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Del Sinaí a Las Fuentes

"Salomón y la Reina de Saba"

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Descendí del tranvía en el artículo anterior en pleno barrio de Valdespartera, parada última y confín sur de la ciudad. Una geometría de bloques disciplinados en torno a amplias avenidas recuerda su pasado militar. Desde el Camino de Miralbueno hasta aquí se hallaban ubicados el acuartelamiento de San Lamberto y el campo de tiro de Valdespartera. Los casi 3.500.000 metros cuadrados de este último fueron adquiridos en el año 2000 por el Ayuntamiento de Zaragoza para la construcción de viviendas.

La depresión de Valdespartera, entre Montecanal y los cerros de Santa Bárbara, tiene algo de fronterizo e inestable. Barrancos y torcas dan testimonio de un terreno estepario, moteado de rastrojo y albardín. Su textura de yesería le confiere un pelaje blanquecino y seco, como de meseta lunar. Si a ello añadimos las denominaciones de la calles, tenemos un escenario fantasmagórico, a medio camino entre urbe soñada y territorio montaraz.

Si el paseante dirige su mirada hacia el sur descubrirá de fondo el alto de Santa Bárbara a cuyos pies discurre la autovía Z-40. Arriba, coronando su cima, la silueta de la ermita que da nombre al altozano, a la que se accede tras dejar la calle “Centauros del desierto” y traspasar el túnel bajo la autovía. La ermita es una construcción de finales del siglo XVII y hoy una ruina cuyos muros desmigajados retornan poco a poco a la tierra. Sólo los contrafuertes resisten a duras penas el descalabro. Lugar de romería por la Cofradía de Labradores de la parroquia de San Pablo y por los vecinos de Casablanca y Cuarte, ahora es peña a la intemperie para fiestas de graffiti y reggaeton.

Hollywood en Zaragoza

El paisaje se asemeja a esas estampas catequistas del Antiguo Testamento. Es lo que debió pensar el fotógrafo Freddie Young cuando llegó hasta aquí con el propósito de localizar exteriores para la superproducción “Salomón y la Reina de Saba”. Ese parentesco con los desiertos del Sinaí y la baratura de costes bastaron para convencer a King Vidor, director del film. Y así fue cómo en la vaguada a los pies del cerro de Santa Bárbara, hoy una planicie lista para urbanizar, tuvo lugar entre septiembre y octubre de 1958 un combate bíblico entre egipcios e israelitas zaragozanos.

La estancia de actores como Tyrone Power, Gina Lollobrigida o George Sanders, provocó un revuelo en la ciudad. Cuentan las crónicas que la gente se apiñaba a las puertas del Gran Hotel, donde se alojaban las estrellas, buscando una pátina tecnicolor para sus vidas. Una zaragozana incluso tuvo la fortuna de doblar a la diva italiana. El cine era entonces la mejor y seguramente única válvula de escape. Lo cierto es que el paso de la superproducción de Vidor por la ciudad aún permanece en la memoria.

Los chiquillos del barrio de Casablanca arramblaban con las flechas y lanzas de atrezzo esparcidas tras las tomas. El ejército prestó incluso caballerizas para la ocasión. Y quintos y vecinos de todos los barrios actuaron como extras por el módico precio de 100 pesetas y un recuerdo incalculable. Y eso que no eran pocas las ocasiones en que acababan en el hospital. Basta contemplar las imágenes del film para comprobar que aquellas escenas eran verdaderas maniobras militares.

El propio George Sanders menciona en sus cartas las duras condiciones de rodaje, bajo una solana implacable, asfixiados por el polvo y con extenuantes carreras en formación. Llega a afirmar que los salarios pagados a los soldados que participaban de extras acababan en manos de sus superiores. Una lucha de clases en sordina dentro de una batalla de ficción. Y en un paraje donde los cadáveres de los represaliados por el franquismo se apilaban bajo tierra. De todo esto, claro está, nada apareció en la prensa de la época.

Transfondo de una historia

Decía Baroja que los periódicos no reflejan la vida tal cual porque sólo ofrecen el aspecto exterior de las cosas. Estaba convencido por ello de la pervivencia de la realidad a través de los libros. Pienso en la certeza de estas palabras mientras contemplo desde Santa Bárbara la vista magnifica de Zaragoza. A mi derecha, hacia el este, el barrio de Las Fuentes, oculto y lejano tras una tenue calima, aunque no tanto como para que esta curiosa historia le resulte ajena.

Entre este barrio y Valdespartera sitúa el escritor Jorge Sanz Barajas la trama de “Capital del desierto”. Una novela que reconstruye el rodaje en Zaragoza de “Salomón y la Reina de Saba”, pero sobre todo la intrahistoria de la ciudad en aquel 1958, año de estrellas fugaces y cambios de look en el Régimen.

