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Tocar el arte: así restaura el Museo de Zaragoza el retablo de Blesa, una joya del gótico

Pilar Camón y Elena Naval trabajan sobre la Adoración de la Cruz del retablo de Blesa, en la sala de gótico del Museo de Zaragoza.

Óscar Senar Canalís

Zaragoza —

La escena impresiona: al entrar en la sala, bajo la potente iluminación de un par de focos, dos mujeres perfectamente equipadas con batas blancas y lentes de aumento, pincel en mano, trabajan en silencio sepulcral y de forma meticulosa sobre los bordes de una pintura con más de cinco siglos de historia. Solo un elemento desentona en el cuadro que componen: un transistor que sintoniza con la actualidad más rabiosa. “Es que al final se nos acaban los temas de conversación, y la radio nos hace compañía”, confiesan. Son Elena Naval y Pilar Camón, y durante un mes han dedicado ocho horas diarias a poner a punto una de las joyas del gótico aragonés, el retablo de la Santa Cruz de la Iglesia de Blesa (Teruel).

Tras tres años cerradas al público, y cambio de ubicación mediante, el Museo de Zaragoza ha ido reabriendo en los últimos meses sus salas dedicadas al barroco y al renacimiento. Ahora le llega el turno a la del gótico, y la institución ha aprovechado la mudanza para presentar las obras de este periodo con un nuevo planteamiento expositivo. En este caso, la decisión ha sido retirar los marcos del retablo de Blesa y dejar exentas las tablas, de manera que las restauradoras han tenido que aplicarse en dejar presentables esos bordes antes invisibles al público.

El Museo de Zaragoza cuenta con tres restauradoras en plantilla especializadas en pintura, documento gráfico y antigüedad. Ellas son quienes se ocupan de que las obras, expuestas o no, estén en perfectas condiciones, así como de su acondicionamiento para cesiones y traslados. La envergadura del retablo de Blesa ha requerido la contratación durante un mes de dos especialistas externas, Pilar Camón y Elena Naval.

Carmela Gallego, restauradora de pintura del Museo, explica que, de puertas para adentro, fuera de la vista de los visitantes, tienen “muchísimo trabajo”. “Hay una revisión constante de los fondos y se va actuando en función de las necesidades”, cuenta. En el caso de los centros del Gobierno de Aragón, por suerte, hay pocas sorpresas: “Las obras que se encuentran albergadas en los museos son privilegiadas porque están en perfecto estado de conservación”. Así, el mayor reto al que se suelen enfrentar son los arreglos de las intervenciones realizadas en las obras en el siglo XIX e incluso el XX, ya que “hasta 1985 no hubo restauradores con titulación oficial en plantilla y antes se realizaron trabajos sin documentar”.

“La parte menos bonita de la restauración” de una “joya”

En eso anda precisamente Elena Naval sobre una de las tablas de Blesa: “Este retablo ya lo habíamos restaurado en su día. Al cambiar el diseño expositivo, se retiran los marcos de madera, posteriores a la entrada de la obra en el museo, y salen a la luz unos bordes azules, originales de la pieza, pero no pensados para que los viera la gente, ya que quedaban tapados por la armazonería; incluso hemos encontrado pruebas de dibujo y color bajo la pintura, porque los artistas sabían que esa parte no se iba a mostrar. Ahora nosotras lo tenemos que tratar como algo visible, y por eso arreglamos los desperfectos, que no afectaban a la conservación, pero sí a la estética”.

Pilar Camón, levantando sus lentes de aumento y sin soltar el pincel, explica que estas semanas han estado enfrascadas en “la parte menos bonita de la restauración”. Así, han rellenado los huecos en la madera con resina, han estucado los agujeros dejados por los clavos, han repasado el color... “En realidad, también es un trabajo importante, porque refuerzas una zona que puede estar debilitada”, precisa.

Al preguntarle sobre la pieza en la que trabaja, atribuida a Miguel Jiménez y fechada entorno a 1481, a Naval se le iluminan los ojos y dice que “solo hay que verlo: es una de las grandes joyas del gótico”. “Cualquiera de las tablas tiene una enorme calidad artística. Los fieles lo veían montado en el altar, desde lejos, pero cuando te acercas tanto descubres la gran cantidad de detalles que tiene”. En concreto, Naval y Camón ultiman la tabla correspondiente a la Adoración de la Santa Cruz por Santa Elena y el emperador Heráclito: entre los ropajes dorados sobresalen las expresiones de reverencia de los rostros de los personajes representados; tanta es la precisión que se cree que muchos de ellos son en realidad retratos de personas de la época.

Un poco más allá, en la sala donde trabajan -y que es en la que se expondrán las piezas cuanto termine su restauración- se encuentra la parte central del retablo, el Juicio Final, donde a los pies de Cristo juez se representa la resurrección de los muertos. Detrás de las restauradoras, sobre una mesa, está el banco (parte inferior) del retablo, donde, de cerca, llama la atención la precisión a la hora de representar los pies de los apóstoles.

Cuando en un tiempo abra la sala, los visitantes podrán admirar casi al completo (falta alguna pieza menor) todo este relato bíblico, una auténtica superproducción artística del medievo aragonés pensada para instruir a los fieles.

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