Lo tenemos crudo

Todos, partidarios y detractores de las prospecciones petrolíferas en aguas canarias, coinciden al menos en algo: ver negro el futuro de este aceite de roca, de ese líquido viscoso tan valioso como ominoso. Para los prosélitos, como adjetivo (el oro negro), y para los críticos, como lo sustantivo. También coinciden en otra palabra: crudo. El debate del crudo es y está crudo.

Paulino Rivero ha conseguido un aliado imprevisto en el Partido Popular de Baleares. Sus dirigentes, al igual que los populares valencianos, se han alineado desde el principio con los que rechazan las prospecciones cerca de sus costas. Los conservadores canarios, liderados por el ministro de Industria defensor de Repsol, han preferido respaldar a Soria en vez de defender los intereses colectivos de sus paisanos.

El ala dura y oficialista del PP canario mantiene que si España no explota los posibles yacimientos submarinos lo hará el reino marroquí de al lado. El presidente del Cabildo de Fuerteventura ha respondido de manera atinada. “Yo no voy a tirar la basura por la ventana por mucho que lo haga el vecino”, ha afirmado gráficamente Mario Cabrera.

Pero en realidad lo que más indigna es que en un asunto tan importante y sustancial para las islas no se haya pedido la opinión a sus habitantes. Si el PP canario fuera como el balear, que se opone frontalmente a las prospecciones, ahora no estaríamos hablando de Repsol. Pero Fuerteventura no es Menorca y Lanzarote no es Ibiza. Ni tan siquiera Soria es la alcaldesa de Valencia, aunque pudiera parecerlo, por la traca que está montando en estas fallas.