La dictadura giraba con chirrido de engranajes hacia un nuevo rumbo económico. Al soterrado descontento del gallinero por lustros de autarquía, se añadía el arrastrar de sillones en la zona de palcos. Una nueva generación de trepas comenzaba a ocupar puestos en empresas industriales, financieras y de servicios. Mientras, los falangistas perdían peso, pero mantenían aún el control del aparato sindical para sostener los bajos costes laborales que hacían rentable el capitalismo español. Es en este contexto embarullado en el que se mueven los personajes del libro, muchos de ellos reales, otros marginados.

Sanz Barajas sitúa en el chaflán que forman las calles Florentino Ballesteros y Compromiso de Caspe el bar “El Paso”, que hoy ocupa una cafetería. Allí se reúnen los “camisas viejas” del vecindario, falangistas de primera hornada que hacen recuento de una vida de trinchera y banda armada que ha permitido a otros enriquecerse: “todas estas parcelas, mientras Caba y su puta madre combatían en Rusia, se las repartían estos cabrones entre ellos (…) Escobaza había empezado ya con la línea del Tranvía, recalificando todos los terrenos hasta los bloques del final de la Huerta de Las Fuentes, el gran pelotazo. Luego levantan en medio estas casitas de mierda, con paredes de papel y alcantarillado de juguete”. Es el certero lamento de los ingenuos verdugos por una Zaragoza que “es para los franquistas tan solo un gran plan general de ordenación urbana.

Casas baratas, negocios jugosos

Desde los años cuarenta del pasado siglo el barrio obrero de Las Fuentes estaba pegando un estirón de adolescente fruto de la emigración. Ya a finales de la década de los veinte se había proyectado por el arquitecto Francisco Albiñana, asesinado por los golpistas en 1936, la pequeña barriada de casas baratas en las calles Rusiñol y Hogar Obrero, que aún hoy resiste.

Posteriormente, entre 1941 y 1946 se levantaron 115 viviendas de una sola planta, conocidas como “Las Casicas”. Las pésimas condiciones de habitabilidad llevaron a su demolición en 1957 para construir 258 viviendas que formarán el Grupo Casta Álvarez. Y en ese mismo año se concluye también la segunda fase con los 790 pisitos del Grupo Girón, hoy Andrea Casamayor. En estas camaretas angostas se mueven los personajes, mientras lejos, en las planicies de Valdespartera, un pedazo Hollywood azuza sus ilusiones. Sin embargo, más allá del trajín humano, el gran protagonista de la novela es el barrio y por extensión, las condiciones de vida y anhelos de sus vecinos.    

Las “casitas de mierda” de “Escobaza” a que se refiere uno de los personaje se habían construido un poco antes, en 1950. Es el conocido “Conjunto Vizconde Escoriaza”, situado en la calle Fray Luis Urbano. Estas viviendas fueron promocionadas para sus empleados por la sociedad “Tranvías de Zaragoza”, propiedad de la familia Escoriaza, designada en la novela como “Escobaza”. Los terrenos donde se levantaron pertenecían, claro, a dicha familia. La construcción de nuevas vías del tranvía en 1954 y 1957, consecuencia de las necesidades de un vecindario en crecimiento, permitió a su vez la revalorización de los terrenos. Un negocio redondo.

Las familias que mandaban

Manuel Escoriaza y posteriormente su hijo Ángel no sólo presidieron “Tranvías de Zaragoza”, sino que participaban en sociedades inmobiliarias. Manuel se había iniciado en 1928 con “Terrenos y Construcciones S.A.” En 1942 la familia Escoriaza había promovido “Aragonesa de Fincas y Terrenos S.A.” Y en 1947 crearon junto a otras familias como Sanz Briz la importante “Compañía Inmobiliaria y de Inversiones Zaragoza Urbana, S.A.” Además, Manuel Escoriaza fue consejero local de la sucursal del banco de España en Zaragoza y del banco de Aragón. Todo un entramado listo para el pelotazo que permitió a la familia promocionar en 1961 otro grupo de viviendas en el barrio, las de Santa Rosa del que con tanta esperanza hablan los protagonistas del libro. Manuel presidió también hasta su muerte en 1951 la sociedad Gran Hotel, donde años después se hospedará la pléyade hollywoodense en Zaragoza.

Las condiciones de habitabilidad del “Conjunto Vizconde Escoriaza” dejaban, y dejan, bastante que desear: con una superficie que no alcanza los 49 metros cuadrados, cuando la ley de 1948 exigía un mínimo de 50; sin calefacción y con un entorno que deberá esperar aún varios años para su pavimentación.

Al igual que en las ruinas de Santa Bárbara, el paso del tiempo ha hecho mella en las fachadas de ladrillo. En gran parte de aquellas que dan frente a Ronda de Hispanidad, el jaharrado de cemento que las cubría ha desaparecido. Como muchas ilusiones que al final dejan a la intemperie el verdadero material del que están hechos los sueños, porque lo único que permanece siempre de cartón piedra, al menos para algunos, es la realidad.

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