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Otra de catalanes

José A. Alemán / José A. Alemán

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El pronunciamiento del TC, reflejo del nacionalismo español excluyente de cualquier otro concepto de unidad, dio como saben tal impulso al independentismo catalán que saltó de la marginalidad política al alarde de fuerza de la última Diada; de tener apenas presencia en los cenáculos políticos influyentes pasó a convertirse en fuerza imposible de ignorar. Al punto de que Artur Mas tuvo que lanzarse a liderar el proceso para que no se le vaya de las manos. Seguro que tenía previsto dar ese paso más adelante, pero la calle lo obligó a modificar la hoja de ruta.

Según veo las cosas, me reafirmo en la idea de que la única salida que le queda a esta cuestión es, precisamente, el referéndum. Hace unos días, en El País, Ruiz Soroa apuntaba si no tendrá que ver la “firmeza” del Gobierno contra el referéndum con que ni el españolismo cree en la unidad, prefiere no correr riesgos y considera mal menor regalarle a los independentistas todas las “bazas de prestigio” relacionadas con la libertad, la democracia, el gobierno del pueblo o la forma en que otros países han abordado sus problemas territoriales. Se olvida así el poder central, que no es solo el PP, de que la autodeterminación está en la base misma de la democracia y considera sacrílega su invocación y tremenda obscenidad la pretensión de someterla a referéndum. Le puede el principio de autoridad que no por trasnochado ha dejado de estar en el ADN del Estado Español desde antes incluso de que se constituyera como tal. A mi entender, el incidente de los aviones militares que sobrevolaron Cataluña es significativo: la cuestión no es si fue exagerado considerar el hecho una amenaza sino que sería ingenuo descartar por completo la inquietante posibilidad de que lo fuera. Al fin y al cabo, el nacionalismo españolista no ha dudado en emplear la fuerza cuando lo ha creído necesario.

Siempre he pensado que vía del referéndum hubiera zanjado hace tiempo la cuestión catalana. Al menos no estaríamos hablando siempre de lo mismo. Mas, por ejemplo, se lo hubiera pensado dos veces antes de ponerse flamenco si no estuviera convencido de que el Gobierno de un Estado de amplia tradición autoritaria como el español no cederá ni a la de tres. Eso le permite adornarse de las “bazas de prestigio” que les dije y al poner en primer plano la porfía del referéndum, desviar la atención del hecho de que él aplicó antes incluso que Rajoy la política de recortes, de machaqueo en Sanidad y la Educación, de cargar la factura de la crisis en las espaldas de los sectores más débiles, de favorecer a las grandes empresas y fortunas con una “comprensión” fiscal extendida a la corrupción, que no es floja en Cataluña. A la derecha catalanista de Mas le es muy útil mantener el independentismo en potencia que perdería eficacia como arma si el Gobierno central bajara a la arena. Un fuego que hace buen humo espeso.

A uno, qué quieren, no le van los nacionalismos aunque no abomine de ellos. Son parte de la realidad y no conviene meter en el mismo saco al nazismo, a partidos como Aurora Dorada en Grecia o el Jobbik húngaro y a los que participaron, con sus luces y sombras, en la construcción de más de una democracia. Deberíamos también plantearnos, más allá del referéndum catalán que, al ser el Estado-Nación producto de la necesidad capitalista de acotar mercados nacionales exclusivos (siempre los mercados, qué cruz) de dimensión suficiente, cabe pensar si no tendrá que ver la crisis con que al capitalismo financiero global se le ha quedado chico el espacio Nación. Cuando hablan de que el mundo entra en una nueva fase (que no será mejor) se alude a esa mutación. Aunque el mecanicismo histórico tiende a ver en el ascenso de la ultraderecha europea un revival de los años 30, quizá el patente retroceso de la democracia responda menos a su desprestigio entre las masas empobrecidas expuestas al virus populista que a que se ha convertido en un estorbo para el capitalismo financiero global y sus entenados empresariales.

En ese marco, se inscriben las expectativas de Mas de un futuro Estado catalán en el marco de la Europa futura; la que están definiendo no las utopías fundacionales sino hombres vinculados profesional e ideológicamente a los desencadenantes de la crisis, los que la gestionan de acuerdo con las recetas de Milton Friedman y que son individuos cooptados por las grandes corporaciones, no elegidos por los ciudadanos y que se imponen a gobiernos salidos de las urnas. Sarna con gusto no pica.

Aquí recordaría la carta del presidente Eisenhower a su hermano Edgar en 1954: “Si algún partido político intentase abolir la seguridad social, el seguro de desempleo y eliminar las leyes del trabajo y los programas agrarios, no volverías a oír hablar nunca más de ese partido”, escribió Eisenhower como si fuera un rojo cualquiera. En ese mismo texto calificó de estúpidos a quienes intentaran lo que hoy están haciendo quienes mandan en las finanzas mundiales y en la UE. Frente a esa visión de Eisenhower, las desregulaciones de la era Carter, que dio de lado a los sindicatos. Siguieron abundando en la misma línea Reagan y Margaret Thatcher, Clinton y Bush hasta llegar a Obama, que ahora se presenta a reelección sin haber remediado nada como esperaban los optimistas. Entre las muchas descalificaciones a Mas, que a eso voy, ninguna le ha reprochado que participe de esa visión del mundo; como Rajoy. Pero estas son cuestiones que no se plantean en el forcejeo que se traen. La sarna, ya saben?

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