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De fascismos y unicornios

De fascismos y unicornios

Ana Tristán

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Observo estos días soleados que los pantalones campana han vuelto a ponerse de moda una vez más. Lo mismo que parece haber ocurrido con el fascismo, el analfabetismo (tecnológico) o la ropa vintage (que viene a ser vestir como un aparca-coches de los años 70, pero a precio de nuevo rico). Es un no parar de ver la historia repetirse esto de vivir.

Desde hace años, los partidos de extrema derecha triunfan en todo el mundo. Hay una onda expansiva de nacional populismo nutriéndose de la crisis económica, ética e institucional. En España este fenómeno ha llegado con retraso, como la Ilustración, el Wifi o la Alta Velocidad. Pero ha llegado, no íbamos a ser menos.

Decíamos, o más bien digo aquí en mi columna de millenial intensita, que en estos tiempos tan nuestros están reapareciendo numerosos fósiles del siglo pasado. Es normal, ya lo decían Nietzsche y el de “El día de la marmota”: todo se repite hasta el hartazgo y uno no se entera de la misa la media hasta que ya es la hora y se tiene que marchar. O algo parecido.

El analfabetismo de hoy es tecnológico y adictivo. Estar enganchado al móvil, al Facebook o a Netflix no significa tener cultura digital, más bien al contrario. Justamente los gurús de la tecnología rechazan los productos que ellos mismos comercializan, justamente ellos son conscientes del riesgo que supone para la atención, para la comprensión del mundo y la socialización.

Así, mientras la tecnologización se impone como paradigma vital, el catetismo digital nos acoge con brazos abiertos y dibuja otra frontera más entre privilegiados y excluidos. Entre la casta y los demás, que diría el de Galapagar, “hasta enterrarlos en el mar”.

Mientras las comodidades burguesas se generalizan en una parte del mundo (o dos, o quinientas) las nuevas condiciones de esclavitud traspasan fronteras, estratos y generaciones.

Mientras en Génova trituraban papeles, expulsaban tesoreros y buscaban logopeda, un partido nuevo les adelantaba por la derecha. El partido de los gladiadores a caballo, la Smith & Wesson, la barba impoluta y el torso de acero.

El auge de Vox en el último año ha desatado una ola de enfrentamientos, manos a la cabeza y caras de susto así en general. Pero déjenme decirles que se veía venir, que no han aparecido de la nada, que ni las ideas ni las personas que las sustentan desaparecerán jamás. Es la tercera ley de Newton, con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria.

Lo que tampoco es normal es vivir agarrado al cuerno del unicornio. Lo que no es normal es eliminar al “otro” de golpe y porrazo.

“Al escuchar una palabra no hay dos personas que piensen exactamente lo mismo (…) Por eso toda comprensión es a la vez una incomprensión; toda coincidencia en ideas o sentimientos una simultánea divergencia” que afirmara Humboldt, y nos recordara Byung-Chul Han. Tercera ley de Newton.

La conquista de derechos y libertades ha sido siempre una pugna, una lucha simbólica entre los distintos estamentos y argumentarios de una sociedad. Estamos condenados a incomprendernos, a repetirnos y a soportarnos.

Desde esta, mi intensita y algo pedante columna, yo les pido a nuestros políticos, analistas y tertulianos gritones: Incomprendámonos con respeto. Incomprendámonos mejor.

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