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Apriétense los cinturones

Tráfico

Ana Tristán

Se acabó el verano y su larga siesta y también sus moscas puñeteras, ya se alejan las orquestas a su invierno y el rumor de los petardos, ya se marcha poco a poco este calor. Agosto se ha esfumado entre las hojas calcinadas y ya los niños y las niñas regresan a sus jaulas escolares a aprender el mundo y nombrar las cosas, a estar sentaditos sus largas horas sin molestar.

Los niños, antecesores directos de los adultos y producto suyo, domesticarán durante los próximos diez meses todo su hormonal desequilibrio en civilizada cautividad. Se acabó ya el despiporre y el venial esparcimiento, aten en corto a sus crías y sus deseos, marchen todos a sus puestos, la máquina vuelve a girar.

Los pueblos se vacían de veraneantes con chiquillos y maletas y sombrillas y el centro de las ciudades se abarrota de ex-veraneantes con horarios y carpetas y trauma post-vacacional. Muchos abuelos que conozco y otros que de momento no, respiran aliviados y al fin tranquilos en sus sofás.

Las televisiones y periódicos y todo el entramado audiovisual narran cómo la costa y sus hoteles se vacían de chiquillos y maletas, cómo se atascan las carreteras, cómo calienta el calor. Este nuevo curso, llegan también con la incipiente brisa septembril los primeros imputados e imputadas de la Operación Púnica. Con diez años de retraso y medio sistema sanitario desmantelado, los adalides del desfalco público acudirán este mes de octubre al juzgado a declarar que “no me acuerdo, yo no fui, era de un amigo”.

En septiembre cada uno empina la cuesta arriba hasta el otoño como puede, con su rebequita por si acaso y su esquizofrenia equinoccial. Los humanos adultos, tras depositar a sus cachorros aun somnolientos bajo custodia, vuelven a sus despachos y comercios y oficinas y gimnasios a hacer la vida girar. Según las encuestas del INE más de un 44% de los hogares está compuesto por familias con hijos (menores de veinticinco años) a su cargo. Una de esas seré yo retornando en octubre, algo más entradita en años, a la casa de mis padres.

Agotado el verano de parranda y trashumancia la ciudad se ordena en ordenanzas y organismos, el tráfico sigue su pestilente curso y los sudorosos cuerpos ciudadanos se recubren de ropa y pudor. Uno vuelve a ver a los niños silenciosos, ordenaditos por las calles y avenidas, controlados en todo momento como sus pertenencias en los aeropuertos, sometidos a comportarse como niños civilizados y no como las criaturas amorales y asilvestradas que son.

Como dijera el poeta, volvemos a ocupar los tristes puestos de la triste telaraña. Se nos acabó el descanso y ahora empieza la siguiente temporada, acomódense en sus asientos y apriétense los cinturones que el curso va a despegar.

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