corta.

Pensar en el Patronato como una entelequia puede confundirnos a la hora de comprender el entramado, porque lo cierto es que difícilmente el Patronato hubiera podido llevar a cabo sus fines sin las órdenes religiosas que regentaban los centros y maltrataban a las menores: Oblatas del Santísimo Redentor, Trinitarias, Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia, Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, Auxiliares del Buen Pastor, Religiosas Esclavas de la Virgen Dolorosa, las Cruzadas Evangélicas. Y las Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad.

Cuando desdeñamos nuestra historia más reciente, cuando la lengua materna de un país es el silencio, ocurren estas cosas: Adoratrices. Línea 9 del metro. Madrid. Navidades de 2024. Pero no solo. El pasado noviembre, el Gobierno aprobó una subvención de hasta 1.592.790 euros a la Obra Social de Adoratrices en España.

La guerra contra las mujeres es silenciosa, oscura y enigmática. Nunca parece que nos están matando. Pero a las mujeres nos matan y nos matan y nos matan

¿Es posible entonces una justicia restaurativa en una democracia amnésica? El olvido borra el pasado. El perdón exige reconocimiento de la falta y una clara ausencia de justificación de la misma. ¿Cómo es posible el perdón cuando no existe siquiera una lista de damnificadas? ¿45 años y más de 40.000 mujeres y niñas no es suficiente para rescatar del olvido a una institución que violó sistemáticamente los derechos de las mujeres? ¿Para, al menos, investigar y reparar los abusos del pasado, vigilar con rigor el presente y no continuar financiando las mismas congregaciones religiosas?

La guerra no es bulliciosa para las mujeres y las niñas. No es estridente. La guerra de los hombres es la que se relata y se instruye, la que cuenta con la pomposidad de los relatos alambicados. Los hombres muertos se cuentan. En cambio, la guerra contra las mujeres es silenciosa, oscura y enigmática. Nunca parece que nos están matando. Pero a las mujeres nos matan y nos matan y nos matan. ¿Acaso no han dejado todos los conflictos bélicos muertas en vida? De una forma tan inaprensible que no parece que nos estén matando. Y nos matan y nos matan y nos matan. Y nunca lo llaman guerra, porque parir como una perra no se parece a la guerra. Limpiar el suelo con la lengua no se parece a la guerra. Estar encerrada en un reformatorio no se parece a la guerra. Desatascar váteres con las manos a los ocho años no se parece a la guerra. La desaparición de cientos de bebés no se parece a la guerra. Ser violada por tu padre o por tu hermano o por el cura o por el maestro y encerrarte por ello, tampoco. Nada se parece a la guerra más que el ideograma de la guerra.

Hay una lesión escondida tras el silencio de las instituciones. Hay una sed que vertebra la memoria de las mujeres. Hay una necesidad, la de ser mujeres antepasadas que garanticen un buen futuro. Porque no somos hijos de nuestra época, somos hijos de todas las épocas pasadas. Esa es nuestra herencia. Y la historia, como la palabra o el grito, no puede transmitirse en el vacío. Es necesario sostener la memoria a través del relato. En el presente hay que entrar con valentía, caminando de espaldas para no perderle la vista al pasado. Me encontré con estos versos de Stella Díaz, poeta chilena: “No quiero/ que mis muertos descansen en paz/ tienen la obligación/ de estar presentes” y sí, me acordé de todas ellas.