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La edad y el tiempo

Francisco Mayor Suárez

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Llevo unos días preguntándome cuál es la razón por la que no aparece ningún candidato a las elecciones en España que haya superado los cincuenta años. Los romanos daban una especial importancia a la edad y la experiencia para la toma de decisiones, incluso el senado (palabra latina que proviene de senex, anciano) estaba formado por una serie de personas mayores, un consejo de sabios, cuyo papel era fundamental y se encargaban, entre otras cosas, de ratificar las leyes votadas por los comicios, aconsejar a los magistrados, dirigir la política exterior, las finanzas y la religión. El valor que esta antigua civilización daba a la experiencia es incuestionable

La confianza de un pueblo en sus jóvenes es un valor que retrata a un país. La desaparición de la experiencia, la cana y la arruga del primer plano, también. Parece que es más importante exportar una imagen aseada, de candidatos bien planchados, impecables pero con un discurso devaluado, basado en los típicos estereotipos superficiales que se manejan en política, sin un atisbo de profundización en las necesidades reales, como si todos fuéramos conscientes de que para qué, si de lo que se trata es movilizar, o con el cabreo o con la bandera, con un problema de secesionismo encima de la mesa. Los regeneracionistas del 98 deben estar removiéndose dentro de sus tumbas.

En 1984, en un debate entre el republicano Ronald Reagan y el demócrata Walter Mondale, candidatos a la presidencia de los EEUU, surgió una pregunta delicada, de esas que se puede convertir en un problema responderla, o una oportunidad para ganar unas elecciones. Le preguntaron a Reagan, que contaba ya con 73 años, si no creía que era muy mayor para ser candidato fiable para la población estadounidense. Con un discurso acompasado, sereno, este contestó que no iba a utilizar ninguna estrategia relativa a la edad y a la experiencia para derrotar a su adversario. Aquella respuesta, que hizo reír al mismo Mondale, cambió por completo el sentido de la pregunta, y esa seguridad fue la que llevó en volandas nuevamente al republicano a la Casa Blanca.

La importancia de imprimir carisma a una candidatura está en la fuerza del mensaje que se quiere transmitir. La imagen física es importante: tanto Adolfo Suárez como Felipe González contaron con cierto beneplácito a la hora de ser bendecidos por su imagen, pero el carisma avanza mucho más en las políticas y en el tiempo. La inexperiencia en los debates te lleva a manejarte en el maniqueísmo superficial del eje izquierda – derecha, en la crítica despiadada del contrario, en la mentira mil veces repetidas, y en el uso de la psicología inversa de ver en los demás tus propios defectos. Y eso nos lleva a pensar que hay algo más importante que la edad cronológica y es las ideas novedosas y modernas de quién nos quiere convencer. Y esta afirmación me lleva a la conclusión de que nos encontramos candidatos con ideas muy anticuadas: que en 2019 se esté hablando de los huesos de Franco, el aborto, se paralice la ley de la eutanasia, se proclame la fiesta nacional, la patria, la bandera, las pistolas, y se ignore, entre otras cosas, la lucha feminista en la calle, resulta descorazonador.

Fue Bill Clinton el que, en 1998 y también en una campaña electoral por la reelección de su candidatura a la presidencia de los EEUU, dio una vuelta a aquella mítica frase de Reagan. Apeló no a la edad del candidato, sino a lo caduco de sus ideas. Y creo que es una de las ventajas de tener cierta perspectiva con la edad. El prejuicio de las canas y la arruga nos ha impedido que podamos contar con personas, como usted o como yo, que en el mejor momento de su vida, en plena madurez, de capacidad de disfrutar al máximo nuestros días, se vea en la contradicción de decidir qué imberbe elegir para que tome las riendas de tu país.

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