Medio siglo ha pasado del ‘partido del plástico’ en el Heliodoro
Tras unos inicios titubeantes que hicieron que la continuidad de García Verdugo se pusiera en entredicho y que el equipo acabara la primera mitad de la competición en la octava plaza del grupo II de la Tercera División, el Tenerife 70/71 había reaccionado de forma espectacular en el inicio de la segunda vuelta. Así, tras acumular nueve jornadas sin perder –y sumar una victoria y un empate en la doble salida ante Ejea y Michelín– se aprestaba a recibir al Éibar desde la segunda plaza de la clasificación, que tenía el premio del ascenso. Era la primera visita de los guipuzcoanos al Heliodoro a lo largo de la historia y para entonces ya tenían fama de equipo complicado y áspero. De hecho, ese mismo curso ya había sumado once positivos en sus desplazamientos. Y tras la disputa de 25 jornadas sólo había sufrido siete derrotas, tras recibir únicamente 22 goles (menos de uno por encuentro). Era, en definitiva, un mal cliente.
La solidez como local del Tenerife invitaba al optimismo, pues los blanquiazules sumaban 43 victorias, seis empates y una derrota en sus 50 últimas apariciones ligueras en el Heliodoro, todas ellas en Tercera División. Sus buenos resultados en el Heliodoro eran una garantía... y una responsabilidad: no podía fallar en casa. Sin embargo, un aspecto enturbiaba el ambiente y ponía en peligro el triunfo y la posibilidad de ascenso: las constantes lluvias caídas sobre Santa Cruz amenazaban con convertir el terreno de juego en un barrizal. Se acercaba el día del partido y no paraba de llover. Y entonces, el Heliodoro no contaba precisamente con un excelente sistema de drenaje. Además, se sabía que el Éibar estaba más acostumbrado a jugar en este tipo de escenarios, semejantes a Ipurúa, la directiva presidida por González Carrillo encontró una solución: cubrir el césped con plástico del usado en la construcción de invernaderos.
Y así se hizo. El 'efecto invernadero' no evitó que el Heliodoro se convirtiera en un barrizal... pero al menos no fue una piscina. Y el 14 de marzo de 1971 pudo disputarse en condiciones aceptables y ante 14.000 espectadores (cifra imponente para un equipo de Tercera División) un encuentro en el que García Verdugo alineó a once canarios: Domingo; Lesmes, Molina, Esteban, Pepito; Manolo, Cabrera, Jorge; Juanito, Mauro y Lelio. En apenas media hora, un joven fenómeno que acababa de cumplir veinte años y que ya apuntaba a figura, Jorge Fernández, había logrado un 'hat trick' para establecer el 3-0 que sería definitivo. A centro de Lelio desde la derecha, en brillante jugada personal y aprovechando un rechace tras acción de Juanito, el centrocampista blanquiazul había sellado el partido y medio ascenso. Luego, avanzado el choque y con el terreno cada vez en peor estado, fue imposible jugar.
Una semana después, otra goleada (3-0) ante el Atlético Madrileño aupaba al Tenerife al liderato, posición que ya no abandonaría hasta lograr el ascenso en la penúltima jornada ante otro rival guipuzcoano, el Real Unión de Irún. Y fue en un Heliodoro que entonces no necesitó de plásticos anti-lluvia.
(*) Capítulo del libro “El CD Tenerife en 366 historias” de los periodistas Luis Padilla y Juan Galarza.
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