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El dedo en el ojo

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Aquí sale cualquier botarate hablando por televisión y todos nos pegamos dos semanas comentando las tonterías que dijo en una entrevista. Sale un tipo largando sandeces y todos nos vemos en la obligación de hablar de eso es los bares, en la calle, en el fútbol, en el trabajo. No es preciso que diga nada interesante, solo que diga algo, lo que sea, que España va bien o que España va mal.

Aznar quiso pasar a la historia como gobernante ejemplar, dejando la presidencia del Gobierno tras permanecer en ella ocho años, y ahora está quedando a la altura del betún, mostrando su impaciencia por volver al ruedo político, metiendo el dedo en el ojo a Rajoy, como Mourinho a Vilanova, para provocar al hombre que él nombró con su otro dedo para sustituirle por la cara.

Nunca he entendido cómo esta gente que vive tan bien alejada de la política y con unos sueldos astronómicos, haciendo que asesoran a empresas, pierden luego el culo por estar en primera fila de la cosa pública. Debe ser eso de la erótica del poder, quizá para compensar el poder poco sexy de muchos de sus protagonistas, como el mismo Aznar, que tiene un look entre infantil y ridículo, con esos pelos pegados de adolescente y esas hormiguillas muertas que pretende ser un bigote.

Es tan inexplicable como ver a esos deportistas que ganan tantos millones de euros en anuncios quitándoles el trabajo a los pobres actores secundarios. A pesar de la pasta insultante que se llevan manejando una raqueta o conduciendo un balón o un coche de carreras, quieren más. Como si el dinero que devengan pudieran gastarlo en una sola vida.

Como esos empresarios baleares que pagaron 18 millones de euros por un yate que regalaron al rey y que ahora quieren recuperarlo porque el monarca, presionado por la sociedad que quiere recortar sus privilegios, ha decidido desprenderse de él como de un lastre lustroso.

Los empresarios no hicieron un simple regalo al jefe del Estado, a razón de 600.000 euros por barba. Quisieron comprar su fama, como los patrocinadores que visten de casino o compañía aérea la camiseta de los futbolistas.

Ahora, como el niño mimado que quiere llevarse su balón si no juega de delantero centro en el equipo del colegio, los empresarios que se hacían pasar por amigos del rey, quieren culminar la regata porque ya no tienen espónsor. No somos tontos. Todos sabemos que en las monarquías del siglo XXI no hay mecenas y nadie da duros a cuatro pesetas.

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