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Una ciudadanía para el cambio

Antonio Morales

Oliver Goldsmith, ensayista del XVIII, nos dejó escrito que “mal le va al país, presa de inminentes males, cuando la riqueza se acumula y los hombres decaen”. Hace unos meses, Radio ECCA me invitó a participar con ellos en una jornada que convocaron para debatir los “Desafíos para la construcción de una ciudadanía global protagonista del cambio”. Acepté con mucho interés participar en esta reflexión que hacían porque coincide con una preocupación personal creciente, que me ha acompañado en los 31 años de servicio público en las instituciones democráticas y se relaciona con objetivos del gobierno que presido en el Cabildo de Gran Canaria. Por eso creí y creo que es útil, actual y oportuna esa puesta en común. ECCA siempre con la educación, con la formación. Bastaría para valorarla la urgente necesidad que tenemos, como ciudadanos de este tiempo y de este lugar, de encontrar espacios para la reflexión sobre las prioridades y los objetivos sobre los que tenemos que trabajar para la mejora de la sociedad en un tiempo nuevo y que respondan a las inquietudes de una colectividad desconcertada por el agotamiento de los paradigmas tradicionales. Y más en estos momentos de alientos a la tiranía.

Vivimos en una sociedad radicalmente distinta a la de hace apenas 15 años. Los cambios económicos, sociales, tecnológicos, políticos, ideológicos son tan profundos que ya no estamos en una era industrial como ocurría hasta hace poco, sino en una humanidad, que en la incertidumbre, busca su caracterización: sociedad red como propone Castell, o sociedad del riesgo como avanza Ulrich Beck, sociedad globalizada en el análisis de Giddens, sociedad postindustrial de Touraine o Galbraigt o la sociedad líquida de Zigmunt Bauman.

La propia diversidad de denominaciones habla de un tiempo en construcción, de un tiempo de cambio, de una transición a una sociedad que ya no es la que conocimos al nacer o al formarnos y que no terminamos de identificar. Entre otras cosas porque no hay consenso en establecer los elementos nucleares que nos caracterizan. Muchas de las cosas que nos están pasando ocurren porque hay poderes económicos nuevos, las multinacionales o la economía virtual, por ejemplo; situaciones políticas desconocidas como el neoliberalismo capitalista mundializado, presencia de medios de comunicación y conexiones como las que derivan de internet y las redes sociales que crean una realidad virtual que nos mediatiza; tecnologías que modifican el modelo de producción y las relaciones laborales.

Y en este contexto las ideologías que han explicado nuestra realidad social y la organización de la sociedad, han quedado desactivadas por estos cambios y por los clamorosos fracasos de los modelos que se inspiraron en ellas. Habíamos consensuado unos valores para las sociedades democráticas desarrolladas, pero están en entredicho porque crece el individualismo, aumenta la fractura social y las desigualdades, repunta la pobreza, el consumismo se convierte en una nueva religión, el planeta se desangra en un cambio climático que amenaza la supervivencia. Se debilita el contrato social que inspiró los “estados de bienestar” y por tanto el papel redistribuidor del Estado pierde fuerza y legitimidad. Crece el divorcio entre el poder y la política, en expresión de Bauman, entre otras cosas porque el poder se desplaza hacia la esfera financiera y condiciona la acción de los gobiernos: “hoy tenemos un poder que se ha quitado de encima a la política y una política despojada de poder”. Es fácil entender las consecuencias sociales, éticas y de legitimidad democrática que esta realidad supone.

Esta nueva realidad plantea desafíos desconocidos y críticos para que prevalezca una orientación democrática, humanizadora, liberadora, frente a la lógica del lucro, del beneficio, de la superficialidad que todo lo banaliza. Este es el primer gran desafío, elegir una dirección inclusiva, sostenible, integral, frente a la lógica del mercado, del armamentismo y de las multinacionales. Y este desafío no se gana ni individualmente, ni solo en los despachos, ni solo con buenas intenciones.

Este desafío exige un análisis de la realidad muy riguroso y multidisciplinar. Tenemos que aprovechar todas las investigaciones de las ciencias sociales, medioambientales, humanísticas, tecnológicas y de la comunicación para definir las posibilidades, los riesgos y los recursos disponibles para decidir en cada momento y ante las distintas dimensiones, con fundamentos sólidos.

Pero además este diagnóstico tiene que ser participativo, abierto, colectivo porque así garantizamos que la implicación sea de la mayoría social, de la ciudadanía y no solo de las élites, de las minorías pensantes o dirigentes. En este nuevo horizonte, el sujeto tiene que incluir a toda la población que progresivamente conozca, valore, se implique, coopere, actúe y revise el proyecto. Y aquí cobra sentido el título de las Jornadas de ECCA: desafíos para una ciudadanía global.

