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El armisticio no es el final de la guerra

Carlos Castañosa

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La derrota no termina con las penalidades del vencido, ni la victoria repara de inmediato los daños del vencedor. La consecuencia para ambos bandos está en las heridas abiertas, pendientes de cicatrizar con el paso del tiempo, cuya lenta zancada suele propiciar infecciones que prolongan su curación y requieren antibióticos que, a su vez, perjudican otras áreas del espíritu humano.

Por fortuna, la gran mayoría de la población actual no tuvo, no tuvimos, la desgracia de sufrir en primera persona la tragedia de la guerra en carne viva. No obstante, las secuelas todavía continúan en suave hervor a través de los años; casi un siglo de altibajos y recaídas esporádicas por alguna brecha mal cicatrizada que, apenas se la hurga, vuelve a supurar sin pudor ni misericordia.

La guerra y la enfermedad son maldiciones congénitas con ser humano, y por ende inevitables. Hoy parece que una puede sustituir a la otra para cubrir cierto discurso natural. De modo que a falta de conflicto bélico como tal, estamos en guerra contra una pandemia devastadora, con los mismos efectos en número de bajas que las bombas y los misiles inteligentes lanzados desde drones.

Nadie podía augurar las pasadas navidades que hoy estaríamos librando esta batalla desde las trincheras del confinamiento, en una confrontación imprevista y sacrificando heroicas vanguardias como fuerzas de choque, mal pertrechadas por un factor sorpresa no bien calculado a la contra.

Para alcanzar el éxito final es imprescindible la aplicación de tácticas ofensivas y defensivas bien diseñadas con sentido estratégico por dirigentes capaces, bien preparados y audaces para conducir las operaciones a buen fin.

La tropa debe asumir con disciplina las órdenes de la superioridad, con toda la confianza depositada en el mando. Mucho más nosotros que hemos contratado en las urnas a nuestros propios jefes para que defiendan nuestra salud, protejan nuestra integridad y velen por nuestros intereses. En ello estamos porque es el único camino válido hacia el triunfo final. Que se alcanzará, seguro, pero las penalidades del avance son inevitables.

Establecido el símil bélico contra un enemigo común, global, microscópico pero con muy malas intenciones, conviene considerar los daños colaterales correspondientes a una lucha en la que, sin paliativos, nos va la vida.

La repercusión más reseñable es la debacle económica que nos va a retroceder una década; cuando la palabra más usada era “crisis”. Tiene pinta de que esto nos dejará secuelas más intensas en una posguerra que se prevé dramática.

Más preocupante es la confrontación interna entre las dos consabidas facciones que históricamente han hecho de España dos semicírculos, separados por un abismo diametral que los hace irreconciliables en las ideas, en los sentimientos y en comportamientos aberrantes que nada tienen que ver con el espíritu social, ni con los principios morales dictados en la Constitución.

Las refriegas en plena lucha contra el enemigo común, debilitan la eficacia de cualquier estrategia; por lo que se demorará a lo tonto la llegada a meta. Pero lo peor será el después. Cuando ya todo haya pasado, y a la vista de la impudicia actual de acusaciones, errores no reconocidos, reproches, amenazas y abusos de poder, se recrudecerán las hostilidades para perjuicio generalizado en una época, al mismo nivel o más que ahora, que se necesitará la unidad de todos los esfuerzos para salir del bache que ahora se está gestando.

No parece viable que esto vaya a rectificarse. Los fallos operativos, las excusas inaceptables, ataques del contrario, impresentables insultos de ida y vuelta… todo encaminado a sacar dividendo político a una situación dramática para perjuicio de una ciudadanía que está luchando denodadamente por su supervivencia.

A pesar de todos ellos, saldremos adelante. Como siempre…

Mucho ánimo. Feliz nueva semana de cuarentena para todos.

Esta opinión fue publicada en el blog www.elrincondelbonzo.blogspot.com

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