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“Chulo de putas”: la decadencia del lenguaje oral de la clase política
Insultar es un acto cobarde y de una mentalidad primaria, que lo practican quienes hacen de la violencia oral la forma explícita para humillar y dañar a otras personas. Su finalidad es imponerse mediante toda una serie de términos, cuyo significado conlleva un trato vejatorio, que incide sobre el estado sicológico de quien es víctima de esta forma cobarde de expresión.
Precisamente, la política española se ha convertido en un campo de cultivo de ese tratamiento irracional, producto de la incorporación de distintas figuras que carecen de argumentos sólidos para defender su ideología y que, por el contrario, utilizan un cargo público y la propia democracia para traspasar todas las líneas rojas de la ética y el respeto. El insulto es otra arma reiterativa en manos de quienes carecen del más mínimo sentido común para hilvanar ideas con coherencia. Los que recurren a este tipo de lenguaje oral es porque no tienen un fondo político ni saben expresarse ni refutar los argumentos de otros.
La situación ha llegado a tal extremo que, el pasado domingo 14 de septiembre, el dirigente de Vox, Santiago Abascal, llamó “chulo de putas” al presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, en el acto de Patriots (grupo europarlamentario fascista al que pertenece Vox) celebrado en Vistalegre (Madrid).
Hay que tener en cuenta que insultar ya no es un delito, tal y como establece el marco legal. En todo caso, se puede poner una demanda en la jurisdicción civil por lesión al derecho al honor. Pero es evidente que las palabras proferidas por Abascal en público contra Pedro Sánchez tenían una clara intención de odio, lo cual sí constituye un delito de injurias, tal y como se establece en el Código Penal. Aquel no solo insultó premeditadamente al presidente, sino que lesionó su dignidad y menoscabó su prestigio político.
El líder de Vox es una visión deforme de lo que verdaderamente implica hacer política y ya está embarcado en su viaje sin retorno hacia el descrédito. Como todo fascista, niega la democracia porque la considera un virus, de ahí que proyecte la imagen de un dirigente que, bajo una conducta propia de los Estados autoritarios, arenga a las masas para violentarlas conscientemente con el fin de derribar el orden establecido y detentar el poder. Para ello, utiliza un discurso vacío de contenidos críticos, simple en su exposición y, sobre todo, con expresiones cortas y muy exclamativas, que transmitan euforia entre los asistentes, donde los agravios juegan un papel clave, ya que actúan como catalizador para incrementar el ambiente de crispación social.
En sí mismo, Abascal sigue uno de los principios básicos de José Antonio Primo de Rivera, el fundador de Falange Española, que afirmaba que la violencia estaba reconocida en la política y era necesario utilizarla contra la izquierda como medio para acceder al poder y para mantener su idea de justicia y defensa de la patria.
Actualmente, estamos inmersos en la cultura de la violencia oral, que no solo constituye un ataque directo a la integridad de cualquiera de nosotros, sino la negación evidente de esa democracia, en aras de imponer unas ideas y abrir el camino para que, quienes piensen igual, actúen con la misma violencia. Por tanto, se ha legitimado el insulto como medio para derribar a todo individuo y a toda costa, incluido un presidente de Gobierno. Esto da alas para que cierto sector de la ciudadanía haga lo propio cuando lo estime conveniente, tanto contra docentes como contra empleados públicos, taxistas, discapacitados o migrantes, por citar algunos ejemplos. El público asistente a dicho acto, que jaleaba y coreaba las afrentas de Abascal, son un mínimo ejemplo de los millones de habitantes de este país que ya las han incorporado intencionadamente como arma de destrucción moral y personal.
Esta sociedad decadente necesita referentes. Lejos de tenerlos, lo que se ha desarrollado es un marco donde imperan las faltas de respeto y los gritos. Este tipo de lenguaje soez, al que nos tiene ya acostumbrado cierto sector de la clase política, ratifica la idea de que hemos depositado los designios del país en dirigentes que no están preparados para desempeñar un cargo público, ya que banalizan su importancia hasta convertirlo en un medio para descalificar a quien sea y como sea, acompañado de actitudes chulescas y provocativas.
El referente Ayuso
Este comportamiento tiene otro gran referente: Isabel Díaz Ayuso. La presidenta de la Comunidad de Madrid se caracteriza por discursos donde actúa de la misma manera que aquel, bien contra el presidente del Gobierno, bien contra políticos de izquierdas, a lo que se suma su desprecio público hacia todos los personajes relacionados con esa ideología, como por ejemplo la escritora Almudena Grandes.
Muchas veces hemos escuchado que el alumnado de Secundaria carece del mínimo interés por la política, hasta el punto que no tiene referentes en este campo ni sabe distinguir entre las distintas ideologías, al menos con unas nociones básicas. ¿Se imaginan a un docente enseñando los aspectos básicos sobre la política española a partir de alguna intervención pública de los respectivos líderes de las distintas formaciones, como método para comprar su ideario, y que uno de ellos aparezca insultando constantemente al presidente del Gobierno de su país?
La cultura de la violencia se ha institucionalizado y le ha dado alas a cualquiera para actuar al margen de las leyes y de la convivencia pacífica, En realidad, no niega esa forma cultural, sino que la ha incorporado a su relato como forma de atacar y vejar a quien esté en contra de sus ideas. Esto mismo ha hecho perder la credibilidad al propio sistema político porque esa forma de proceder está destrozando el bien común y el ordenamiento jurídico de la sociedad.
Al final, hemos reforzado el valor devastador que tiene el propio insulto en una sociedad que se debate entre actitudes irracionales como esta y el valor fundamental que tiene la educación a la hora de hablar en público para ganar credibilidad al manifestar una idea o un comentario.
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