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El enanito Gruñón

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Fue conmovedor ver a Soria detrás de Aznar en la conferencia que dio el ex presidente el lunes en el Club Siglo XXI de Madrid. El ministro de Industria fue el único que asistió para apoyar a ex líder conservador. Ningún otro ministro estuvo allí para aplaudirlo después de la diatriba que lanzó en la entrevista que le hizo en Antena 3 Gloria Lomana, la mujer de Piqué, aquel otro ministro de Aznar que cuando fue titular de Exteriores saludaba servilmente a Bush cuando salía del avión, con reverencias tan exageradas y genuflexiones tan humillantes que a uno le daba vergüenza decir que era español cuando salía de paseo por el extranjero.

La vicepresidenta sonriente y bajita, cuyo poder es inversamente proporcional a su estatura, también estuvo allí sentada en primera fila, flanqueada por Soria y Ana Botella, la mujer de Aznar, otro hombre de poca estatura, capaz de asegurarnos a todos, mirándonos fijamente a los ojos, que podíamos confiar plenamente en su palabra de que en Irak había armas de destrucción masiva. ¡Créanme!, nos espetó con el ceño fruncido. Unos años después, cuando ya dejó la presidencia, tuvo la desvergüenza de

comunicarnos que no había tales armas pero que en aquel momento no lo sabía. No fue un humilde reconocimiento de su error, sino una chulería propia del que dice: “vale, no era verdad, ¿y qué?, quéjense al maestro armero”.

Pues Soria, que en Madrid lo llamaban clon de Aznar porque lo imitaba en todo, desde la altanería hasta el bigotito al ras, parecía su guardaespaldas en la escena del Club Siglo XXI. De Aznar, de Botella y de Sáenz de Santamaría, la vicepresidenta parlanchina que ahora sonríe sin complejos tras ponerse una funda dental. A mí me gustaba más cuando estaba en la oposición y enseñaba aquel diente partido a las cámaras. Era más natural y le daba un aire de chica mala y traviesa.

Soria solo parece menos soberbio y megalómano cuando lo enfocan en un acto donde está Aznar, Rajoy o el príncipe Felipe, uno de los pocos cargos públicos que le supera en estatura. A su lado parece un enanito de Blancanieves, empequeñecido por los gigantes que lo ensombrecen. Conociéndolo, debe pasarlo mal en esos momentos de actor secundario de última fila porque él siempre quiere ser el protagonista estelar de la película.

Huye del papel de segunda categoría porque no le gusta vestirse de mayordomo, aunque éste sea el asesino del señor marqués.

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