Un 15-M que nos cambió
Movimiento, acontecimiento, revuelta o protesta. De muchas maneras se ha intentado definir lo que ocurrió el 15 de mayo de 2011 en España, y que socavó las estructuras políticas, sociales y económicas de un país sumido en una profunda crisis.
Lo acontecido aquel mayo de 2011 no fue una convocatoria más, a través de redes sociales, para ir a una protesta. No fue el primer grito contra la clase política y financiera, pero fue el hecho que lo cambió todo.
El 15-M fue una respuesta súbita a los relatos neoliberales dominantes que sustentaban nuestras vidas. Fue una intuición colectiva que irrumpió en las plazas y fue tomando cuerpo poco a poco, imaginando un horizonte propio y una apuesta política que parecía no caber en el mundo que habitábamos.
La potencia de aquel acontecimiento, que comenzó como una manifestación en varias ciudades del Estado, supuso un antes y un después en el relato social de los acontecimientos diarios. Una sacudida para una sociedad que cimentaba su letargo sobre unos consensos políticos, unos relatos fundacionales y unas voces autorizadas incuestionables hasta ese momento.
El 15M y su asamblearismo funcionaron como un laboratorio lleno de imaginación política. Algunas tendencias del movimiento pretendían repensarlo todo, reinventar una democracia más participativa que disolviese las distancias entre gobernantes y gobernados. Otros sectores, de orden más conservador, entendían que la crisis de representación podría resolverse con unos nuevos representantes más acordes con las demandas colectivas que las acampadas habían visibilizado.
La respuesta, lógica y natural por otra parte, fue la aparición de nuevos sujetos políticos que tuvo como protagonistas a una generación que rondaba entre los 25 y 35 años por aquel entonces, hijos e hijas de las clases medias de la transición.
Diez años después, la emergencia, canalización e impacto del fenómeno siguen siendo objeto de estudio por numerosos académicos, pero en lo que hay amplio consenso es en que la situación política actual no se entendería sin este movimiento.
Una década después del 15-M, la ruptura del bipartidismo con el surgimiento de nuevas fuerzas; los cambios en los procedimientos internos de los partidos; el auge de las asambleas; de las mareas; de los debates políticos en los medios de comunicación; de las lógicas de un feminismo subyacente o el impulso de la economía colaborativa son solo parte de su legado.
Pero, sobre todo, ha quedado una conciencia crítica en una sociedad más exigente para con los cambios que se deben seguir produciendo y una ciudadanía ávida de información crítica, alternativa e independiente.
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