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Cerró la Cafebrería Tifinagh

21 de abril de 2022 10:47 h

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Cerró la Cafebrería Tifinagh. No hubo periodistas interesados en esta noticia, tan dispuestos siempre a informar de la trascendencia que tienen las librerías en nuestra sociedad y cómo este hecho afecta negativamente al tejido del pequeño comercio local y al desarrollo social. No hubo noticias en los medios de comunicación de Canarias, acostumbrados igualmente a resaltar el valor patrimonial de esas mismas librerías, su significado en el contexto cultural y los enormes beneficios que aportan al entorno donde se ubican. 

No hubo ni un comentario destacando la labor de un establecimiento que no se concibió con fines de enriquecimiento, sino como otro motor de cambio ante una realidad anquilosada. Al final, todo quedó reducido a una pequeña despedida en su página de Facebook, un adiós silencioso, en el simbólico 8 de marzo de este año, que se barruntaba desde hacía semanas por los efectos a los que había estado sometido por la pandemia de la COVID-19. 

La Cafebrería Tifinagh dio sus primeros pasos en 2015, pisando fuerte en La Orotava gracias a un grupo de personas comprometidas con los procesos de transformación social, el movimiento asambleario, el reparto equitativo de la riqueza y un planteamiento de un modelo de vida distinto al capitalismo acuciante que nos domina. Para ello, abrieron al público este nuevo cosmos, donde confluían la restauración y el mundo del libro, pero con la idea de que no solo tuviesen cabida el ocio y la cultura, sino que se convirtiese en un punto estratégico para el debate, la reflexión, el intercambio de ideas y el desarrollo de pequeños proyectos. En esencia, un lugar plural y libre, pero también político, que daba respuesta a una demanda necesaria en la localidad desde hacía años, a pesar de que fuese un establecimiento privado.   

Precisamente, la Cafebrería Tifinagh nació marcada desde el punto de vista político, circunstancia que enorgullecía a quienes gestaron esa idea, pero que condicionó parte de su desarrollo a ojos del poder local, que siempre estuvo muy alejado del punto de vista de quienes se acercaron y disfrutaron de ese emplazamiento con otra mentalidad y perspectivas. Sus fundadores estaban vinculados al Espacio La Casa, situado en la Villa Arriba de ese municipio. Esto les bastó como carta de presentación para situar este proyecto en la órbita del independentismo y los movimientos sociales y autogestionarios, muy críticos con el modelo sociopolítico que se desarrollaba en el mundo en general y en La Orotava en particular, de ahí que esa esfera del poder local siempre mirase con recelo la actividad que se generaba en él. 

Su nombre combinaba su esencia sociocultural con una cuestión identitaria más profunda. Por un lado, el término Cafebrería aunaba el servicio de una cafetería con una librería, una mezcla idílica que también rompía con el modelo clásico de restauración de esa localidad; por otro, Tifinagh, también conocido como líbico-bereber, es el alfabeto utilizado en Tamazigh, una lengua afroasiática que incluía toda una serie de variantes que hablaban los amaziges o bereberes, pueblos indígenas del norte de África, de donde procedían igualmente los primeros habitantes de Canarias. El vínculo africano recordaba las raíces.

Al margen de esto, la importancia de la Cafebrería Tifinagh radica en que no aplicó un sesgo político o social para admitir a cualquier persona, sino todo lo contrario. Basó su dinámica en fomentar la importancia de la diversidad como medio para construir una sociedad plural, abierta, democrática, reflexiva y con participación activa en la toma de decisiones de su entorno, pero al mismo tiempo sin olvidar que representaba todo lo opuesto a la oligarquía, la corrupción, los monopolios, la capitalización y la explotación obrera. Por primera vez, la izquierda villera tuvo un espacio común para reunirse, donde se entablaban diálogos y debates entre independentistas, anarquistas, comunistas, nacionalistas, autogestionarios, republicanos, demócratas, cristianos de base, feministas, socialistas y un largo sinfín de personas, con o sin adscripción política, e integrantes de movimientos sociales posicionados ideológicamente en esa izquierda, pero repito sin cerrarle las puertas a nadie. Es ahí donde radicaba la fuerza de este proyecto: en las personas, resaltando por encima de todo su libertad de opinión y su capacidad de plantear cambios en la sociedad.

Al mismo tiempo, también fue un lugar de reivindicación feminista, donde se tenía muy en cuenta que las mujeres eran esenciales para transformar la sociedad patriarcal y que era necesario empoderarlas para que afrontasen esa realidad, caracterizada por multitud de condicionantes y estigmas. No se trataba simplemente de que tomaran conciencia ante lo que era evidente, sino que se articularon medidas para llevarlo a la práctica. Una de ellas fue la participación activa en los actos reivindicativos del 8M, aunque siempre desvinculados de los que hacían las instituciones públicas porque siempre han canalizado esta fecha simbólica con fines partidistas. Otra fue la venta de libros que abordaban esta temática concreta, contribuyendo así a respaldar el cambio de mentalidad de muchas mujeres para alcanzar ese proceso de liberación, sin olvidar la creación de un pequeño club de lectura, integrado solo por ellas, donde se buscaba la reflexión y el aprendizaje común como medio para lograr ese empoderamiento y la libertad de actuación que las condujese a la igualdad con los hombres.

En aquellas paredes también se fomentó el arte como medio de expresión personal, donde a título personal guardo un grato recuero de los trabajos de Juan Antonio Martín, en forma de una serie de dibujos sobre Lisboa, que me robaban la mirada en medio de una conversación y me transportaban a la ciudad de la luz que a veces añoro.

Allí, entre euforias y decepciones, con los ecos siempre presentes de las luchas políticas, se gestaron otros pequeños proyectos, a los que he aludido anteriormente, porque el ambiente daba pie a sentir la efervescencia de lo que hacían otros grupos, independientemente del sentido que implicasen. No se miraba eso, sino avanzar, reunirse allí para comenzar algo en lo que se creía y que en algunos casos también diese de comer.

Y en medio de toda esa vorágine, los libros siempre estuvieron omnipresentes, año tras año, porque si algo caracterizó a la Cafebrería Tifinagh fue las numerosas presentaciones que albergó, cubriendo igualmente una actividad y una agenda cultural que, hasta entonces, solo se había desarrollado puntualmente y con mucha menos intensidad en un par de librerías y de la cual carecía totalmente el municipio, y hoy más aún. A esto se sumó su participación en algunas ediciones de la Feria del Libro de La Orotava con títulos especializados en la órbita del pensamiento de ese establecimiento, aire fresco, nuevo, revolucionario, bajo la idea de acción-reacción.  

Al final, la gran derrotada ha sido la sociedad villera porque cada vez que cierra una librería, perdemos un pilar fundamental en la construcción de una comunidad fuerte desde el punto de vista cultural. En este caso, no es extraño que un cierto sector haya aplaudido ese cierre porque elimina así a un enemigo incómodo. La cultura también molesta cuando no se amolda al patrón del pensamiento único. La Cafebrería Tifinagh fue lo más cercano que ha tenido La Orotava a un ateneo obrero o popular en esta etapa democrática, aunque salvando mucho las distancias entre el concepto de uno y otro. Su cierre no es una derrota; solo la aceptación del final de un ciclo muy bonito y gratificante para quienes tuvieron la valentía de luchar por sus ideales.  

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