Llega Enrique Pría a La Tregua, una acogedora cervecería que, en medio de una de las metrópolis más grandes del mundo, la Ciudad de México, sirve como lugar de encuentro vecinal, un sitio donde charlar y compartir con otros clientes habituales. La amplia mesa con bancos, ubicada en la puerta, invita a compartir espacio y charla.
Como en la cultura de chigre asturiana, en México, en muchos bares la gente también canta, y el cantar une. Ese día, sale la conversación del origen asturiano de Enrique y de sus cuatro abuelos nacidos en Asturias, todos emigrados a México. Y Enrique se arranca a cantar uno de los cancios típicos de la tierrina de sus ancestros: “Tengo la moza en Oviedo; tienla su padre encerrá, que nun quier que nos casemos porque yo nun tengo ná. Que nun quier que nos casemos porque yo nun tengo ná.”
De acuerdo con el Ministerio español de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, fueron cerca de 350,000 asturianos y asturianas quienes emigraron a América entre mediados del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, siendo Cuba, Argentina y México los destinos más comunes para una nueva vida fuera de aquella Europa y España convulsas de entonces. Los abuelos de Enrique están dentro de estos datos.
Preservar la cultura asturiana
Enrique Pría, a sus más de 70 años, solo tuvo la oportunidad de visitar Asturies en una ocasión: lo hizo durante unas semanas cuando tenía 18 años. Cuenta Enrique que una de las cosas que más le sorprendió fue que “la gente hablaba muy alto”. Pero lo recuerda con mucho amor, igual que la cultura que conoció en ese viaje y que era la misma que había visto en su familia desde guaje: la de la comunidad asturiana en México.
Lleva Enrique la Cruz de la Victoria colgada al cuello; es la misma cruz que adorna la pared de su cuarto. Es de su abuelo materno, José Fernández Escandón, a quien tuvo la oportunidad de conocer y del que tiene más información. “Vino a México antes de la guerra, nació en La Borbolla, entre 1890 o comienzos de 1900”. Por parte de su padre, sabe Enrique que su abuelo era de Llanes y su abuela, de Colombres. “Mi madre decía que a su padre lo había corrido de su tierra el hambre”, relata.
Unirse con otras familias
Explica Pría, quien acabó casado con una mujer mexicana con ascendencia en la aldea de Pría, que era común durante sus años de niñez y adolescencia unirse con otras familias de origen asturiano para superar la nostalgia que les daba el haber tenido que salir de la tierra sin realmente querer hacerlo. Los asturianos y asturianas se juntaban para superar juntos esa tristeza que evoca la emigración.
Ahí brotaban las canciones, las comidas, las historias, los dimes y diretes de los pueblos que quedaron a más de 8,000 kilómetros de distancia. La mujer de Enrique sabía tocar la gaita, y a él le encantaba escuchar ese sonido: lo había escuchado a menudo, y esa pasión por la gaita fue la que los comenzó a unir, hasta acabar en una historia de amor y en matrimonio.
Recuerdo de “la tierrina”
Pero no todo el mundo escapó de sus pueblos por el hambre. Otros ya tenían familia “que estaba haciendo buen dinero en la otra punta del Atlántico”, y también los hubo que emigraron huyendo de la guerra y el franquismo, buscando un país que les ofreciese un futuro que no fuese incierto.
Y aunque cada descendiente asturiano en México tiene su propia historia, a todos les une la preservación de la cultura y esa nostalgia por la tierrina.
Como estar en Asturias
Carlos Raúl Sánchez es nieto de yerbato. A sus 30 años ya conoce bien ese sentimiento de nostalgia que sentía su familia y que le han transmitido toda la vida. “Estar en casa de mi abuelo siempre fue como estar en Asturias: se comía como allí, se hablaba como allí y siempre sonaba música asturiana. Mi abuelo cantaba siempre en asturiano y nos contaba cómo, cuando había reuniones en el Centro Asturiano, había gaitas, cancios y bailes regionales”.
Cuenta Raúl que, aunque sus abuelos sí se adaptaron a muchas tradiciones mexicanas, la señaldá les tiraba mucho, y hacer piña con otros asturianos era también una forma de sentirse más cerca de casa.
Llamar por teléfono desde Texas
A Carlos Raúl le contaba su familia que, una vez rotas las relaciones entre México y España en el año 1939, como consecuencia de la dictadura de Franco, la comunicación con los que quedaron en Asturias se hizo muy complicada. “Se iban hasta Laredo, en Texas, para poder llamar por teléfono porque desde aquí era imposible”, explica.
Y recuerda también que “viajar a España era carísimo. En los 60 y 70 costaba mucho dinero en avión, y el barco se traducía en un viaje demasiado largo”. Fueron tiempos en los que mantener el contacto con quienes se habían quedado en Asturias se volvió una tarea muy complicada, pero el sentimiento siempre pudo más que las trabas que trajo consigo el franquismo.
A flor de piel
María Luisa de Cosío tiene sus raíces en Alles, en Peñamellera Alta, y explica con los sentimientos a flor de piel que todo aquel que haya frecuentado el Centro Asturiano de México sabe bien el motivo por el que la preservación de las tradiciones culturales es una parte tan esencial para quienes descienden de Asturias.
Los encuentros semanales en este centro, conocido popularmente como “el asturiano”, eran “como una romería, una verbena de pueblo”. Precisamente dentro de la comunidad del Centro Asturiano de México es conocida María Luisa como Marisa Merodio, haciendo homenaje al apellido de su fallecido marido, quien fue durante años presidente de este centro. Esto permitió al matrimonio acoger a muchísima gente que buscaba un lugar en el que sentirse asturiano en México.
