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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
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Elecciones y selecciones

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Las selecciones europeas y otras del llamado Primer Mundo están haciendo el ridículo en el Mundial de Fútbol de Qatar. Y no lo digo solo por el fútbol que algunas están desarrollando, que también, sino por su pusilanimidad ante el país anfitrión, conculcador de los derechos humanos más elementales, y la FIFA, esa mafia futbolística capaz de vender a su hermano por un plato de lentejas. 

Antes de acudir a Qatar, siete selecciones europeas anunciaron que llevarían el brazalete arco iris en defensa del colectivo LGTBI para protestar en la cara del emir catarí que te vi y de todos los jeques y jequesas árabes. 

Tras las amenazas de los capos de la FIFA de que serían amonestados aquellos futbolistas que lucieran el brazalete arcoiris, las selecciones europeas se echaron para atrás y no solo para defender el resultado. Qué es una tarjeta amarilla ante la cantidad de barbaridades cometidas por un régimen totalitario y sátrapa. Nada, no es nada. 

Así y todo, las selecciones europeas prefirieron guardar silencio antes que denunciar gráficamente los abusos cotidianos de un régimen indeseable. Los futbolistas alemanes se taparon la boca en señal de protesta por la falta de libertades. Los españoles quisieron emularlos en el gesto y se callaron cuando sonó el himno nacional. No abrieron la boca para cantarlo. Ejem. España es uno de los cuatro países del mundo con himno nacional sin letra. En esto estamos a la altura de Kosovo, Bosnia Herzegovina y San Marino. Todos ellos potencias mundiales. 

Al final los futbolistas más valientes fueron los iraníes, que no cantaron la letra de su himno para protestar por las masacres de su gobierno a la población indefensa, especialmente las mujeres, a las que se trata con un machismo bestial y una misoginia repugnante. Los jugadores iraníes se han jugado literalmente el pellejo con este gesto mientras que los europeos se han acojonado por una puta tarjeta amarilla de amonestación. 

El rey de España, como no tiene nada que hacer y está normalmente desocupado, aprovechó para hacer turismo y acercarse a Qatar para ver en vivo y en directo desde el palco el partido de sus compatriotas contra la todopoderosa Costa Rica. 

Presume de ser el primer rey y primer jefe de Estado que asiste al mundial de Qatar, como si fuese algo para presumir y no para avergonzarse. Parece que tiene querencias parecidas a las de su padre, al que le encantan estos países dictatoriales del Golfo Pérsico y ahora está refugiado en uno de ellos. Un país con una monarquía absoluta y absolutista donde no hay elecciones ni partidos pero sí se aplica la terrible ley Islámica. 

No hay democracia. No hay elecciones aunque sí selecciones que han pasado por el aro y se han plegado al dinero inmenso de una dictadura que corrompe todo lo que toca. Hasta el balón de Qatar es resultado de la corrupción. 

Y, mientras, el resto del mundo blanquea un régimen repulsivo solo porque el emir y sus jeques tienen dinero para comprar voluntades a otros poderosos sin escrúpulos. La paradoja de todo esto es que la FIFA promueve teóricamente el juego limpio. 

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