Espacio de opinión de Canarias Ahora
Canarias española
En el café, en las tertulias a las que asisto y en el Facebook que me da la vida cuando llego al curro y cuando me acuesto: Canarias es española, Canarias es España. La identidad sustancial, primigenia y nuclear de este pueblo pasa por Castilla, del Duero al Guadiana, salpicada por el Tajo y encumbrada en cada pueblo -cristiano, eso sí- de la planicie peninsular. Dogma de fe, señores, que a nadie se le ocurra ponerlo en duda, y al osado, que seguro que es de Frepic, a la hoguera del silencio y la mofa pública.
Sin embargo, fíjense ustedes, aprendí en la facultad con Alberto Anaya y Manuel Lobo que, los aborígenes que sobrevivieron tras la Conquista, suponían una proporción de en torno al 20% demográfico. Ellos también me enseñaron que en el siglo XVI, ni si quiera la mitad de la población canaria era castellana. Que la amalgama de flamencos, portugueses, judíos, italianos, moriscos y negros era tal, que la Inquisición tuvo que emplearse a fondo.
José Miguel Pérez nos relataba, de cuando en cuando, y los cuandos eran habituales, que el Puerto de la Luz se hizo gracias a la intercesión de los ingleses, y la Cicer, con las perras de los belgas, alemanes y otra vez los malditos sajones, que debe ser, nunca construyeron hoteles como el Metropol o el Monopol, ni un Club Británico, porque nunca estuvieron aquí, y si alguna vez estuvieron, se fueron con la misma y sin dejar descendencia.
Mis amistades hindúes y mi familia libanesa no pueden ser consideradas, por lo tanto, como isleños autóctonos, y mira que nos tienen bien engañados, que algunos hasta presentan y dirigen los informativos de la Televisión Canaria. No se dejen embaucar por su deje seseante; la ascendencia les delata, nunca serán tan canarios como nosotros, que al parecer provenimos todos de Toledo y Segovia, puros como piedras de una Iberia sumergida, que nos fue arrancada a golpes, por la cual nos desvivimos, y sin la que no podemos subsistir. Faltaría más, Desligarnos de lo que somos sería una traición, así que ni se les ocurra poner en duda nuestra esencia, y mucho menos con evidencias y sentido común. “Soy europeo y me importan un bledo los mapas. Soy español y me meo en todos tus libros de Historia.”
Yo qué quieren que les diga, queridos lectores, que cada uno sienta su identidad como le plazca. No seré yo quien imponga mi punto de vista en una cuestión tan personalísima. Eso sí, si quieren comparto con ustedes las vísceras de mi alma. Soy canario, porque me ha tocado nacer en una isla del Atlántico. Soy occidental y europeo, en mi educación y en mis leyes, aunque no olvido donde estoy: al ladito de África. Soy miembro de una comunidad grandísima, que es la comunidad hispana, porque hablo español, como un mestizo del Perú, un ladino de Turquía o un negro del Caribe. Y por eso soy lo mismo que ellos, y soy hermano de ellos, y también de los peninsulares. Soy mestizo, porque mis ancestros, no sé si a las buenas o por las malas, decidieron mezclarse con el que era distinto. No siento una atadura especial hacia la España continental, que vaya más allá de los hechos históricos y la realidad política y jurídica actual.
La Historia, ni puedo ni quiero cambiarla, pero el presente, con el permiso de ustedes, lo voy construyendo.
Himar Cabrera
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