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Lo que yo quiero

Francisco Pomares

El virus más peligroso en estos momentos no es el ébola, es otro igualmente infeccioso y dañino que se propaga sin remedio ni control alguno por las redes y las ondas, falseando la verdad, inventando historias para no dormir, contagiándonos el pánico, alentando reacciones irracionales y comportamientos suicidas. Vivimos en una sociedad abierta, cuyo éxito principal es haber embridado las esencias destructivas del hombre y controlado las leyes de la selva.

El miedo –miedo al contagio, pero sobre todo miedo irracional a todo lo nuevo, a lo que no conocemos, a lo que ignoramos- se está apoderando de centenares de miles de personas. Estoy harto de leer en las redes argumentos fascistas sobre lo que debe hacerse con quienes tienen ébola o con quienes podrían tenerlo, categoría que algunos identifican con un color de piel o una concreta procedencia. No aguanto más conversaciones de bar en las que algún imbécil indocumentado seduce a un corro de aficionados a las películas de zombis con propuestas de leprosería. No soporto que hayamos convertido esta crisis en un circo de tres pistas.

Quiero –para variar- escuchar a quienes sostienen nuestro sistema de salud –médicos, enfermeros, gestores sanitarios- hablar como científicos, no como vendedores o como sindicalistas, y quiero que los políticos asuman los riesgos y responsabilidades que hay que asumir en momentos de crisis, para hablarle sin miedo a una sociedad madura. Quiero que el ébola se trate como un problema de salud pública, importante pero menor –eso es exactamente lo que es- y no como un asunto político o un gigantesco show mediático. Quiero cifras y datos, análisis y comparaciones, quiero historias de valor y de sacrificio, que son las que de verdad nos sirven detrás de todo esto, quiero una sociedad solidaria que mire hacia África y quiero un gobierno que abra las puertas a la colaboración, que autorice de una vez a usar Gando y Morón -y lo que haga falta- para ayudar a los que de verdad se la juegan todos los días allá enfrente en la pelea contra el olvido y la muerte. Y también quiero un poco de respeto a la intimidad de los pacientes y de sus familias. Y quiero que se hable menos del perro Excalibur y más de los hospitales abandonados en el continente vecino. Y quiero que perdamos de una vez este miedo idiota que tiene Occidente a todos los riesgos -por mínimos que sean-. Y sobre todo quiero que entendamos que lo único que debe darnos miedo hoy es el miedo mismo…

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