Espacio de opinión de Canarias Ahora
Por la Convergencia
Mucho se reclama en estos tiempos –ahora mismo‒ una convergencia de la izquierda. No sólo las organizaciones; incluso ciudadanos apartidistas, aunque no apáticos de la política, están reclamando esa convergencia, porque están hastiados y exigen un cambio de raíz. Basta, para darse cuenta de ello, con echar una ojeada superficial a esa inmensa plaza abierta en que se han convertido los foros de la prensa digital y las redes sociales. Es un clamor, un hervidero de voces que reclaman lo mismo bajo distintos nombres: convergencia, unidad, confluencia... Esta vez, más que nunca, se ha impuesto la conciencia general de que todos juntos somos muchos para poner a los pies de los caballos al bipartidismo (o incluso al tripartidismo, en el caso de Canarias) y para que muerda el polvo definitivamente eso que se ha dado en llamar el “Régimen de 1978”, año en que se refrendó la constitución vigente.
Así que no voy a hablar aquí del qué. El consenso es general: debe hacerse. Todos los progresistas, con partido o sin él, deben estar unidos, a riesgo de que, si no lo hacemos así, la situación de crisis económica, institucional y moral se perpetúe. Es la hora. Hay que llegar al poder. Hay que desalojar a quienes nos han traído por un cenagal de miseria, de incertidumbre, de dolor y de desesperación. Hay que mandar a su propio infierno a los que sólo han gobernado en beneficio del poder, del capital.
Me interesa más hablar, por tanto, del cómo. De acuerdo, hay que unirse. Pero, ¿cómo? Ya no valen las fórmulas manidas ni maquinales, los tópicos a estas alturas vagos e insustanciales que hemos ido oyendo durante años siempre que se suscita la cuestión. Porque, cuando se nos apremia a un encuentro desde las bases o desde abajo, ¿qué significa eso?, ¿cómo se hace eso? ¿Qué alcance debe tener? ¿Estamos hablando de una estrategia de pedagogía política a largo plazo que cale, empape y, en definitiva, impulse a la sociedad y a los individuos hacia un modelo social más justo?
No. Dejemos, pues, los eufemismos y las medias tintas. Porque estamos hablando de las próximas elecciones y de cómo podríamos concurrir todos juntos. De eso es de lo que estamos hablando. ¿Cómo hacerlo, insisto? Tampoco vale ya la respuesta automática que hasta aquí hemos venido escuchando: en torno a un programa. Un programa de mínimos no parece que vaya a ser el escollo más insalvable. Por eso, siendo todavía más concreto, yo vengo a hablar de cómo creo que deben resolverse las listas y candidaturas si tal proceso de convergencia, una convergencia electoral, finalmente cuaja. Ése, y no otro, ha sido siempre el escollo insalvable. Siempre.
La enseñanza más perdurable, así me lo parece, de todos los movimientos de protesta y de esas mareas ciudadanas que inundaron estos últimos años calles y plazas, es que la gente quiere ser dueña de su propio destino. Quiere ser consultada y participar, en suma. Yo me alegro infinitamente de que así sea. Es lo que nosotros hemos propugnado incontables veces, desde hace años, aunque no siempre hayamos estado a la altura de nuestra propia prédica.
Quiero que la misma gente haga las listas de los candidatos que deberían concurrir a las próximas elecciones municipales. Pero, cuando digo la misma gente, no me refiero sólo a nuestros militantes, ni siquiera a nuestros simpatizantes o votantes, sino a toda esa marea de gente que libre y responsablemente desea participar en ese proceso de convergencia amplia de la izquierda social; y aquí debo incluir sin ningún rubor a todos los desencantados del Partido Socialista, que tantas veces los ha dejado en la cuneta como a un trasto inservible. Que la gente, digo, converja, se aglutine, se amalgame en un proyecto común y participativo al estilo de los distintos “ganemos” que pugnan por abrirse paso en todas partes desde que Ada Colau llamó a la convergencia en Guanyem Barcelona.
Quiero que se haga un censo de todas las personas que saluden con esperanza este proceso. Que se nombre una comisión representativa de todas las asociaciones, las organizaciones y, por supuesto, de las personas sin filiación, para que se aleje toda sospecha de manipulación o contubernio; y que se ponga una fecha de clausura. Que, una vez finalizada la inscripción, se hagan propuestas desde todos los frentes concernidos para presentar candidatos a fin de que las personas censadas puedan votarlos: el más votado ocuparía el primer puesto de la lista y así hasta el final. Ésa es la verdadera convergencia, el verdadero poder de la gente. No quiero, no queremos que nos secuestren las cúpulas ni una sola vez más con su eterno mercadeo. No quiero ya más candidatos “de consenso” a menos que el consenso venga de la ciudadanía. Y, sí, está claro, quiero un programa: un programa para una acción de gobierno real, lejos de todo pueril populismo.
Este método, que busca ante todo que seamos la gente los protagonistas, nos aboca en fin a una suerte de primarias entre todos los censados. Se ha dicho a menudo que, de todos los comicios, los más democráticos son los municipales. La cercanía entre el elector y el candidato es tal que éste se ve obligado a explicarse en un inevitable cara a cara. A diferencia de otros comicios, la ciudad impone cercanía, una proximidad que obliga al candidato a que se la juegue. Eso es precisamente lo que queremos: que nuestros candidatos se la jueguen batiendo a fondo el terreno y explicándose. Sobre todo eso: mucha explicación, poca consigna. Quizá nos llevemos sorpresas; y algunas puede que agradables, como que de pronto descubramos en un ciudadano anónimo, por encima de focos y estrellatos mediáticos, a un muy digno representante de sus conciudadanos.
A qué costas arribaríamos todos después de una travesía que se aventura tan procelosa como insólita es cosa que ignoro por completo. Todo cambio impone incertidumbres y riesgos. ¿Se precipitaría una confluencia orgánica, más adelante, de todas estas voluntades? ¡A saber! Pero una cosa es clara: el más eficaz antídoto para conjurar el riesgo es el inmovilismo, o sea, no hacer nada.
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