Artistas
“El centro tenía una galería. Venían pintores a exponer su obra y también otros artistas, como Víctor Manuel y Ana Belén. Una vez nos visitó un diputado del Partido Comunista y nos pidió que lo recibiéramos. Ese fin de semana teníamos que visitar a unas amistades en Cuernavaca y nos lo llevamos. Lo pusimos a pelar patatas para hacer una tortilla y bromeábamos juntos de tener a un diputado español pelando patatas”, explica Marisa, quien reitera que ese sentimiento de pertenencia a Asturias se hacía más grande en “el asturiano”, el centro al que llevaban a Enrique Pría siendo un guaje, y del que él se hizo socio una vez fue mayor de edad.
Las razones
Pobreza, guerras, búsqueda de oportunidades nuevas, familiares ricos en territorios americanos, ganas de buscar un futuro mejor para las hijas y los hijos... cada familia o persona migrada tiene o tuvo su motivo personal para cruzar ese enorme charco.
Explica Carlos Raúl Sánchez que la primera parte de su familia emigró a principios del siglo XX “buscando fortuna”. Un primo de su bisabuelo se dedicaba al comercio de telas, se asentó y se casó con una mexicana. El hombre murió joven. “Con 40 y algo años, y su viuda, sabiendo que la familia de su marido lo estaba pasando muy mal por la posguerra, invitó a la bisabuela de Sánchez y a sus hijos a México. La hospitalidad es un sello en México”, relata Sánchez.
Ayuda desde México
La bisabuela de Carlos Raúl, que era de Bimenes, también se había quedado viuda muy joven y con tres hijos. “Cuando le llegó esa invitación de México, la aceptó porque no quería que su hijo mayor fuera al servicio militar y ya estaba en edad”, explica Sánchez, quien recuerda cómo aquella mujer mexicana les dijo que les iba a ayudar con todo: “el viaje, escuela para los hijos... porque sabía que su pariente, también viuda, no tenía dinero”.
Y así fue como la bisabuela de Raúl y sus hijos iniciaron el viaje con destino a Veracruz y con escala en Cuba, porque era un lugar intermedio donde muchos barcos paraban.
Parada en Cuba
El padre de Marisa ya estaba casado y decidió irse solo, para luego, unos años más tarde, llevar a su familia.
“Cuando llegamos, mi papá ya tenía montado un negocio y una casa. En aquel momento venías si alguien te patrocinaba; si no, no dejaban fácilmente que siguieras el trayecto: se necesitaban cartas de invitación, alguien que dijera que respondía por ti, que te iba a dar trabajo y casa”, explica Marisa, quien relata cómo la parada del viaje trasatlántico era en Cuba, donde pedían esas cartas que respaldaran que los pasajeros podían continuar el trayecto.
Marisa volvió a Asturias a estudiar cuando tenía 17 años y se quedó una temporada con su abuela en el oriente asturiano. Recuerda que, cuando llegó, muchas de sus amigas de la infancia ya no estaban. Años más tarde, y acompañada de su abuela —quien era reacia a subirse a un avión—, viajaron juntas a México.
“El Covadonga”
Aquel barco hizo muchas paradas. “Lo tomamos en Gijón y paró en Vigo, en Lisboa, en Cádiz, en Nueva York, en La Habana y en Veracruz. Cuando yo vine con mi abuela, había una empresa de barcos y esos barcos tenían nombres como El Guadalupe, que es la virgen más venerada en México, y El Covadonga, que es la más respetada en Asturias”, relata Merodio.
La huella asturiana también está patente en la arquitectura de la Ciudad de México, porque ese cariño es mutuo y ha superado todas las distancias. La impresionante capital de México tiene grabados los símbolos asturianos y la marca indeleble de esta ola migratoria.
Símbolos y apellidos
Caminando por Circuito Bicentenario hacia el Bosque de Chapultepec desde la Avenida Revolución, si se gira hacia la izquierda en la calle Gobernador Ignacio Esteva, se encuentra un impresionante escudo de mármol del Principado de Asturias.
Y si se pasea por Coyoacán, es muy frecuente encontrar coches con matrícula mexicana adornados con la Cruz de la Victoria, el símbolo que tanto usan los asturianos para identificar sus vehículos.
En el recorrido entre Polanco y Chapultepec hay un enorme Rey Pelayo, una estatua mayor que la que se ubica en Covadonga. Muestra de ese cariño eterno entre Asturias y México son los nombres de lugares tan emblemáticos como la cantina La Flor de Covadonga y tiendas bautizadas como La Santina.
Estadio de fútbol
En el mapa de las colonias o barrios de esta gran urbe se encuentra también la “Colonia Asturias”, que fue la cuna del primer gran estadio de fútbol de la Ciudad de México… creado por asturianos allá por 1936.
Continúan los símbolos asturianos en la calle Medellín, en la colonia Roma, donde hay un taller asturiano pintado de azul con una gran cruz amarilla.
La librería Porrúa, fundada por un editor y librero llanisco a comienzos del siglo XX, es otro de esos lugares emblemáticos en donde México y Asturias vuelven a abrazarse.
Y más allá de los edificios y de la arquitectura, han quedado perennes apellidos como Escandón, que viajó desde Asturias hasta México para dar nombre a una de las colonias de comerciantes mexicanos con raíces asturianas más importantes.
Tantos viajes, tantas ilusiones y tantos proyectos han logrado que la huella de Asturias en México sea imborrable.