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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Los chicos de la gasolina

Alberto Sabio Alcutén

Xavier Arzallus llamaba “los chicos de la gasolina” a toda esa violencia callejera que, traducida al vasco, fue la kale borroka. Fue Álvarez Santacristina “Txelis” quien diseño esta estrategia de grupos de apoyo que quemaban vehículos, destruían mobiliario urbano y montaban barricadas de contenedores casi todos los fines de semana. Se suponía que eran labores de apoyo a la lucha armada, aunque a la postre solo sirvió para agudizar las divisiones en la sociedad vasca. En Cataluña, durante los últimos días, empiezan a detectarse muestras de banalización de la violencia. Comienzan a aparecer pancartas donde puede leerse que “ser pacífico resulta inútil”.

Elisenda Paluzie, presidenta de ANC, ha dicho que la violencia es útil para visibilizar y darle vuelo internacional al secesionismo catalán. Si no justifica la violencia, bien cerca está. También se le tiraron huevos a Rosa Lluch, hija del asesinado Ernest, mientras Rosa expresaba su opinión, lo que no nos conduce a ningún sitio, salvo a la voladura de puentes y al desastre social. Pero hay otras formas más sutiles de relativizar la violencia o de pasarla por el detergente biodegradable, como cuando se dice que son acciones de autodefensa frente a la policía (si se han cometido excesos por parte de las fuerzas de orden público, denúnciese y pruébese), cuando se reclama libertad para saboteadores profesionales o cuando la ganadora del último Premio Nacional de Narrativa, Cristina Morales, dice preferir el fuego en Barcelona a las botigas y cafeterías abiertas.

Conseguir los objetivos por la fuerza es una mala estrategia. Ningún dirigente dice justificar la violencia, pero hay juego subterráneo y un peligroso electoralismo sobre la base de banalizar la violencia. “Electoralismo”, llegamos a la palabra fetiche. En el lado del constitucionalismo abundan quienes frente al problema catalán hacen electoralismo con España, esa prisa por salvar a España, pronunciada esa ñ como si le hubiesen chutado esteroides, según dice Guillem Martínez en su último libro. Otros tachan de electoralista la exhumación de Franco. Erróneamente. Dejando aparte que a los miles de republicanos que descansan en Cuelgamuros les hubiese gustado practicar electoralismo, la acusación es infundada, por cuanto la fecha de exhumación vino marcada por los múltiples obstáculos interpuestos, por tanta arenilla en los engranajes judiciales como quisieron colocar la propia familia del dictador y esos monjes benedictinos que están más cerca del Concilio de Trento que del Vaticano II.

En el ámbito autónomico, ¿firmar el compromiso de renovación del FITE (Fondo de Inversiones de Teruel) es electoralista? Si lo del electoralismo nos lo tomamos al pie de la letra, llevaríamos cuatro años sin hacer nada. Estamos en una perpetua campaña electoral. Además, lo que se hizo fue prorrogar por dos años lo suscrito con el gobierno de Rajoy, pero con el importante añadido de poder utilizar esos fondos en equipamientos sanitarios, educativos o en la banda ancha que tanto necesita la provincia. Y esas inversiones podrán ser continuadas en el tiempo merced a una justificación plurianual de gasto. ¿Se produjo en este caso una criticable inversión de los fines por los medios? No lo creo.

A veces, cuando no se sabe qué criticar, se tacha la medida de electoralista. Pero, dentro de ese extenso vocablo, no cabe todo. Y conviene separar el grano de la paja, sobre todo si es paja incendiaria. Lo peor es hacer electoralismo con la violencia más o menos soterrada. Buscar avances por esa vía es labor baldía. La violencia acostumbra a engendrar más violencia.

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