Porque las decisiones estratégicas afectan a los 9.000 millones de ciudadanos que habitamos este planeta y no podemos sustraernos a ellas. Esta influencia se ha visibilizado con claridad en los últimos diez años. Solo un par de ejemplos: salta la crisis económica por quiebras de bancos y aseguradoras de EEUU y el impacto se propaga en forma de crisis socioeconómica por todo el mundo. Nosotros seguimos afectados por esa quiebra. Empeora el cambio climático, aumenta el calentamiento global y se pone en riesgo al planeta. Nuestra forma de pensar, de hablar y de comunicarnos se altera por la irrupción de nuevos medios de comunicación y por redes sociales que producen otra forma de conocer, de interpretar y de asimilar la realidad. Todos nosotros estamos bajo esa influencia.

Ante desafíos globales necesitamos respuestas sociales que cuenten con la participación activa de toda la sociedad. Lo contrario es retroceder a situaciones de vasallaje y no de progreso y calidad democrática. Pero además no resuelven el problema, porque los poderes multinacionales solo pueden ser contrapuestos por una sociedad informada y autodeterminada. Y es el único camino que nos aleja de la barbarie y la destrucción. La lógica económica sin rostro humano y sin prioridades sociales desconoce el precipicio y alienta la cultura de sálvese quien pueda.

Ya lo creo que tenemos desafíos. Desafíos sociales, económicos, políticos, morales, ideológicos. Y probablemente el mayor es el de convencernos que reconstruimos juntos o destruimos la única posibilidad de convivir como humanos. Es asunto de toda la sociedad. Es la hora de la ciudadanía. No podemos seguir siendo, como ha dicho Rafael Argullol, una democracia de avestruces: “todos con la cabeza bajo el ala y, por supuesto, sin mirar nunca de frente”.

Cornelius Castoriadis en su obra “Detener el crecimiento de la insignificancia”, nos dice que frente a lo que llama el conformismo generalizado, en oposición al ejercicio de sus derechos y sus deberes democráticos y citando a Tucídides: “Hay que elegir: descansar o ser libre” y clama: “Ustedes no pueden reposar. No pueden sentarse frente al televisor. Ustedes no son libres cuando están frente al televisor. Ustedes creen que son libres haciendo zapping como imbéciles, ustedes no son libres, es una falsa libertad. Este es el gran problema de la democracia y el individualismo”.

Es el mismo camino que transita Félix Ovejero en “¿Idiotas o ciudadanos?” cuando manifiesta: “La democracia liberal nunca ha confiado en los ciudadanos (…) Sencillamente, el absentismo ciudadano forma parte del guión con el que se han diseñado las instituciones (…) Es lo previsto. La apatía o la falta de participación es más que un reto una solución a la exigencia liberal de preservar la libertad negativa (…) Lo malo es que el desinterés por la actividad pública parece traducirse en un empeoramiento de casi todas las sendas, de las condiciones en las que llevar a cabo cualquier plan de vida”.

Esta reflexión cívica desemboca en la necesidad imperiosa del cambio de modelo de sociedad. Considero que es cuestión de supervivencia. Pero al mismo tiempo debo ser honesto y compartir que no veo suficientes señales de la aparición de ese sujeto motor del cambio que es la ciudadanía global. Me temo que los poderes económicos capitalistas y multinacionales se han adaptado mejor a la nueva situación que los miles de millones de ciudadanos que vemos recortados nuestros derechos cívicos, socioeconómicos y medioambientales.

Pero debemos hacer de la necesidad virtud y aprovechar debates como el de Radio ECCA para abrir caminos para la construcción de ese sujeto crítico. Y sugiero cuatro aportaciones que nos permitan pasar de la melancolía a la acción: que hagamos una inmersión en la realidad para evitar confundirla con los deseos. Para conocer los factores económicos, sociales, políticos, tecnológicos o medioambientales que nos condicionan. Sin trampas. Pero al mismo tiempo sin claudicaciones, porque debemos relacionarnos con las nuevas utopías que alumbren un planeta humano, justo y sostenible; que huyamos de los tecnicismos que reducen el debate a la minoría formada y al mismo tiempo de la política. Es tiempo de definir prioridades que es la gran tarea de la acción pública; que participemos en acciones organizadas que nos identifiquen con el sujeto global de cambio. Que supere el individualismo y afiance redes sociales de transformación; que construyamos una cultura de la emancipación y la solidaridad como alternativa a la cultura homogeneizadora y subalterna. Sin ningún tipo de dudas contribuiría a que tuviéramos menos periodismo mercenario, menos partidos corruptos, menos recortes de derechos, libertades y servicios públicos… En definitiva, más democracia.

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