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Paco de Lucía regresa al Teatro Real convertido en leyenda: “Él nos enseñó que cada uno debe hacer su camino solo”

Alejandro Luque

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Hace casi 50 años que las puertas del Teatro Real se abrieron por primera vez el flamenco. Sucedió el 18 de febrero de 1975, y el encargado de la hazaña, definida por la prensa de la época como una verdadera “toma de la Bastilla”, no podía ser otro que Paco de Lucía, el genio de la guitarra llamado no solo a revolucionar lo jondo desde sus cimientos, sino a marcar un nuevo rumbo para las músicas de raíz. Hoy, ocho años después del fallecimiento del artista de Algeciras en Playa del Carmen (México), el mismo coliseo madrileño acoge un concierto de homenaje con un título que define bastante bien el alcance de su legado: Infinito.

“Nosotras no pudimos vivirlo, pero hemos leído las crónicas de aquello y nos imaginamos lo que debió de suponer”, comentan las hijas del guitarrista, Lucía y Casilda Sánchez. “Esto era entonces el templo de la música clásica, y el resto de las músicas eran de segunda. A partir de ese momento, las grandes músicas del mundo, algunas de las cuales eran populares, pudieron llegar a todas partes”.

La nómina de estrellas que desfilarán por las tablas del Real es, desde luego, apabullante: John McLaughlin, Sara Baras, Miguel Poveda, Niña Pastori, Mariza, Farruquito, Farru, Jorge Pardo, Alain Pérez, Al Di Meola, Carles Benavent, Antonio Serrano o Antonio Sánchez, entre otros, figuran en el histórico cartel que pretende dar un impulso a la Fundación que lleva el nombre del maestro. “Estos ocho años han sido muy difíciles al principio, y luego han ido tomando el mejor camino, crear una fundación y organizar el homenaje que nunca se le había hecho a Paco”, comenta su viuda, Gabriela Canseco. “Ahora toca todo lo demás, impulsar el flamenco y continuar con su obra”.

La primera llamada

Pero primero está el homenaje, que promete no ser uno más de los que se han brindado –y los que vendrán– al gigante de las seis cuerdas. No faltarán a la cita algunos colaboradores de Paco de Lucía en sus últimas décadas de carrera, como el armonicista Antonio Serrano, un joven y talentoso músico de jazz que había empezado a coquetear con el flamenco cuando sonó el teléfono y la voz de Paco preguntó por él desde el otro lado de la línea.  

“Es verdad que con la primera llamada pensé, wow, a ver cómo resuelvo esto”, sonríe ahora Serrano. “Pero siempre he sido muy responsable y aplicado. Me puse a escuchar sus discos y me los estudié, de modo que cuando me encontré con él no estaba nada desubicado, ya sabía lo que me iba a pedir. Entendí que mi instrumento, a lo que más se parece, es al saxo o la flauta de Jorge Pardo, que había puesto los vientos a los primeros discos del sexteto. Yo siempre he sido también muy preguntón, y Jorge ha estado siempre ahí para contestarme con mucha sabiduría”. Así fue como Serrano giró por el mundo al lado del gigante de Algeciras, sentado “a la diestra del padre” por decirlo bíblicamente.

Jorge Pardo, más veterano que estos compañeros, militaba en el grupo Dolores cuando Paco lo fichó a finales de los años 70. El flautista y saxofonista pasó a ser pieza indispensable de su sexteto durante más de dos décadas, recorriendo el mundo entero a su lado. “Para quienes hemos tenido el honor de trabajar con Paco, no hay un día que no nos acordemos de él y no lo reconozcamos. Cada vez que uno se sube a un escenario, cada vez que escucha una música con agudeza o suena un quejío, ahí está él, al menos para mí”, confiesa.

Una lección duradera

No puede adelantar gran cosa de lo que tocará en el Real, pero asegura que “siempre voy con la escopeta cargada”, y más cuando se trata de recordar la música del maestro. Pero sobre todo Pardo, que acaba de estrenar un documental sobre su trayectoria titulado Trance, tiene presente su ejemplo. “La primera lección de Paco, de cualquier buen maestro, como hacía también Camarón o Chick Corea, es que cada uno tiene que hacer su camino solo. Seguir sintiendo la música, con las variables que pueda implicar”.

También formaba parte del grupo Dolores, y se incorporó al sexteto, el brasileño Rubem Dantas. “Paco es parte de mi vida. No solo fuimos compañeros, era como si fuera de mi familia”. Fue precisamente en una gira junto a Paco de Lucía cuando decidieron incorporar el cajón peruano al flamenco, cambiando para siempre el sentido de la percusión en este campo. “Inventamos algo juntos, todos. La música que se toca hoy la inventamos nosotros. Ahora me para gente por la calle, me da besos y me da las gracias porque, dicen, 'nos estamos pagando la casa gracias al cajón'. Me llaman hasta de China, pero el ministerio de Cultura español no me ha mandado nunca ni un ramo de flores a casa”.

La ausencia del maestro, añade, no tiene consuelo posible. “A Paco lo vamos a recordar siempre. Nos juntaremos para tocar en su memoria, pero echo de menos llamarlo, verlo, irnos a cenar, ensayar o jugar al fútbol, unas de las cosas que más le gustaban”.

Y mientras el público se frota las manos ante lo que promete ser un derroche de talento musical y escénico, la gran pregunta es ¿qué diría el propio Paco de todo esto? “Él era mucho de ver los fallos”, sonríen sus hijas. “Estaría más contento viéndolo desde detrás del escenario que en la fila 9, pero seguro que se sentiría orgulloso viendo a esos bicharracos reunidos en su honor”.

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