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El número de catedráticas en Andalucía crece sólo un 6,5% en una década y no supone todavía ni la cuarta parte del total

Consuelo Durán

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Desde 2000 se ha duplicado el número de médicas y ya son mayoría porque las mujeres copan las facultades. Pero paradójicamente solo el 16% del profesorado titular son mujeres y las cátedras, solo en el 7% de los casos, según un estudio de la Organización Médica Colegial de España. En la última década en Andalucía, la proporción de mujeres catedráticas de universidad se ha incrementado en un 6,5%, apenas medio punto porcentual por año, de modo que hoy todavía no suponen ni una de cada cuatro cátedras. En concreto, el número de cátedras en Andalucía en el curso 2020-2021 asciende a 2.556. De estas, las mujeres ocupan el 23,8% (608) mientras que los hombres se quedan con el 76,2% (1.948). Pese a que en el curso 2010-2011 las catedráticas eran todavía menos (el 17,3%), 10 años después la distribución tampoco ha conseguido alcanzar los márgenes de equilibrio representativo.

Son datos del informe de evaluación de impacto de género de los presupuestos de Andalucía para 2023, que también recoge que personal docente e investigador asciende a 17.693 personas, con una distribución entre mujeres y hombres del 40,7% y el 59,3% respectivamente, por lo que en el mismo periodo sí se ha corregido la situación de desequilibrio, ya que en el curso 2010-2011 suponían un 64,3% los hombres y un 35,7% las mujeres.

Por otra parte, el informe recoge que “las desigualdades son más evidentes en el caso de la proporción de investigadoras principales pertenecientes a grupos de I+D en 2021, con un 28,4% sobre el total”, cifra que, que no obstante, se ha incrementado en 5,3 puntos porcentuales desde 2011. En el caso de las investigadoras principales de proyectos de excelencia, el crecimiento en la década ha sido menor (4,9%), pasando de representar el 28,4% en 2011 a un 33,3% en 2021. Mientras, en el ámbito de la investigación, los equipos directivos de los centros del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Andalucía muestran una participación de las mujeres del 32,9% (25 investigadoras y 51 investigadores), habiéndose producido un incremento del 12,9% respecto a hace una década.

La catedrática Alicia Marchant Rivera, Primer Premio Nacional Fin de Carrera del Ministerio de Educación y Premio Extraordinario de Licenciatura y Doctorado de la Universidad de Málaga, integra el Instituto Universitario de Investigación de Género e Igualdad de la Universidad de Málaga (IGIUMA). En su opinión, “esto se produce porque sigue existiendo desigualdad y, en el ámbito académico, un machismo profundo”, si bien reconoce que “está mucho más asentado en unas áreas de conocimiento que en otras”.

“La igualdad hombre-mujer no se ha solventado”

Por otro lado, comenta: “Hay todavía catedráticos a la antigua usanza que piensan que para una joven brillante pueda progresar, tiene que hacerle sentir como una especie de débito, y la desgracia es que todavía hay mujeres que no se atreven a romper con esta lacra y a denunciarlo, y a lo mejor se someten a esas directrices creyendo que dorándole la bola a este tipo de personajes, pueden realmente alcanzar algo. Hay, por tanto, mujeres culpables, y hombres culpabilísimos en determinados sectores universitarios”. Y todos estos factores en conjunción “hacen que avance poco el número de catedráticas”. También pasa porque la “igualdad hombre-mujer no se ha solventado, ni en el entorno laboral en general ni en el universitario”. Recuerda que “si la mujer quiere combinar su faceta de profesional con la de madre, siempre va a tener un mayor número de horas de tareas del hogar y de cuidados”. 

En principio, cree que tienen las mismas oportunidades hombres y mujeres de conseguirlo. Se fija por ello en los datos de Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación de España (ANECA), dirigida ahora “por una mujer muy valiente y con un propósito de equidad”. Sin embargo, continúa, “en la última década hay áreas de conocimiento, como arte, bioquímica o física donde el porcentaje de de éxito en acreditación a cátedra es tremendo, rozando el 100% y otras, como por ejemplo historia, donde es de un 34%”, y las primeras están más masculinizadas. “Entonces ahí está la disfunción, en relación a las distintas áreas de conocimiento”, expone. “Como no hay anonimia del candidato, se proyectan las filias y las fobias heredadas de sistemas anteriores y eso, hoy, siglo XXI, sigue existiendo”.

“Teóricamente -sigue- se dan las mismas oportunidades, sí, pero luego en la praxis, hay una diferenciación por áreas de conocimiento que debería ser eliminada y eso ya depende de factores humanos y subjetivos de los miembros que componen las comisiones y de su manera de interpretar el sistema académico, así como de los informadores externos, que a veces también proyectan estos sentimientos sobre los candidatos y se alejan mucho de la objetividad”.

El sistema “podría proporcionar una estructura igualitaria para conseguirlo”, pero se pregunta “cuántas mujeres tienen la posibilidad, la fortaleza y la circunstancia para poder luchar y plantearse una acreditación a cátedra y poder materializarla, si llevan también el lastre de la atención doméstica, a los mayores, etcétera”.

El lastre de los roles

Por su parte, Mónica Domínguez Serrano, delegada del rector para la Igualdad de Género en la Universidad Pablo de Olavide (UPO) sugiere que las causas por las que todavía hay tan pocas catedráticas son múltiples. “Efectos como el denominado 'techo de cristal', 'suelo pegajoso' o 'tubería que gotea' están en la base de la explicación de esta situación”. Esta experta subraya también: “La carrera investigadora es compleja. Los duros procesos de evaluación asociados al ascenso profesional exigen una gran implicación personal y, en gran parte, están condicionales por el ámbito privado”. El momento en que se exige mayor dedicación coincide con la etapa en que las personas se plantean tener hijos. “Esto, sin duda, supone un importante freno principalmente para las mujeres, que quedan fuera del juego durante periodos importantes que se traducen, inevitablemente, en una ralentización de sus carreras profesionales. Esto no sucede de la misma manera a los hombres”, explica. Esta es una de las razones, “aunque hay muchas que se derivan también de los roles de cuidadoras que tradicionalmente se han asignado a las mujeres”. Esto se puso muy en evidencia en el periodo de pandemia, “donde se intensificaron los roles y, por tanto, la producción científica de mujeres y hombres fue radicalmente distinta”.

Pese a que desde las agencias de evaluación se ha empezado a introducir medidas correctoras, los cambios en la academia son lentos, y en su opinión, no tienen las mismas oportunidades hombres que mujeres. “El sistema de acreditación y evaluación sigue penalizando el rol de cuidadoras que asumen las mujeres. En la medida en que la implicación de hombres y mujeres no sea la misma en el ámbito privado de los cuidados, estas seguirán en situación de desventaja. De la misma manera, si los sistemas de evaluación continúan de la manera en que todavía se desarrollan, las diferencias seguirán existiendo”.

El cambio, desde su punto de vista, debe producirse desde una doble vía. “Por una parte, es importante que exista una mayor corresponsabilidad en el ámbito privado que permita el desarrollo profesional de ambos por igual. Por otra parte, es importante que en los procesos de evaluación sigan introduciéndose medidas de acción positiva que sirvan para corregir los desequilibrios. En la UPO, desde nuestro ámbito de acción, llevamos a cabo algunas acciones específicas en el marco de nuestro III Plan Estratégico para la Igualdad de Género recientemente aprobado. Establece algunas como la promoción de medidas de acción positiva en nuestro Plan Propio de Investigación o el reconocimiento de actividades para fomentar la producción científica de las Investigadoras tras el nacimiento, adopción y/o acogimiento”.

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